Two

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Era miércoles.

Habían pasado tres días de aquel fatídico domingo y nada pareció mejorar para Taehyung. Desgraciadamente, no pudo sacarse de la cabeza a aquel castaño y en contadas ocasiones incluso soñó con él. Eran sueños extraños en donde su rostro resplandecía y su angelical voz lo acompañaba, dándole hermosas y a su vez perturbadoras fantasías a Taehyung. También, y como si fuera la cerecita sobre el pastel, el inicio de clases estaba más cerca de lo que alguna vez pensó. Solo quedaban dos semanas y eso gracias a que su madre se apuró en ingresarlo junto a su hermano el lunes a primera hora. Ese mismo día llegó una joven y adorable empleada de nombre Yoonhye que tenía a sus padres encantados por la buena comida que preparaba y lo organizada que era en general.

La casa estaba más alborotada de lo usual esa tarde, pues en breve llegaría la tan esperada visita de la señora Kim. Según escuchó, se trataba de una tal familia 'Bae', cuya clase social era alta y respetada en todo el pueblo. Su madre le ordenó a Jimin ponerse elegante y más "guapo" de lo usual, orden que repitió con Taehyung y que éste se vio en la penosa obligación de acatar.

Mientras ajustaba aquella corbata azul oscura a rayas en su cuello, recordó el traje que lucía ese lindo chico en cuanto salió de la iglesia. Sintiéndose estresado, resopló, acción que se le estaba tornando inminente y repetitiva los últimos días. Estaba cansado de cierta manera de tener que vincular todo lo que hacía o decía con ese muchacho. No lograba sacárselo de la mente con nada. Todo esfuerzo era completamente en vano.

Se puso el bléiser de mala gana y para finalizar se echó algo de colonia. Se miró por última vez al espejo y entonces salió, intentando mostrar una expresión más afable que esa cara larga que estaba tan inherente últimamente.

Todo relucía y la cocina olía más que bien. Su madre prácticamente gritaba dando órdenes, irritando a los tres hombres que lo único que podían hacer era obedecer. Por fortuna, todo se calmó en cuanto un Alfa Romeo c8 de los antiguos aparcó en la acera de la residencia. De él salieron dos chicas, un hombre y una mujer.

No tuvo que voltear a ver a su hermano para dar por hecho que estaría babeando por las jóvenes, pues eran esas las mismas que le había enseñado en la entrada de la iglesia.

Qué conveniente.

Fingió una sonrisa posteriormente de sentir el codazo de su madre. Todos esperaban por los invitados en la entrada, los ocho sonriéndose grandemente... Quizá también escabrosa e hipócritamente.

—Tienen una casa hermosa —halagó la mujer una vez estuvo lo suficientemente cerca. Todos hicieron una ligera reverencia; luego el señor Bae estrechó la mano del señor Kim y ambas féminas se abrazaron. Los adolescentes solo pudieron mirarse entre ellos, repitiendo aquello de las reverencias—. Gracias por recibirnos. Nara me cayó muy bien con solo unas cuantas palabras en la iglesia. ¡Me muero por hacernos cercanas! —sonrió exageradamente—. Estoy segura de que tú, Kijung —se dirigió a su padre—, me caerás igual de bien. —Su mirada pasó del padre a los dos chicos—. ¡Y ustedes deben ser Jimin y Taehyung! Seguramente se llevarán muy bien con mis hijas.

Taehyung lo dudaba. Jimin estaba casi seguro de eso.

Tras más halagos, una incómoda bienvenida y un tour que Nara le dio a los recién llegados por la vivienda, pasaron al comedor, donde se estaba llevando a cabo una amena conversación entre los cuatro adultos. Los adolescentes pocas palabras compartieron más allá de decir sus nombres y sonreírse cada tanto cuando chocaban miradas en la mesa. Las chicas eran lindas y parecían buenas, eso eludiendo el hecho de que aparentaban tener su propio idioma. Joohyun, la mayor de ellas, tenía diecisiete años y la otra, Seulgi, solamente dieciséis.

—Los chicos están tan callados... —comentó la señora Bae luego de beber algo de vino—. Por cierto, Nara, ¿qué hacen tus hijos?

—Por ahora solo estudiamos —respondió Jimin por su madre. Ella asintió.

—Así es —corroboró—. Están por terminar el instituto y no sé... Después supongo que los mandaremos al extranjero o algo así a que estudien lo que ellos deseen.

—¿Y qué quieren estudiar? —todos los presentes se mostraron interesados.

—Aún no lo sé —admitió la señora Kim—. Jimin es realmente bueno pintando, pero no sé si eso es lo que desee hacer —miró al aludido con una ligera sonrisa de confusión—, supongo que querrá estudiar algo relacionado al arte y abrir una galería, ¿no, cielo?

—Eso planeo —se limitó a contestar. Seulgi le sonrió.

—¿Y Taehyung?

—Taehyung ama la fotografía —comentó Nara con orgullo—. Kijung le obsequió una Circa 1920 hace poco y él desde entonces no la ha soltado. Ha hecho tomas maravillosas.

—Chicos que admiran el arte y sus componentes —halagó el señor Bae—. Serían un buen partido para nuestras hijas. —Bromeó, haciendo reír a todos e incomodando a los más jóvenes.

—Así también lo creo yo. Chicos, ¿por qué no van con las señoritas a dar un paseo después de almorzar? Morirán de aburrimiento si se quedan aquí a escuchar conversaciones de gente mayor —propuso Kijung, su padre. Tanto Jimin como Taehyung asintieron, el primero por gusto y el segundo por obligación.

No hubo mucho de que hablar. Era Jimin el que se robaba la atención de las chicas porque desde siempre fue más social, encantador y adorable. Taehyung era relativamente tímido y cerrado a comparación de él, cosa que el mayor trataba de solucionar cada vez que se le presentaba la oportunidad. Nada surgía, sin embargo. Taehyung se la pasaba en su propio mundo.

Mundo en el que tampoco podía huir del recuerdo de aquel chico de la iglesia.

¿Por qué estaba así por alguien que ni siquiera conocía? Peor todavía, ¿por qué estaba así por un chico y no por una chica? Joohyun era bonita.

No tan bonita ante sus ojos como el muchacho del coro, claro estaba.

—¿Qué haces? —le preguntó Jimin entre dientes, sonriendo forzosamente cuando Joohyun y Seulgi, quienes estaban en el jardín admirando las flores, volteaban a mirarlos—. ¡Me estás dejando todo el trabajo a mí!

—No sé de qué hablar con ellas, Jimin.

—Creerán que eres extraño y además...

—Soy extraño —interrumpió en una afirmación.

—Ser extraño está bien, lo que está mal es que seas un extraño con el que no se puede hablar. ¡Pregúntales algo o yo qué sé, solo no me dejes toda la tarea a mí! A veces se me agota el encanto.

—Ellas tampoco ponen mucho de su parte.

—Colaboran más que tú, déjame decirte. Parece que no pudieras dejar de pensar en... —se lo pensó antes de reanudar. La simple palabra le daba náuseas—. En ese chico...

—Y no estás para nada equivocado. Efectivamente no he podido sacármelo de la cabeza.

—Sabes que te apoyo, pero nuestros padres no lo harán. Esta —señaló a ambas chicas—, es tu oportunidad para volver a la normalidad.

Normalidad...

¿Tan anormal era gustar de un chico? 

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