Capítulo seis

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A medida que avanzaba por la acera, el crujido de las hojas secas producía un murmullo sonoro. Octubre era un mes agradable, todo naranja y frío, la tranquilidad de la estación le hacía feliz. A su lado estaba Daniel, un niño al que le gustaban las piedras, las ranas y los insectos, sin ningún orden en particular. Lo había cuidado antes, su madre era empresaria, así que por supuesto necesitaba sus servicios como niñero. También era una de las pocas personas que le dejaba cuidar de sus hijos, no mucha gente quería un hombre cuidando a infantes. Los prejuicios hacían difícil encontrar trabajo.

Iban agarrados de la mano, Bastian en dirección a la carretera y el pequeño Daniel por el lado de las casas que formaban el barrio. El infante hablaba emocionado de un insecto que había aprendido en el libro que le habían regalado en su reciente cumpleaños, el adolescente escuchaba mientras pensaba en que su brazo estaba mejorando, y que en dos semanas más o menos le quitarían el yeso y estaba ansioso por volver a ser libre. Sin limitaciones, sin molestias, sin picores... incluso podía imaginarlo, él a gusto de nuevo usando su brazo como si nada.

Entonces recordó que mañana Holga iba a reunirse con él en su casa para el proyecto escolar pendiente, esperaba haber enviado la dirección correctamente, la última vez se confundió accidentalmente el siete y el uno a la hora de decir dónde vivía y el chico casi comete un crimen contra él.

—¡Mamá, mamá!

Daniel movió animadamente el agarre que tenía sobre Bastian, pero no lo soltó. Conociendo su impaciencia, decidió llevarlo hasta donde su madre se encontraba fuera del coche con los brazos abiertos. A pocos pasos y a una distancia segura, soltó al niño y aquel corrió rápidamente pese a sus cortas piernitas.

—¡Cómo te he echado de menos, mi niño! —exclamó ella, besando cada rincón de su carita, a lo que siguieron risas infantiles.

Bastian comentó, un poco incómodo ya que estaba convencido de haber arruinado el momento especial entre madre e hijo, que debía entrar a la casa y recoger sus cosas antes de salir. Verónica, asintió varias veces y dijo "claro" y "por supuesto", la puerta se abrió y en un santiamén todo estaba listo y el dinero pagado. Se despidió con un abrazo e insistió en que no necesitaba que le llevaran a casa, que eso estaba bien y que gracias.

El trayecto hasta la estación de autobuses acabó siendo largo y aburrido. Sorprendentemente, descubrió que no le importaba mucho. Sí, estaba cansado, y sí, quizás había perdido más sueño del necesario, pero al menos tendría algo de paz y tranquilidad durante un par de minutos. Hasta que se despertó y se dio cuenta de que se había saltado la parada. De nuevo. Por cuarta vez esta semana. Su suerte era realmente mala.

Salió del vehículo, con los hombros metidos en sí mismo porque le daba vergüenza. De la vida. De la situación en la que se encontraba. De sí mismo. Ahora esperaba caminar veinte minutos más, lo cual no parecía tan malo si se quitaba el hecho de que estaba ansioso por llegar a casa. Hasta que los ojos de Bastian captaron una roca en medio de la acera, algo relativamente sencillo y sin interés si lo ponemos en perspectiva. Era de pequeño tamaño, de textura arenosa y bastante excéntrica en sus ángulos. No era un objeto bonito, francamente tenía un aspecto feo. Pero era una roca, y las reglas decían que una roca es una roca, sea bonita o no.

Con eso en mente, Bastián la recogió del suelo, la metió en uno de sus bolsillos y sonrió, el recuerdo de su falta de suerte se fue así como así. Al cabo de un rato, llegó por fin a su destino, que se encontraba casi al final del barrio, como en la cima de una subida muy empinada. La casa era modesta y algo descuidada, el único jardín en la parte delantera, todo seco y nada verdoso, ya que era pleno otoño. De su bolsillo, la que no cargaba la piedra, sacó las llaves y abrió la puerta, siendo recibido con un charco de lo que parecía yogur de fresa en el suelo.

La metodología del amor y otros misteriosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora