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Kirishima estaba odiando su día.

Se juraba que era una persona muy positiva, siempre intentaba serlo, pero parecía que ese día los planetas se habían alineado para que todo saliera mal.

Todo empezó exactamente a las diez de la mañana en que su vuelo de Tailandia a Japón salió retrasado, no algunos minutos, sino unas largas tres horas debido a fallas con su avión anterior. Pensando que no importaría registrarse más tarde de lo que tenía previsto, decidió no avisar al hotel en el que se iba a alojar que llegaría tarde.

No tomó en cuenta que al llegar a su destino, después de un cansado viaje de seis horas, su maleta estaría perdida. Tuvo que levantar un reporte para que la rastrearan para enterarse que de alguna extraña forma terminó en París, Francia. Después de múltiples disculpas por parte de la aerolínea con promesa de tener la maleta para el día siguiente y con una hora más de retraso a su día, se dispuso a tomar el tren que lo llevaría de Tokio a la prefectura de Chiba donde había reservado su hotel, pero ¡oh sorpresa! Nuevamente el medio de transporte decidió dejar de funcionar y esperó otra hora más para al fin llegar a su destino.

¿Cuál fue su sorpresa? El hotel le había cancelado la reservación, al parecer la época navideña era muy concurrida y no se podían dar el lujo de extender su tiempo límite de registro una hora más de lo establecido. Su habitación ya había sido ocupada y no quedaba ninguna vacante.

Después de otra hora perdida de su día, un desolado Kirishima se encontraba en la recepción del hotel usando el WiFi gratis para buscar algún lugar, el que fuera, que tuviera una habitación libre.

Quería largarse a llorar de la impotencia e incredulidad de no poder encontrar ni una sola opción.

Así que ahí estaba, caminando a la luz de la luna por una calle un poco solitaria para ser víspera de navidad; con frío y pensando en lo desafortunado que era y en que, probablemente, estaba bajo alguna clase de embrujo, no encontraba otra causa al porqué de todos los males que pasó en ese día.

Le dolían los hombros de cargar su mochila que, por arte de magia, no perdió, tal vez porque la llevaba como equipaje de mano y no había forma de que se perdiera justo en frente de sus ojos. Decidió descansar en una banca que se encontraba frente a un edificio algo pequeño con poca iluminación, para su sorpresa, aquel contaba con un letrero algo descuidado que dictaba "Hostal Bakugo" y su esperanza regresó en cinco segundos.

Con energía renovada se dispuso a entrar por la pequeña y modesta puerta con la que contaba el lugar, dando paso a un calor agradable que contrastó al frío puro de afuera. El lugar se veía acogedor y tenía las clásicas decoraciones navideñas, justo frente a él se encontraba un mostrador con varias cosas encima, a su izquierda unas escaleras (con una puerta debajo), que suponía llevaban a los cuartos y a su derecha lo que pensaba era un comedor con una pequeña cocina que alcanzaba a ver al fondo.

"Nada mal para ser un hostal" pensó.

Pero algo lo inquietó, y es que no había alguien que recibiera a los posibles clientes, ¿no se suponía que todos los lugares tenían a alguien encargado de eso?

Con voz vacilante, decidió hablar.

— ¿Hola...? ¿Hay alguien aquí?

No hubo respuesta. Intentó hablando un poco más fuerte.

— ¿Hola? Siento las molestias pero quiero saber si tienen alguna habitación disponible.

Ahora un quejido audible se escuchó de la puerta que estaba bajo las escaleras, pronto se abrió y un adormilado muchacho rubio, tal vez de su edad y claramente molesto salió de ahí.

Recuerda mi nombre [KiriBaku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora