Capítulo dos

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—¿Tienes un equipo?

La mirada que la chica le regaló daba a entender que quería matarlo, enterrar su cuerpo en un bosque y quemar toda evidencia de su crimen, pero Bastian se obligó a sonreír. Siempre sonreía cuando no sabía qué hacer consigo mismo. Como respuesta casi obligada, ella suspiró, negando mientras lo veía de arriba a abajo, sus ojos grises pausando en su brazo unos momentos. 

—Bueno, esto será interesante —murmuró Holga en derrota, apuntando hacia el asiento vacío frente a ella. Él, sin nada más que decir, tan solo se sentó girando la silla con una mano para que pudieran verse mejor, cuidando que su brazo enyesado no pegara con la silla de metal. Se lo había fracturado el otro día, cuando intentó bajar al gato diabólico de su vecina del árbol cerca de su casa, pero dudaba que a su compañera de equipo le interesara saber eso. 

—Entonces... ¿ahora qué? —preguntó Bastian, con los nervios incómodos bullendo en su estómago, ocasionados por el silencio entre ambos que se extendió por tortuosos minutos. Sus ojos fueron al cuaderno de la chica, ahí se veía escrito lo que había puesto la profesora Galilea en el pizarrón sobre el proyecto y demás. Él no podía tomar notas, no con su brazo en ese estado. 

Tal vez podría pedirle los apuntes a Holga, aunque por la mortífera mirada de la adolescente, le daba algo de miedo pedirle el favor. 

—Considerando que nos quedan como cinco minutos de clase, lo mejor es buscar una forma en que podamos estar comunicados fuera de la escuela —habló la más alta sacándolo de sus cavilaciones. 

—Yo digo que hay que intercambiar números —dijo el muchacho sacando, con dificultad, el celular del bolsillo de su pantalón escolar e insertando la contraseña—. Aviso desde ahora que tengo trabajo y a veces eso me impedirá juntarme contigo, cuando llegue a casa te enviaré los días que estaré ocupado. Cuando no lo esté podemos vernos en el parque o en un café. 

Holga asintió, pensativa. Tomó el celular de las manos de Bastian de improvisto y comenzó a agregar su número en los contactos, para después regresarle el dispositivo como si nada. Bastian se sacó de onda, por supuesto, y mostró esa sorpresa con un quejido dramático. Holga se encogió de hombros indiferente a lo que él sonrió. 

—Pudiste haberme preguntado. 

—¿Por qué? ¿Temes que encuentre las cosas indecentes que escondes? 

Bastian se sonrojó, agarró el borrador que estaba al lado del cuaderno de Holga y se lo aventó en la frente. Ahora fue ella quien se quejó indignada. 

—Me pudiste sacar un ojo —habló Holga, tallándose la frente con un ceño fruncido. Esta vez, Bastian se encogió de hombros. 

—Esa es mi venganza. 

—¿Alguna vez te han dicho que eres súper irritante? 

—Qué dices, soy encantador —mostró su mejor sonrisa inocente, aunque eso pareció no convencerla. 

—Esa no te la crees ni tú. 

Bastian rodó los ojos, ahora que estaban en una mediana confianza, agarró el cuaderno y comenzó a repasar las indicaciones del trabajo que estarían haciendo en equipo. Holga y él hablaron un poco sobre el proyecto, dando ideas vagas y para nada útiles a la vez que reían por cualquier estupidez que salía de los labios de Bastian en un intento de hacerla reír. Al final lo logró y se sintió contento con eso, aunque con la comezón que estaba comenzando a sentir en su brazo no pudo disfrutar del todo su logro, haciendo que pararan sus chistes y bromas, por ahora. 

Sin que se dieran cuenta, aunque era de esperarse, la campana sonó, indicando el fin de las clases. La profesora Galilea habló algo sobre que para la próxima clase le entregaran un papel con los integrantes de cada equipo, al igual que les deseó a todos suerte y una bonita tarde. Viendo su alrededor, Bastian notó que un puñado de alumnos estaba saliéndose del salón con su respectivo grupito como si el mundo se acabara, mientras que otros tantos estaban aún guardando sus cosas. 

—Estaré esperando tu mensaje —dijo Holga repentinamente y como despedida; recogió sus cosas y las puso en su mochila y de los dos fue la primera en salirse del salón, así sin más.

Bien, ok, claro. Le pareció a Bastian un poco seca su actitud, pero no se lo tomó personal. Se levantó del pupitre y fue hasta su asiento, ubicado en la parte de atrás donde se ubicaba la ventana que daba vista al pasillo de la escuela. Intentando meter todos sus útiles en su mochila, maldijo por lo difícil que era usar solo una mano, considerando que era zurdo y estaba usando su brazo derecho. Y como nadie se dispuso a ayudarlo, terminó siendo de los últimos en salir del salón, lo que significaba que iba a perder el autobús y que llegaría tarde a su trabajo. Obligándose a ser positivo, caminó rápidamente hacia la salida sin tener en consideración siquiera ir hacia su casillero y guardar los libros y cuadernos que no necesitaba. Hubo ocasiones en que se tropezaba con los demás alumnos, pero no era nada grave como para que se ganara algo más que insultos y maldiciones hacia su persona. 

—¡Lo siento! —intentó decir a una chica a quien sin querer le tiró su paleta de mango al suelo, pero le salió más como un chillido. Sin voltear atrás para ver si ella se encontraba sentimentalmente bien y no traumatizada por el crimen del que ella fuera víctima, aceleró sus pasos hasta llegar a un ritmo constante. Milagrosamente, llegó justo a tiempo a la parada, con el autobús a punto de partir, cansado y tosiendo, logró encontrar un asiento vacío cerca de las puertas. Puso su mochila en sus piernas, enterró su rostro en ella y quiso tranquilizar su respiración. Su brazo le estaba doliendo, pero lo ignoró. 

Esperó hasta llegar a su destino, se bajó del bus pagando a la conductora y caminó ya más relajado hasta llegar a una casa con un jardín grande y colorido. Yendo hacia la entrada, tocó la puerta a lo que una señora de unos cuarenta y tantos con sus labios pintados de rojo le abrió. 

—¡Qué bueno que llegas! —lo invitó a entrar mientras lo guiaba hacia la sala, donde un pequeño niño estaba dormido en el sofá—. Dani no ha parado de llorar porque no te ha visto desde la vez en que te lastimaste el brazo. Logré hacer que se durmiera, pero como sabes, no tardará mucho en despertarse —la señora Verónica acomodó su cabello y su ropa de trabajo, se notaba que estaba en apuros—. No tengo que decirte lo que ya sabes, así que te deseo suerte que debo irme ya o se me hará tarde.

—No se preocupe, usted vaya con confianza —sonrió conciliador el menor. 

La mujer le dedicó una sonrisa grande decorada con labial, y en poco tiempo ella salió de la casa murmurando sobre trabajo y más trabajo, dejando a Bastian solo con un chamaco adormilado. 

La metodología del amor y otros misteriosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora