Empecemos

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El reencuentro con Kiba fue todo lo que se podría esperar del miembro más salvaje del equipo Kurenai.

Un pequeño abrazo efusivo, para luego revolver el cabello de Hinata y mientras conversaban, sacar los insectos para lanzárselos de vuelta al Aburame con una sonrisa que mostraba sus colmillos, y palabras llenas de alegría junto a los aullidos Akamaru.

Shino relajó su postura al verlo y le hizo una seña para que ingresaran; y Kiba, con una sola mirada, supo que algo no andaba bien.

Sasuke, intrigado como se desarrollarían las cosas ahora que Kiba había llegado miró discretamente por su ventana lo que ocurría en el departamento de Shino.

Tan solo diez minutos después de que se sentaran a conversar, Shino tuvo que bloquear su puerta con sus bichos y Hinata utilizó toda su fuerza para retener al Inuzuka; que luchaba por soltarse y salir.

- ¡Kiba!

- ¡Pero Hinata! – gritó alterado - ¿Cómo pudo hacer eso? ¡Como puedes aceptarlo!

- ¡Porque no hay nada que pueda hacer! – respondió ella.

Shino no dijo nada, y Kiba se detuvo de golpe; porque ella, no usaba jamás aquel tono de voz tan alterado.

Ni jamás se veía tan derrotada como en ese momento.

- Porque no saco nada con alegar, ni gritar, ni reclamar – continuó y su mirada ya no estaba en él sino en el piso – no puedo cambiar lo que él siente.

Kiba bufó y atrajo a su amiga a sus brazos mientras miraba a Shino; y ambos, como en un acuerdo mutuo e invisible, asintieron en un secreto.

Ambos sabían lo que había que hacer.

Porque Kiba era la voz y el fuego del que Shino y Hinata carecían; y él jamás se quedaría de brazos cruzados.

Los días que siguieron fueron tranquilos y reparadores.

Y las rutinas se alteraron para mejor, porque ahora, Hinata había encontrado un departamento en el mismo edificio de sus amigos.

Mientras lo acomodaban, se repartía entre Shino y Kiba ya que ambos insistían en que no podía mudarse si el departamento no estaba perfectamente acomodado. Pero en el fondo, ella sabía que era una excusa para no dejarla sola y lo agradecía.

Ellos eran sus hermanos y ahora, al fin volvían a estar juntos.

Mirar por su ventana se había hecho un hábito, buscarla entre las ventanas del edificio del frente era casi tan entretenido como mirar televisión, adivinando por cual piso aparecería: el de Shino, el de Kiba o el suyo propio.

No se trataba de ser un acosador, era solo que, después de su último descubrimiento; de saber que solo quería estar cerca, la lejanía se hacía más notoria. Y observarla, por algunos momentos, traía un poco de esa paz que ya no podía optar.

Fue así, como algunas tardes la vio ingresando al departamento con Kiba y bailar animadamente mientras cocinaban y reían. Otras, la vio tomar siestas en el sillón de Shino mientras este leía distraídamente.

A veces, los tres hacían noches de películas y juegos de cartas, pasando de largo y durmiendo en el suelo del departamento de Kiba usando a Akamaru de cabecera.

Todas en facetas que jamás había visto del equipo ocho pero que no eran difíciles de imaginar.

Y ahora, ella estaba con Kiba y Akamaru pintando las paredes de su propio departamento, mientras Shino se dedicaba a taladrar.

La luna y la nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora