Capítulo VII

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Habían acordado que Louis volvería en dos días, después de su cita con la especialista que probaría el dispositivo. 

Harry sintió que cada momento que transcurría era pesado, difícil de sobrellevar. No iba a caer en la locura por no verlo, sólo sentía la tormentosa necesidad de tenerlo cerca, de volver a rodearlo con los brazos y, esta vez, quedarse así por horas. El chico de los ojos cian lo había hechizado irremediablemente desde que sus miradas se unieron por primera vez, no era sólo su belleza física; era él. 

Siempre había sido él. Sólo que había estado oculto, perdido en una carcasa de dolor e inseguridad derivados de su discapacidad, de una característica que poco había importado para Harry. Lo que le tomaba las reservas de preocupación e impotencia era percibirlo tan acomplejado, porque Dios, si tan sólo pudiera hacerlo verse desde su perspectiva se enteraría de que era tan brillante, tan dorado. 

Sólo eso se le venía a la mente al pensar en Louis: dorado. Dorado como el atardecer que se había acostumbrado a acompañarlos, dorado como el fulgor de su sonrisa en compás con sus ojos, dorado como las palabras que escribía sobre papel para poder comunicarse con él. 

Su chico de ropa holgada y caminar trémulo, su tesoro de las sonrisas impredecibles, cuánto había extrañado su presencia, y cuánto anheló su llegada cuando se cumplió el lapso de tiempo estipulado.

Pero Louis no llegó. 

Harry viró la cabeza en alerta siempre que la campanilla de entrada sonaba para anunciar la llegada de un cliente, y siempre había un rostro simpático ahí; pero jamás era él. El atardecer comenzó a desvanecerse, y una nueva presión en su pecho apareció.

—Deberías escribirle, tal vez tuvo un percance y olvidó decírtelo—propuso Niall, al ver a su amigo fijarse con aires desolados por el ventanal.

Harry le dirigió una mirada agradecida y una media sonrisa.

Harry: heyyyy!

Harry: vendrás hoy? 

Estuvo unos segundos dando vueltas, esperando que la respuesta fuera inmediata, y al ver que no fue así volvió a teclear.

Harry: te extraño, dulces mejillas

Harry: te extraño mucho mucho mucho

Faltarían palabras para describir cuánto era ese "mucho".

Harry: quiero besarte otra vez, Lou, me hicieron falta más besitos :(

Harry: estaré aquí hasta las 22:00, por si quieres venir a dármelos ;) 

No hubo respuesta ni indicios de él, los mensajes habían sido recibidos, mas no leídos. Dio varias vueltas por el mostrador, fingiendo una sonrisa para los animados clientes, pero teniendo la mente en cualquier lado menos en la panadería o en la situación actual. 

Gritó internamente para suplicarle al sol que resistiera, que no lo abandonara, no sin Louis a su lado. Pero la espesura de la noche fue más fuerte, devoró cualquier rastro de luz hasta que los faros artificiales tuvieron que encenderse para alumbrar el camino de los transeúntes. 

Harry miró la hora, luego a su teléfono, luego a la entrada y así sucesivamente, siempre obteniendo el mismo fracaso al atestiguar justo lo que no quería. Vio, con una fractura en el corazón, cómo Niall le lanzaba una mirada apenada después de colocar el letrero de "cerrado", estando los dos fuera del mostrador y con el campo de atención hacia la calle.

—Lo siento, H—dijo el rubio, exhalando—. Seguramente vendrá mañana, no te desanimes—le palmeó el hombro con afecto.

El rizado le sonrió, desganado, y se encogió de hombros. 

Golden Words| L.SDonde viven las historias. Descúbrelo ahora