Capítulo VIII: ¡Lo he matado!

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Casi como una metáfora, así comenzaron a pasar los días en la casa, de manera extraña mientras Maribel, de alguna forma, quería avanzar para posicionarse emocionalmente más cerca de mí, consiguiendo solo el efecto contrario y en el lugar donde mayormente habitaba la paz comenzaron a reinar los gritos y las peleas constantes, para así llegar a conocer a la verdadera mujer me trajo al mundo y luego decidió abandonarme.

Por otra parte, la luz me la daba mi tía cada vez que la visitaba, justo como le dije que lo haría y no le contaba nada de lo que estaba ocurriendo para no preocuparla con más problemas porque, por el momento, lo más importante era que ella sanara. María la ayudaba en todo momento, con comida, con su atención y con todo lo que hiciera falta.

Aprendí lo que es la radioterapia y no de la mejor manera; vi sus nuevas ampollas, la vi cansarse, debilitarse y sufrir. Conocí también los procesos que llegarían con el tiempo y los médicos aseguraron que podrían, luego de finalizar este proceso, realizar una cirugía para extraer el tumor. Finalmente, y de ser necesario, llegaría la parte de la quimioterapia o volver con las radiaciones, todo dependía de la evolución, pero los pronósticos para el futuro eran buenos, lo cual me llenaba de esperanza y avivaba mi corazón.

En la escuela las situaciones no cambiaron mucho. A Sara la evitaba todo el tiempo y notaba como ella deseaba acercarse a mí, pero yo prefería que no sucediera.

Algunos continuaron recordándome cada día lo que se había dicho de aquella triste madrugada, pero si alguien actuaba extraño, ese era Ricardo; al parecer estaba dejando de ser tan idiota. Cambiaba a tal punto de no querer pasar tanto tiempo junto a Sergio.

Por otra parte, las amigas que alguna vez fueron unidas por el chisme seguían sin serlo y esta situación no tenía buen augurio.

Lisa, con conocimiento del ambiente escolar, no dejaba de apoyarme y el fantasma no paraba con sus consejos; sin embargo, la llegada de las cartas volvió a cesar.

El sol no quería brillar porque en el cielo había ocurrido una tragedia. La luna se cansó de no poder estar junto a su amor platónico y, saciada de dolor, buscó un lucero que la acompañara: el lucero del alba.

El astro rey no los llegó a ver, pero de inmediato se enteró porque los chismes se esparcen rápido entre algunas estrellas indiscretas. Las nubes, en muestra de empatía, lo dejaron descansar para que nadie viera que se encontraba afectado y tiñeron el cielo de negro mientras lloraban y desfilan con prisa.

Los vientos, que por tanto tiempo habían decidido aconsejar al sol, tampoco estaban contentos y, enfurecidos, arremetieron contra todo lo que encontraron a su paso.

Los árboles parecían bailar, pero en realidad temblaban.

Me desperté con una gota cayendo sobre mi frente y acudí de inmediato a la cocina para buscar cubos, vasos, calderos y todo lo que encontrara para detener el diluvio que se propaga rápidamente en la casa. Allí me encontré a Maribel, quien al notar mi presencia se alarmó y llevó rápidamente su mano hacia la espalda con una botella que, al parecer, quería esconder.

—Espero que la lluvia no demore todo el día porque quiero ir a ver a mi tía esta noche —le conté, luego de no haber podido ir durante algunas semanas a ver cómo estaba.

— ¡No vayas! —me respondió exaltada.

— ¿Por qué no?

—Porque... porque ella me dijo que... se sentía muy cansada y solo quería poder estar tranquila... —me contó desplazándose ligeramente hacia un lado— tranquila y sin que nadie la moleste —añadió lentamente y hablando de forma extraña, diferente.

— ¿Cuándo conversaste con ella? —pregunté dudoso de la veracidad.

—Ayer. Yo... yo si fui a verla. Ella está mucho mejor. ¡Pero ya te lo dije! Quiere... descansar.

Gigantes en guerra [Completa] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora