Louis no había dejado de llorar desde que Harry se fue.
Tenía la boca pegajosa por el bote de helado que se estaba empeñando en devorar a gigantescas cucharadas y, si es que era posible, las bolsas bajo sus ojos estaban todavía más remarcadas que antes.
Había leído la nota una y otra vez, y sólo conseguía sentirse más miserable aunque el objetivo del escrito era todo lo contrario. No podía permitirse una ilusión más, otro prometedor futuro al lado de alguien que no sabía en lo que se estaba metiendo al enamorarse de un inválido.
Harry era un ángel, tenía enormes sueños y aspiraciones, merecía estar rodeado de gente como él: llena de vida, de amor y felicidad. Lo que menos necesitaba era un novio que ni siquiera fuera capaz de decirle cosas lindas, o de tener una cita convencional con él sin necesidad de un bonche de papeles y un bolígrafo.
Pero eso no evitaba que Louis se sintiera como el reverendo imbécil más mierda por haberlo echado de su habitación. ¿Y qué más podía haber hecho, si de tenerlo cerca un minuto más posiblemente se habría aferrado a sus brazos hasta empaparle el pecho con lágrimas?
Se convenció de que estaba protegiéndolo, estaba evitándole llevar una carga que no debía para que pudiera llevar una vida normal, con una persona convencionalmente funcional a su lado.
"Convencionalmente funcional".
Qué conjunto de palabras tan más jodido, pero mucho más jodido era no poder serlo, haber fantaseado con volverse uno de ellos. Porque así se sentía estar con Harry. Era como si, bajo su benigna mirada, Louis fuera simplemente Louis. No era un ser humano defectuoso o inservible, era alguien especial, alguien que ameritaba ser observado como si fuera un obsequio de la vida. Pero siempre acababa retractándose de siquiera considerar la posibilidad de que eso fuera verdad.
Pidió disculpas no verbales ni escritas a su prohibido placer, porque a veces sí podía ser un vil estúpido con la gente que lo amaba, y es que simplemente no comprendía cómo era eso posible. Su familia no tenía alternativa, se habían visto obligados a resignarse a cargar con él, pero Harry... ¿Cómo podía alguien como él desear voluntariamente entrar en su vida?
No era sólo la sordera, era todo lo que esa hija de puta había causado en él, era que había sido un inútil hasta para manejar eso. Tantas personas discapacitadas alrededor del mundo lograban superarlo, salían adelante y se volvían una historia pasmada en periódicos y libros de autoayuda; mientras tanto, él se había dejado romper por eso, ni siquiera había tenido la fortaleza para procesarlo después de tantos años.
No era capaz de desearle a absolutamente nadie lidiar con el infierno que él podía a significar.
Aún sumido en su tortura, sentado sobre la cama y con su casi vacío bote de helado sobre el buró, vio la puerta de su habitación abrirse, y con ella no sólo Jay se dejó ver, también Zayn. El segundo se introdujo sin saludar o pedir permiso.
—Tienes una visita, ¿estás bien con eso?
Louis se encogió de hombros. No era como si tuviera opción, desde que Zayn tenía una silla de ruedas eléctrica se desplazaba con mayor facilidad y tomaba ventaja de ello.
Jay asintió y abandonó el cuarto, cerrando la puerta tras de sí.
El par de amigos se mantuvo el contacto visual, ambos sin expresión facial que delatara su sentir, simplemente esperando a que alguno cediera y comenzara a gesticular. Pasaron prolongados segundos, y aunque la atmósfera denotaba incomodidad ninguno se sentía abrumado.
Zayn suspiró y se acercó a su sitio en la cama.
—Cuando me dijeron que mi vida podría acabarse antes de lo planeado lo único que pude pensar fue que quería que fuera en ese preciso instante—comenzó. Él jamás se había vuelto a abrir con ese tema, estaba prohibido entre ambos, por lo que Louis quiso detenerlo para hacerle saber que no tenía que hacerlo, pero los movimientos no salieron de sus manos—. Ni siquiera podía bajarme de esta cosa para colgarme, mi nana escondió todos los objetos punzocortantes de la casa y dejó las pastillas en el estante más alto. Vaya jugarreta, ¿no crees?
ESTÁS LEYENDO
Golden Words| L.S
RomanceEntre las amplias paredes de una panadería de Londres, oculto sin el afán de esconderse, un chico de caireles color hojas oscuras de otoño se dedica a obsequiar su sonrisa y hasta trozos de su corazón a los clientes, en consecuencia caen por embeles...