Desde que entraba hasta que salía se tiraba las horas mirando por la ventana o al reloj del fondo de la clase, esperando a que todo se acabase. Era su forma de evadirse de la constante chapa que le daba cada uno de sus profesores, y de la realidad. Nunca tuvo a nadie a quien llamar amigo, pero tampoco lo necesitó, la soledad y la música eran sus acompañantes desde que tenía memoria. Todos los días se preguntaba porqué seguía allí, vivo, si no encontraba su camino. No sabía ni siquiera como conseguía aprobar los exámenes, siendo que ni siquiera prestaba atención a las clases y sólo estudiaba el día del examen. Algunos lo llamaban genio, otros lo envidiaban, y el resto le ignoraba. Ocupaba una mesa en la clase, una línea de infinitas en cada una de las agendas de sus profesores, una taquilla entre las cientas que adornaban los pasillos... Vamos, que si desaparecía nadie se daría cuenta, era irrelevante.