IV

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ESTARÉ

Alba aprovechó que Natalia permanecía con los ojos cerrados y pegó un gran salto para quedar enfrente suyo, tocándole la frente.

     — Abre los ojos y no te asustes.— susurró con un tono dulce de voz.

Ésta, que aún sentía el tacto de unos dedos en su frente, con la incertidumbre de que sucedería, abrió los ojos, con un poco de miedo, viendo como Alba estaba levitando y mirándola con una sonrisa.

    — Hola Natalia...

    — Hostia puta Alba, estás levitando... No es para nada normal, ¿és por tu parte de hada?—  preguntó aún alucinando, intentando que no se notara tanto pues no quería parecer sorprendida con suma facilidad a pesar de ella saber a la perfección que si era así.

     — Efectivamente.

Con mucha rapidez y en un absoluto silencio para que no tuviera menor idea de lo que iba a suceder, la rodeó volando y se quedó mirándola desde la espalda, sonriendo divertida al ver lo rápido que se giraba por estar flipando.

     — Nos cazan para obtener nuestros poderes.

     — Pero eso es completamente inmoral, ¿qué sentido tiene si le podríais ceder una parte del poder..? ¿Por qué podéis, no?— miró directamente a sus ojos con ganas, sin saber por qué, de que aquella respuesta fuera positiva spor una parte, pero justo a la vez negativa por la otra.

     — No, no podemos hacerlo Natalia. Tan sólo es posible con aquellas personas que son claramente descendencia tuya, o a tu pareja de la cuál tienes que estar completa y locamente enamorada.— por unos instantes retiró la mirada de mis ojos para mirar al cielo, y volver a mirarme.  — Así que como ya ves, ese es el verdadero motivo por el que nos matan.., nunca fue por ser un peligro para todos. Somos muy poderosas y nos tienen miedo.— dijo como una pequeña conclusión a lo que acababa de decir, para seguir hablando.  — En tu sociedad, somos unos seres inexistentes, o cuando es al contrario, solo les interesamos por el poder. De dónde yo vengo, somos poca gente pero nos mantenemos y cuidamos entre todos como una gran família.— dijo con una gran sonrisa orgullosa de aquello, pues le parecía una forma preciosa de cuidarse.

     — ¡Eso es una mierda!— casi chilló la morena, cayendo en cuenta de algo.  — Me refiero a lo de que os tengáis que esconder, no lo de que os mantengáis como una familia, es precioso...— rectificó rápidamente mientras jugaba bastante nerviosa con el pequeño arito que le colgaba de la nariz.  — Mucho mejor que como se hace en donde vivo yo.-—  concluyó con pesadez pues realmente aquel sistema en el que cada uno se preocupaba sólo por uno mismo y por los que vivían con él, le daba mucho asco.

     — Ya, te entiendo... Pero bueno, Natalia, supongo que ya no necesitas saber nada más sobre mi.— con mucha calma empezó a alejarse de ella, de pasito a pasito.

     — Justo al contrario, quiero saber más sobre ti.., no sé, quizás saber en que te inspiras para dibujar, que te gusta de las personas.., cualquier tipo de información sirve.— llevando la contraria a su acompañante, se acercó un poco más a ella para impedir que se marchase.

Justo detrás de Alba, Natalia pudo ver como la luna a pesar de no estar en la zona más alta del cielo, las iluminaba con un brillo que solo había visto por la noche unos años atrás, en aquel primer día de colegio que vio a un mestizo por primera vez.

     — Deberías irte ahora.— Alba la miró directamente a los ojos, cálidamente a pesar de que su tono de voz había sonado muy serio.  — Ya sabes que las bestias nocturnas empezarán a cazar, es mejor que no estemos aquí —  aclaró tendiéndole la mano a su nueva amiga, o eso parecía para todo el firmamento que las observaba desde metros y metros arriba suyo.  — Si quieres hablar conmigo otro día, adelante. Aunque puede ser que tú no me veas, estaré, sólo tendrás que mirar hacia arriba, al árbol.

     — Está bien Alba, cuidate...

Natalia, sonrió tras despedirse con aquel rocé de manos que habían ocasionado y se dirigió a su casa sintiéndose agusto y con una tranquilidad que incluso a ella misma le sorprendía. Cenó una lasaña de verduras con queso y piñones que era cortesía de su madre y su tía.

A su vez, Alba regresó a su casa y tras cenar una deliciosa sopa que estaba hecha por un caldo de verduras y un poquito de pasta que se había preparado por la mañana a la hora de comer, resumiendo, simplemente sobras.

Sin saber qué sucedía, ambas se pusieron sus ropas de dormir que, casualmente ambas eran verdes, hicieron su higiene nocturna y procedieron a tumbarse en la cama mirando al techo, pensando en el curioso e intrigante día que habían tenido, esperando que fuera igual nada más despertarse.

Nuestro nombre  ||  AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora