Capítulo I: La nueva estudiante

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Jamás hubiera esperado todo lo que sucedería; todo lo que estaba a punto de llegar. Mi realidad cambiaría de formas impensables y no tenía ni idea.

El sol se despertó y la luna, incapaz de hacer frente a su poder, abandonó el lugar. El insoportable sonar de mi obsoleto y atrasado despertador taladró mi profundo sueño, anunciando que era hora de levantarme y comenzar el nuevo día.

—Eh, tía, ¿y a ti qué te pasó en la cara? —le pregunté al encontrarla en la cocina.

— ¡Buenos días! —Me dijo algo furiosa al no darle el respectivo saludo—. Muy gracioso; estas ojeras no son más que el cansancio, producido de tanto trabajo. Oye, pero ¿y a ti qué te pasó en el pelo? Parece que anoche los pájaros lo tomaron como nido —concluyó mientras su carcajada inundó el silencio y a mí no me quedó de otra más que reírme junto a ella.

— ¿Ya preparaste el desayuno?

—Lo siento, pero ya no nos queda nada en el refrigerador. Esta tarde iré a comprar alimentos —afirmó a la vez que organizaba el lugar para luego marcharse a trabajar.

—La miseria es lo peor que le puede pasar a alguien en este mundo —reflexioné.

—Por favor, Alex, no digas eso.

— ¡Lo digo porque es la verdad!

—No me pongas los ojos en blanco. En este mundo hay muchas cosas peores que le ocurren a diario a la gente y nosotros, gracias a Dios, no pasamos por ninguna de ellas.

—Ah, ¿sí? ¿Cómo qué?

—Desafortunadamente la gente como tú, con la cabeza más dura que una piedra, solo lo puede llegar a comprender con el tiempo.

—Cuánto desearía haber nacido en una familia rica —pensé en voz alta.

—Entonces siento que solo te haya tocado una tía sin dinero, pero ¿quién tiene todo lo que quiere? —me preguntó y entonces noté la tristeza en su cara.

—Eso no fue lo que quise decir. Yo...

—No te preocupes y... ¡apúrate! o llegarás tarde a la escuela —agregó con intenciones de finalizar el tema de conversación al inhalar profundo y exhalar con más lentitud.

Pero terminé haciéndole caso pues, como casi invariablemente ocurría durante nuestras discusiones, ella rescindía teniendo la razón. Se lo había confesado alguna vez y decía que era por la edad; que las arrugas en su cara, las canas en su pelo, las manchas en su piel y los dolores en sus huesos no estaban por gusto. Como si de verdad tuviera tantos años. Solo eran 63 y para ella el momento de dejar este mundo siempre se encontraba demasiado cercano. No debía discutirle. Hacía tanto como podía y para mí, después de todo lo que habíamos tenido que pasar, debía ser más que suficiente.

Llegué a la única escuela secundaria del pequeño pueblo, destruida por el largo paso de los años y, sinceramente, me sentía un poco triste por todo lo acontecido. Mi vista estaba nublada, sentía los ojos húmedos y prefería que nadie me viera así, por lo que entré rápidamente a uno de los baños del lugar para secar mis ojos. Era tenebroso; el suelo estaba húmedo y tenía pies marcados; las paredes se encontraban rayadas y por todos lados se hallaban bocetos pornográficos.

Pasé de manera apresurada frente a un viejo espejo que maldecía por siete años a quien decidió romperlo. El lugar era oscuro y podía no haber sido nada, pero me pareció ver algo extraño.

Fue entonces cuando me quedé completamente quieto, conteniendo hasta la respiración. Sentí que mis pelos se pusieron de punta y de inmediato los escalofríos se propagaron hasta cada parte de mí.

Gigantes en guerra [Completa] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora