VIII

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MARCAS

Natalia, que estaba al filo del acantilado sintió una ráfaga de aire proveniente de delante suyo. Cuando sintió un pequeño toque en la espalda se giró asustada, sorprendiéndose al ver  a Alba, pues acababa de verla tirarse al acantilado, pero alucinó más cuando la vio pararse de pie delante suyo, tendiéndole la mano.

     — Vamos.

     — Alba, tú...— incrédula, parpadeó bastante rápido, hasta caer en la cuenta de que gracias a sus invisibles alas podía volar.  — Flipas si estás pensando que yo voy a cruzar el acantilado, ni de coña, que miedo.

     — Tú solo tienes que confiar en mí, cógeme la mano.

Con temor de lo que pudiera suceder, le cogió la mano dudando en si aquello sería lo correcto o no.

Alba, inmediatamente empezó a volar y sonrió con ternura al ver a Natalia con los ojos cerrados, sabiendo que aquello la asustaba.

     — Más te vale no soltarme la mano.., cómo lo hagas vas a caerte, así que nada de tonterías... Y abre tus ojitos, que las vistas son súper bonitas.

     — No si ya lo sé, tu por eso no te preocupes que puedes estar tranquila, no iba a soltarte la mano para nada.., esto de volar me da bastante miedo...

A pesar de que unos cuantos segundos después de esas palabras de la sin alas, ya había cruzado el acantilado, siguió el vuelo a pocos metros del suelo, parando justo delante de su humilde hogar.

Nada más pisar el suelo, quien ya os imagináis se tumbó acariciando la suave hierba y la húmeda tierra, aquello era la normalidad para ella. En cuanto se levantó, abrió los ojos porque antes no se atrevió a hacerlo, quedó sorprendida al ver que las casas eran tan parecidas a las suyas.

     — Alba, esto...— no pudo acabar la frase pues la había cortado la pelirrosa.

     — Esta es mi casa.— comentó con una sonrisa.  — Y un poco más lejos, allí, está el centro del poblado.— acabó de decir a la vez que señalaba en una dirección.

     — Perdona Alba... esque me sorprende mucho que sea tan parecido a la ciudad...

La que acababa de hablar, abrió los ojos tanto como pudo, porque de nuevo, estando junto a aquella chica, la vena de la curiosidad se había hinchado más que las demás, pidiendo así más sangre que la recorriera y alimentara.

     — Todo ha sido construido por nosotros, como ya imaginarás por la manera en la que nos trata la sociedad, nadie de la comunidad élfica estaría dispuesto a ayudarnos...— con suma calma, empezó a subir las escaleras para subir a su casa, que sorprendentemente, estaba sola.  — Sé que dirás que no todos y que tu estarías dispuesta, igual que muchos elfos y elfas de tu edad, pero no sabéis construir casas.., la gente que sí sabe, conocen el valor que tiene nuestra vida y solo desean más privilegios y poder para ellos y su familia...

     — Odio la sociedad.— espetó con asco.

Se habían quedado tan absortas en la conversación que a pesar de estar ya arriba y frente a la puerta, en ningún momento había sido abierta, por lo que la dueña la abrió para así entrar ambas.

     — Esta es mi casita, dentro se está súper calentito...— dijo con una sonrisita, orgullosa de lo que había formado.

     — Es preciosa Alba, ojalá vivir mi hermana y yo en un sitio como este...— le devolvió la sonrisa, manteniendo viva la vena de la curiosidad, tratando de captar todos los detalles.

Alba, sonrió con ternura al ver la atención que le ponía la preciosa elfa que permanecía de pie en su casa observando todas las estanterias y los cuadros que ella había pintado, empezó a quitarse el vestido que llevaba para así ponerse un top que usaba siempre para estar por casa y unos pantalones que le había hecho su madre.

La misma que hasta ese momento no se había percatado de aquel movimiento detrás suyo, se giró y en ese mismo instante apartó la mirada sintiendo un calor mucho más grande de lo usual. Lo que causó que una vez Alba se acabó de vestir, se girase y caminara hacia ella, mordiéndose el labio al ver rojo de sus mejillas.

     — ¿Qué pasa Nat?

     — No n-nada... ¿C-cuál es el p-plan para ahora..?— habló nerviosa en un leve tartamudeo.

     — Quedarnos aquí... las dos... juntas...— susurró con un tono suave.

La elfa de orejas súper puntiagudas, mantuvo la mirada en el suelo respirando profundamente para calmar su respiración y los latidos de su corazón, consiguiéndolo al sentir la suavidad del tacto de los dedos de la mestiza, levantando su rostro para subir su cabeza y volver a juntar las miradas.

     — ¿Te da vergüenza mirarme de repente..?— susurró con una voz que era una mezcla entre dulce y provocativa.

     — No... no es eso... esque pfff... me ha entrado mucho calor de repente... y verás... ha sido por verte, ya me entiendes...— mantuve la contestación en un susurro sincero, pero con vergüenza.

     — Eres muy mona poniéndote así...— se rió y puso los pies en puntillas para así darle un pico en los labios y acariciar las mejillas que tanto calor desprendían.  — ¿Sabes una cosa? Las mestiza tenemos unas marcas en el cuerpo desde que nacemos, que predicen el mal que sufriremos durante el largo de nuestra vida o la forma en que moriremos... Podría enseñarte la mía, pero creo que te entraría más calor...

     — No te preocupes.., controlaré mi cuerpo... me ha causado mucha curiosidad lo que acabas de decir... ya sabes lo curiosa que soy...— cogió su mano sonriente, hincando una rodilla en el suelo y besó el dorso de su mano como hacían antiguamente los caballeros, para después alejarse.

Nuestro nombre  ||  AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora