Capítulo IX: Un mejor rumbo

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Desperté, me preparé para ir a la escuela y ya Maribel estaba en la cocina, otra vez haciendo ruidos. No sabía cómo lo haría, pero tenía que salir sin que me viera porque no quería que me anduviera preguntando qué me ocurrió.

— ¡Alex!, ¿ya te vas? —me preguntó al salir de mi cuarto, sin poder evitar que me viera, pero me encontraba de espaldas—. Hay algo que necesito decirte. ¡Mírame cuando te hablo! —me gritó exaltada, por lo que no encontré más opción y me giré—. ¿¡Pero qué te ha pasado!? Déjame verte de cerca —añadió acercándose a mí para revisarme.

—Cuidado, que me duele.

— ¿Cuándo te pasó esto?

—Ayer.

— ¿Por qué no me dijiste nada?

— ¿Cuándo, por la madrugada al llegar borracha?

— ¿¡Qué dices!? Mira, no te digo lo que llevas porque me duele mucho la cabeza, pero si no, me ibas a tener que escuchar —entonces pasaron unos segundos en los que desvió su vista a la pared, se quedó callada y luego reaccionó—. ¡Ay no!, Flora me advirtió que tenía que aprovechar muy bien esta segunda oportunidad, que tenía que cuidarte bien y asegurarme de que nada te pasara y... ahora ¿qué voy a hacer? Cuando regrese me va a alejar de ti y ya no podré verte nunca más. ¡Tengo que hacer algo! Tú no te preocupes mi hijo —me dijo poniendo sus frías manos en mi cara—, yo voy a solucionarlo todo, seré una buena madre.

— ¿Tú crees que esta mujer de verdad te pueda tratar alguna vez como tú te mereces? ¿Piensas que te puede dar la vida que necesitas? Pero yo te puedo decir cómo hacer realidad todos tus deseos ¿o ya olvidaste lo que conseguiste junto a mí? —sedujo el fantasma que apareció sigiloso y anduvo con pasos lentos por entre el lugar.

— ¡Te dije que no quería volver a verte! ¡Jamás volveré a seguir alguno de tus consejos! —le grité furioso al reencontrármelo y entonces desapareció.

— ¡Alex! ¿Eso es conmigo? —me preguntó Maribel.

—Claro que no.

—Entonces tú también vez cosas; tú también escuchas voces.

Inmediatamente quité sus manos de mi cara y me dirigí a la salida.

— ¡Yo no soy como tú! —le respondí antes de salir y luego de estas palabras saló y cerré la puerta con todas mis fuerzas.

Llegué a la escuela, que se encontraba más sombría de lo normal por la oscuridad que las nubes le aportaban al día y debía correr un poco para no llegar tarde al matutino en el cual el director hacía hincapié en las graves consecuencias que podía tener cualquier acto de indisciplina porque, como acudían los metodólogos, tenía planeado que todo saliera perfecto, pero una vez más se equivoca en pensar que todo surgiría tal y como deseaba.

Me costó explicarle a Sara que estaba bien y que los moretones y la hinchazón no eran nada.

Escuchamos sus tediosas palabras, acudimos a clase, nos enteramos de la llegada de los metodólogos, pasó el tiempo, llegó el receso y también la hora de que nuestra maquinaria funcionara. ¿Seríamos capaces de movernos como auténticos engranajes?

Minutos antes pedí permiso para ir al baño, pero en verdad necesitaba conseguir dos objetivos. El primero era pedirle las llaves a Esther, a quien busqué en su oficina, pero no estaba; sin embargo, había dejado todas las llaves sobre su escritorio y, aunque no está bien tomar lo que no es mío, me las llevé porque es por un bien mayor; como diría el fantasma para justificar lo mal hecho. El segundo objetivo era lograr que la persona que tenía en mente para que ayudara a Ricardo a crear una distracción, aceptara hacerlo.

Gigantes en guerra [Completa] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora