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Nyx fue la primera persona con la que conviví después de mucho tiempo. Cuando los Moliere se llevaron a mi mamá me quedé solo en aquella oficina improvisada como habitación. Leía y escribía sobre las hojas ya escritas, remarcaba las letras una por una, hasta que se empezaban a poner borrosas por las lágrimas. Todavía era un niño y estaba solo en un mundo dominado por otra raza.

Si bien mi madre me dejó una lista de cosas para hacer en caso de que los Moliere nos separaran, yo no quería hacerlas. Yo quería a mi madre de regreso. Incluso pensé en escaparme de Alhelíes y buscar a mi padre o ir detrás de mi madre. Pero ella ya no me reconocería ni me vería. Si la hubiera encontrado, yo sería un extraño.

Al final me acobardé, me escondí debajo del escritorio y dibujaba líneas inconexas en los laterales de la madera. Casi nunca salí de la habitación y pensé que morirme de inanición era el camino ideal. Pero ya nadie se muere de hambre o se enferma críticamente. Los Moliere nos han solucionado la vida. Habría que agradecer, ¿no?

Acostumbrado a la soledad me limitaba a las tareas que me asignaban en Alhelíes como barrer el comedor, organizar la comida que llegaba todos los días hasta la puerta del refugio. Al resto le gustaba engañarse, pero esa comida provenía de los Moliere. Mamá intentó analizar una muestra en el carente e improvisado mini laboratorio que tenía en nuestra habitación y lo único que encontró fue que una ración de las barras de carne contenía todas las vitaminas y nutrientes necesarios para que una persona se mantuviera sana. En un principio hubo quienes se negaron a comer. Cuando la comida enlatada se terminó, todos se fueron sobre las barras de carne y los jugos verdes sin pensarlo dos veces.

Estaba en la cocina, guardando las barras en una caja de cartón desgastada, cuando el silencio cayó fría y cruelmente sobre Alhelíes. Supe lo que significaba.

Había visto llegar decenas de naves durante tanto tiempo que debería sentir miedo apenas notara la insonoridad, pero el silencio que nos rodeaba también traía tranquilidad y la esperanza del final. Después de que mi madre fuese reclutada, yo deseé que vinieran por mí. En parte por deseaba reencontrarla, aunque en mayor medida mi deseo era producto de querer olvidar, de dejar de actuar como un robot programado y ser un humano programado. Así olvidaría todo y sería una de esas personas de las que escuchaba relatos. Un ciego adormilado que lavaba naves o reparaba cualquier daño en las ciudades del cielo. Incluso me gustaba la idea de sembrar y recoger cultivos en el sur. Nunca pensé que mi destino sería diferente. Ni siquiera creí que había una opción diferente a cultivar o servir en las ciudades Moliere.

Ese día, cuando el silencio cayó sobre el refugio en que me críe, fui yo quien fue señalado. Las voces susurraron mi nombre, los dedos me apuntaron y las personas que me mostraban el camino completaron el ritual que vi hacer a otros. No había nada más que esperar. Papá no regresó. Y los Moliere me habían ido a buscar. Mi futuro estaba sellado.

Eso pensé hasta que conocí a Nyx y me habló de la tercera opción, del destino al que muchos llegan y del que pocos regresan. Comparado con eso, que te arranquen los ojos y te borren los recuerdos no estaba mal. Eso es el destino soñado.

EL RASTREADORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora