III

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Como el sueño no se fue, aprendí a vivir con él.

Conforme creía y veía a mi alrededor me di cuenta de que tener una pesadilla recurrente no era nada en comparación a lo que sucedía fuera del refugio.

Alhelíes era un edificio de cinco pisos, recubierto de ladrillos y una gruesa barda que delimitaba su existencia en lo que fue un vecindario de clase alta. Era pequeño en comparación con las casas de la siguiente manzana. Mamá me dijo que antes era una oficina de gobierno, pero que tras La Caída fue acondicionado para servir como refugio.

En la planta baja se encontraba una cafetería, la que nos sirvió como comedor y sala de reuniones de los adultos. Ahí también se encontraba una puerta que llevaba al garaje donde se guardaban tres vehículos y dos galones de gasolina que utilizaríamos en caso de tener que trasladarnos a un refugio más grande. En los cuatro pisos restantes, amontonados en las oficinas, dormíamos hasta diez personas. Cuando el número de refugiados comenzó a disminuir, mi madre reclamó una oficina completa para nosotros. Allí pasé toda mi vida. Crecí bajo un escritorio de aserrín prensado con cajones laterales mientras mi madre intentaba descifrar números y letras que mi padre dejó atrás el día que se marchó.

Con el mundo bajo el dominio Moliere y la sociedad humana destruida que papá se marchara era impensable. Yo no quería que se fuera y mi mamá le pidió que no lo hiciera, que no había nada más qué hacer y que si se marchaba, tal vez no regresaría. Y eso fue lo que terminó ocurriendo.

— No hay nada que rescatar —recuerdo que sollozó mamá—. Charl... ya no hay nada que se pueda hacer —insistió mientras mi padre se apartaba de ella y se concentraba en mí.

— Tengo que irme —me dijo al agacharse frente a mí—. Sabes que nunca te abandonaría, ¿verdad?

— Quiero ir contigo.

— No sé puede —aseguró, aunque vio a mi mamá en lugar de verme a mí—. Si no nos volvemos a ver, no intentes buscarme. No abandones Alhelíes. Sin importar lo que suceda, a cuántos se lleven o lo que destruyan. Debes esperar.

Esperar.

Eso fue lo que hice.

Esperé que volviera, que el sueño se desvaneciera y que los Moliere se fueran del planeta. Nada de eso sucedió. Papá no regresó, el sueño mutó y los Moliere llegaron a Alhelíes, atravesaron la verja de acero y me reclutaron.

En realidad, sigo esperando. Es lo más sensato que puedo hacer. Después de todo, ya no somos la raza dominante.


EL RASTREADORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora