Capítulo III: Grandes revelaciones

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Comenzaba un nuevo día en la avejentada secundaria, con personas más quebradas que las propias paredes que se desmoronaban y caían a pedazos. Pero ¿quién era yo para juzgar?

Me encontraba a punto de entrar al aula cuando Chis y Me notaron algo.

—Mira, Amandita. Sergito ha venido con Sarita y le trae puesto el bracito por encima. ¡Mira, mira! Mira como la observa; parece que se la quiere comer. Apúrate, saca el telefonito y publica el chismecito.

Pero Estefany no hizo caso y, con mirada penetrante, entró en el aula sin decir ni una sola palabra. Su supuesta amiga sacó el teléfono para hacer de paparazzi, tomar una foto y publicar la noticia que dejaría boquiabierto a más de uno (o quizás solo a mí).

Había lava en mi interior, recorriendo mis venas, elevando mi temperatura, llevándome a la efervescencia.

—Hola, Alex —me saludó cuando, por fin, se despegó de ese ruin, farsante y embaucador ser.

—Hola, Sara.

— ¿No vas a entrar?

—Ahora mismo.

Nos ubicamos en nuestros asientos.

— ¿Te sientes bien? Te veo muy rojo.

—Sí, estoy bien. Oye, no sabía que Sergio y tú estaban...

— ¿Juntos?

— ¿Lo están?

—No, no estamos juntos, creo.

— ¿Crees?

—Sí. Ayer tuvimos una cita.

— ¿Por qué le diste una cita?

—En realidad fue casi una obligación y todo gracias a ti, pero si la disfruté; mucho en realidad.

— ¿Gracias a mí?

—Me dijiste que debía detener la pelea que iba a ocurrir y eso hice. Fui a hablar con él y me dijo que solo había una forma en que podía solucionarlo todo y era saliendo con él ese mismo día. Así que fuimos al cine, y ni tan siquiera sabía que en el pueblo hay uno, que no es tan bueno, pero vimos una película muy romántica, ¿quién lo diría? Le gustan ese tipo de películas. Luego fuimos a tomar helado y nos quedamos un buen rato observando el cielo. Con lo que me gusta quedarme viendo las estrellas y él...

Me sentí tan tonto, ingenuo, imbécil, estúpido. No podía creer que todo esto era mi culpa. ¿Por qué tenía que decirle que fuera a hablar con él? ¿¡Por qué!?

— ¿Alex? ¡Alex!

— ¿Qué pasa? —pregunté regresando a la realidad.

—Te estaba diciendo que parece que es costumbre de casi todos los profesores de esta escuela llegar tarde a sus clases —me dijo Sara mientras los demás en el aula mantenían pequeños grupos de conversación.

— ¡Ah! Ellos si pueden hacer lo que quieren, pero si nosotros llegamos dos minutos tarde ya no nos dejan entrar —le respondí cuando comenzamos a oír unas voces que discutían fuera del aula y adicionaban, con cada palabra, un poco más de volumen haciendo que todos escucháramos con más nitidez la pelea verbal.

—Te dije que tenemos que parar todo esto; ¡ya no podemos seguir así! —afirmó un hombre.

— ¡Que no! Esta situación no se desvanece tan fácil —respondió una mujer.

—Debes entender que ya hay que terminarlo. Tienes que escucharme y hacer caso a lo que te digo —agregó él.

Enseguida me llegó el recuerdo de la tarde de ayer, cuando descubrí lo de la malversación en la escuela. Los individuos que discutían se decían lo mismo; uno indicaba que tenían que parar de sustraer los fondos y la otra persona quería seguirlo haciendo.

Gigantes en guerra [Completa] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora