En un reino distante, en el corazón de Corea, existió un monarca cuyo nombre se susurraba con temor y respeto: Rey Jimin. Lejos de la imagen del líder amable y compasivo que muchos esperaban, Jimin gobernaba con mano de hierro, implacable y frío como el acero. Su presencia en el trono no solo era una señal de poder, sino de control absoluto, donde cada gesto y palabra era calculado para mantener su dominio sobre todos. En las tierras más remotas, donde los susurros del viento acariciaban las colinas y el sol se desvanecía lentamente al final de cada jornada, existía una figura que deslumbraba a todos con su belleza etérea. Su nombre era Jeon Jungkook, un joven doncel cuyos ojos azules como el cielo en una mañana clara podían cautivar incluso al corazón más frío. Jungkook no era un príncipe ni un guerrero, pero su presencia era tan poderosa que parecía pertenecer a otro mundo. Su cabello oscuro, casi negro, caía suavemente sobre su frente, enmarcando un rostro de facciones perfectas y delicadas, como si los dioses mismos lo hubieran esculpido. Sin embargo, lo que verdaderamente le confería un aire inconfundible de nobleza y misterio eran esos ojos azules, profundos y brillantes, que reflejaban un alma pura y, a la vez, una intensidad que pocas personas podían comprender. no me hago responsable de traumas o otras cosas si te gusta y te encanta vota por el sin más comenzemos suerte