Capítulo nueve

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El garaje estaba lleno de viejas cajas sin etiquetar, una bicicleta azul que Holga utilizaba ocacionalmente como medio de transporte, y un coche negro que necesitaba una nueva capa de pintura. Los dos adolescentes se encontraban más que interesados en el contenido de dichas cajas, así que empezaron a rebuscar en ellas. Dentro había varios libros, algunos álbumes, fotografías sueltas, casetes, recortes de periódico, e incluso un paquete de dulces caducados que Bastian pudo o no haber probado.

De lo único que no cabía duda era de que Holga no se sorprendió cuando el chico escupió algo contra el suelo, asqueado.

—Sabe a calcetín viejo —dijo él, tallándose la boca.

—Deja eso —Holga rodó los ojos tan pronto oírlo, y continuó rebuscando—, estás ensuciando el espacio.

—Muchas gracias por preocuparte por mi salud.

—Dímelo en tu lecho de muerte.

Bastian la ignoró, y decidió que lo mejor era recoger el pedazo de dulce y envolverlo en su papel, para luego guardarlo en su bolsillo. Cuando pudiera, lo tiraría a la basura. Probablemente. Si es que no se le olvidara.

La verdad era que buscar una cámara vintage de principios de los dos mil no resultaba fácil. Porque había que buscar entre cosas que guardaban recuerdos que se escondían en cajas de diversos materiales. También significaba, sin duda, que inevitablemente encontraría uno que otro rastro de su padre a través de las grietas.

Distraída, Holga continuó con lo que estaba haciendo, al menos hasta que oyó:

—Vaya, vaya —exclamó Bastian animadamente, mostrando una sonrisa grande al encontrar un montón de disfraces de fiestas pasadas en una de los contenedores de plástico—, mira qué tenemos aquí.

El muchacho no se paró a pensar en lo que estaba a punto de hacer. Eligió unas gafas de plástico verdes, una peluca blanca rizada, un vestido rojo que le quedaba una o dos tallas grande, y unos zapatos negros de tacón. Se cambió allí mismo, encima de la ropa que llevaba puesta, teniendo cuidado con su brazo ya que, a pesar de que le habían quitado el yeso el día anterior, su brazo todavía hacía por acostumbrase al movimiento. Pero lo consiguió, a duras penas.

—Estoy tan buena ahora mismo, ¿no es así? —preguntó en travesura, moviendo sus cejas sugestivamente de arriba hacia abajo. Varias, varias veces.

—Tengo ganas de vomitar —comentó Holga, en cambio, tomándose la libertad de ser sincera al verle en ese deplorable estado—, además, ¿realmente sabes andar en tacones?

Y Bastian, viendo lo difícil que le resultaba quedarse quieto con semejante calzado, su respuesta obvia había sido:

—Ah, ¿sí?

—Te vas a caer.

—No es cierto.

—¿Me ayudarás a buscar la cámara de mi mamá, o no?

—Mejor voy a patearte el trasero.

Holga se encogió de hombros, y luego:

—Si tan solo pudieras llegar tan alto.

—¡Estoy usando tacones altos! ¡Puedo alcanzar a Dios ahora mismo!

—Sigue repitiendo eso, tal vez se haga realidad.

Bastian, indignado, optó por ignorarla y realizar un corto recorrido de una esquina a otra del garaje que le llevó a casi caerse unas cinco veces. Consecutivas. En respuesta a su pobre interpretación, Holga se rió con ese brillo juvenil en los ojos, poniendo ambas manos sobre su boca para ocultar su diversión.

—No sabia que eras capaz de reírte —Bastian dijo, al mismo tiempo que se acercaba a ella con la misma gracia de un cervatillo recién nacido.

—Es que eres una draga fea, —logró decir entre sus carcajadas, pausando un poco para tomar aire—, la más fea que he visto en mi vida.

Él la observó, con sus grandes ojos marrones teñidos de sorpresa.

—Qué amable de tu parte.

Momentos después, reanudaron la búsqueda de la cámara perdida. Holga resoplando de vez en cuando con incredulidad, y Bastian haciendo en intento por no caerse en el proceso. Seguía llevando puesto el disfraz cuando ella lo encontró finalmente en una de las cajas que contenían un álbum de fotos de tapa roja, y una carta con dedicatoria a su nombre.

No le apetecía saber su contenido.

—¿Crees que sigue funcionando? —cuestionó el chico a su lado, asomándose por su hombro.

—Me imagino, sino, podríamos probar con el celular de mi madre.

—Todo sería mucho más fácil si no se te hubiera caído el tuyo al agua.

—He dicho que lo siento, ¿de acuerdo? Estaba escuchando música y lavando los platos y no sabía que el agua podía llegar tan lejos.

Antes de que la draga más fea del mundo pudiera decir algo al respecto, la madre de Holga se asomó por la puerta del garaje. Su cabello castaño se hallaba recogido en un moño, con suaves mechones que caían en sus ojos y mejillas. Era una mujer en sus treintas, regordeta y de aire cálido. La primera vez que Bastian la vio, la comparó con una actríz que ni madre e hija conocían.

—¿Cómo les está yendo, chicos? —preguntó ella, atenta. Amable. Su mirada viajando de un punto a otro, notando el desastre que los adolescentes habían estado haciendo. Además, poco o nada prestó atención al chico vestido de mujer en medio de su garaje.

—Bien, creo que ya encontramos la cámara —comentó Holga, dándose la vuelta. Como muestra de su triunfo, estiró el artefacto hacia su madre—. Solo será ver si sigue funcionando como dices.

—Déjame ver.

La mujer se acercó hacia ambos adolescentes, y tomó de la cámara con bastante delicadeza. Pasó una mano sobre los botones y la pantalla, ensuciando sus dedos en el proceso. En cuestión de segundos, la cámara se encendió.

Pasó un rato antes de que Holga entendiera finalmente cómo funcionaba, y otro más para que se sintiera lo suficientemente confiada en hacerlo por sí sola, sin ayuda de su madre. Misma que se tuvo que regresar apurada a la cocina por andar cocinando.

Bastian, sin embargo, seguía dudando de sus propias capacidades tecnológicas.

—Esta cosa se siente como si fuese de la era de piedra —gruñó, alejando los pedazos de peluca rizada que le impedía ver—. No sé si puedo usarla.

A su lado, Holga me restó importancia a su declaración, optando por jalar al muchacho de la muñeca hasta la sala.

—Oye, relájate. No tienes que ser tan brusca —dijo, aún con sus gafas ridículas, peluca ridícula, vestido ridículo, y tacones ridículos. Todo en él era ridículo.

—Y tú no tienes que ser tan terco. Más te vale que no me dejes sola a la hora de grabar el proyecto.

—Ya, lo siento. Estaba jugando.

Holga asintió, esforzándose por no sonreír.

—Perdonado, mi querido Bastian.

Bastian en un vestido gente, ahora lo han visto todo

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Bastian en un vestido gente, ahora lo han visto todo.

Me falta editar, sorry. No ayuda que el teclado de mi laptop no está funcionando correctamente :c

La metodología del amor y otros misteriosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora