⊰⊹ฺ ᶜᵃᵖⁱ́ᵗᵘˡᵒ 1 ⊰⊹ฺ

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La Aurora de la Tierra podía reflejarse en la lejanía

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La Aurora de la Tierra podía reflejarse en la lejanía. Los tumultos de las nubes coloreadas en degradado empezando en un tono oscuro y terminando en la gama de violetas y lila. Aun el sol no salía pero estaba anunciando su cenit.

Desde las columnas blancas, Seokjin observaba la tierra, envuelta en las nubes lilas y esponjosas. Su túnica azul como la noche oscura y brillante caía por todo su cuerpo, los bordes de su costura doradas marcando las ramas de laurel y sostenida por una tela de seda dorada. La capa azul sujetada a los hombros por dos diademas de oro arrastraba a su paso, soltando su esencia de gracia. Su cuello adornado por un ostentoso collar de perlas que las sirenas había hecho para él. Sus accesorios solo le daban más elegancia que la que meramente poseía, sus brazaletes gruesos en ambas manos, los anillos en sus dedos, y los aretes largos y delgados. Una pequeña corona fina tallada en oro puesta en su cabeza con dos diamantes en el centro.

Todo en Seokjin era belleza.

Podría tener las capas que fuera, las túnicas de seda, algodón o hasta las de lino fino y Seokjin se vería perfecto, mires por donde lo mires.

Con sus largas pestañas y sus ojos negros con un destello brillante en sus pupilas, observaba fijamente la tierra. El preciado planeta lleno de seres vivos comunes, sin poderes, ni realezas, que trabajan por lo que quieren sin poseer riquezas.

Las veces que había bajado, no había podido hablar con ninguno de ellos, y anhelaba hacerlo.

Anhelaba hablar con alguno de ellos y preguntarle el por qué vivían así, por qué de esa manera tan humilde, muy diferente a la de él.

Sus casas son pequeñas, hechas de barro, madera, ramas y cualquier material que encontraban.

El hogar de Seokjin era grande, extenso, como un templo. Alto y espacioso, bañado en plata y diamante. Varias formas esculpidas en ella, estatuas prominentes, algunos de los adornos son hechos de las nubes; algo que solo las talladoras del reino podían hacer.

Majestuosidad, elegancia, realeza y poder, envolvían cada detalle del Reino.

—– Seokjin —– el llamado grave lo hizo voltearse, encontrando a su Padre, El Rey Seungho.

Su Padre gozaba de belleza y poder, a pesar de tener más de 500 años de edad, su rostro se mantenía joven, varonil y apuesto. Sin marcas de ningún tipo de vejez.

La humildad lo caracterizaba; su corazón bondadoso y siempre pendiente de todos los habitantes de las nubes y de los habitantes en la tierra.

Era extraño ver a su padre, el dios de la luna buscándolo hasta ese lugar ya que pasaba la mayor parte del tiempo en su trono.

Seokjin hizo una pequeña reverencia a Seungho.

—– Papá.

—– Sabía que estarías aquí —– dijo sonriendo, su capa color vino arrastraba a su paso las pequeñas pelusas de algodón, combinando con su brillo blanco. Seungho pasó su brazo por los hombros de Seokjin volteándolo para admirar la tierra. Ya los colores oscuros casi desaparecían, dejando ver una nueva gama de colores naranjas —– ¿Qué ves allí, hijo? —– Seokjin volvió su vista hacia el cuerpo celeste, las partes azules, marrones y verdes de la tierra llamaban su atención. Las partes blancas que cubren parte de ella. La vista lo atemorizaba, pero a su vez le fascinaba.

—– Una maravilla.

—– ¿Enserio?

—– Sí. Aquí, siempre hace frío. Nunca hay calor, nunca hay un fenómeno diferente al de la noche y el día. Nada cambia, los mismos seres celestiales que son traídos aquí se quedan para siempre, nada es interesante y fascinante. Todo está planeado.

—– Lo que es la vida, hijo. A ellos no les gustaría estar allí y si conocieran este reino, lo preferirían mil veces —– Dijo su padre —– Aquí gozas de todo lo inimaginable.

—– No me arrepiento de ello papá, pero su forma de vivir me intriga. Mientras aquí nuestros baños y lavados son con plantas aromatizadas y sagradas. Ellos solo usan agua o algún otro implemento y son felices. Son felices con lo que tienen, y no es la cuarta parte de lo que tenemos —– El dios sólo observaba a su hijo hablar con anhelo, con la falta de esa experiencia que tanto necesitaba.

—– Lo aprenderás. Pronto lo harás hijo —– Seokjin pensaba en algo más interesante que solo mirar las afueras, supervisar el reino, y cumplir con su deber como el hijo mayor del dios de la luna. Muchas cosas que nadie había visto y del honor que sólo Seokjin ha tenido ante ello.

Sin embargo, necesitaba algo.

Necesitaba a alguien.

Seokjin, observaba como los seres celestiales se casaban, tenían su amor. Algo que él no había experimentado y que no era su culpa.

Seungho lo sabía, estaba consciente de ello, pero no había algo que él pudiera hacer. Con todo el poder de los cuerpos celestes, él no podía permitirle a su hijo experimentar el amor, era algo que solo Seokjin encontraría en el momento justo y preciso; al tiempo que debía, o viviría con la desgracia de estar solo y atado para siempre.

—– Papá —– dijo llamando su atención —– ¿Por qué debemos vivir esto?

—– Ya lo sabes, Seokjin. Los errores que cometemos en la vida se pagan, incluso nosotros siendo dioses, no estamos exentos de esa regla.

—– Tanta riqueza... y condenado a vivir solo —– suspiró. Seungho se colocó frente a su hijo mirándolo con total admiración.

—– Seokjin, estoy orgulloso de ti. No vivirás solo todo el tiempo, ten algo de fe y esperanza. No sabemos lo que deparan las siguientes horas tan siquiera —– le sonrió —– Da gracias por lo que tienes ahora, no todos gozan de ello.

Ambos se miraron fijamente, la sonrisa que le regalaba su papá era sincera, sabía que tenía razón aunque eso no quitara la soledad de ese momento.

—– Sí, papá —– respondió finalmente con una sonrisa.

Si bien no había nada que pudiera hacer, viviría lo que faltaba en soledad, pero, agradecido de tener una familia.

Agradecido de haber nacido en la realeza, aunque eso no fuera lo importante y primordial para él.

Seokjin estaba agradecido de tan solo vivir.

Que eso tampoco muchos lo hacían.

Que eso tampoco muchos lo hacían

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sᵒⁿ ᴏᶠ ᴛʰᵉ ᴍᵒᵒⁿ [ɴᵃᵐᴊⁱⁿ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora