Capítulo I

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"Lo mejor y más bonito de la vida no puede verse, escucharse ni tocarse, debe sentirse con el corazón"

—Helen Keller

El cielo pincelado por furiosos matices anaranjados y alumbrándole el rostro de dorado era una de las sensaciones que estimulaban en demasía el gozo y la dicha en el corazón de Louis, aunado con los paseos en automóvil en compañía de su madre, quien le incitaba bajar los vidrios y asomar la cabeza prudentemente para dejar que la suave brisa de otoño le besara el rostro dulcemente; la simpleza de esos momentos era justamente lo que lo impulsaba a esbozar una sonrisa. No había muchas cosas que pudieran hacerlo feliz, y no porque así lo quisiera, sino porque no era capaz de percibir infinidad de sensaciones debido a su discapacidad, a esa mentada condición que no le permitía escuchar las canciones que veía a las personas cantar a todo pulmón, o siquiera externar sus ideas como el resto.

Jay le había enseñado a su hijo mayor a no catalogarse como alguien inútil, de hecho entre las paredes de su casa nunca se había escuchado el término "minusválido" más que para prohibirlo estrictamente. Louis jamás había sido tratado por su familia como una tragedia o como alguien a quien se le debe tener lástima, y habría ido a una escuela común y corriente de no ser porque no fue aceptado en ninguna y tuvo que ser matriculado en un complejo académico de esos que presumen ser incluyentes y especializados con las personas discapacitadas, pero que a veces olvidan que deben tratarles como seres humanos y no como cierto tipo de rareza.

Louis tenía ojos azules y altamente funcionales, la única certeza en su vida era que jamás requeriría gafas, su tacto era sensiblemente preciso y todas sus extremidades funcionaban adecuadamente. A simple vista, él era sólo un chico de veintiún años como cualquier otro, incluso podría decirse que gozaba de un impecable atractivo físico, pero había un problema que él mismo jamás podría perdonarse aunque no estuviera en sus manos: sus oídos, esas determinadas partes del cuerpo que tenían como única función permitirle escuchar la banda sonora de su vida, esa dupla que no significaba más que una inutilidad para él.

Había nacido con una audición perfecta, como la de cualquier otra persona, habría tenido una infancia normal de no ser por esos repentinos mareos que comenzaron a aquejarle la cabeza a los diez años de edad, su médico supuso que se trataba de un simple vértigo, uno que comenzó a evolucionar para conjuntarse con molestos y constantes pitidos, hasta que un día uno de sus oídos decidió privarle de los sonidos, y no pasó mucho para el que otro lo imitara. Resultó que tenía un tumor en el nervio auditivo que no había sido detectado a tiempo, y que no tendría consecuencias mayores a la pérdida auditiva permanente.

Louis había llorado, había gritado a todo pulmón en un intento desesperado por poder escucharse otra vez, y por poco se ahogó en sus sollozos cuando cayó en cuenta de que eso nunca sucedería de nuevo, de que no había escuchado sus canciones preferidas una y otra vez cuando aún podía, y de que su vida jamás sería la misma. Se intentaron alternativas como aparatejos de nombres rimbombantes que se supone tendrían la función de estimular los nervios auditivos, pero su caso era de ese cúmulo de anomalías que no aún no tenían remedios efectivos.

Perdió también el habla, a pesar de no ser sordomudo, ya no se permitía hablar porque sabía que la gente escuchaba los sonidos de un fenómeno que no podía articular correctamente. Jay lidió con ello lo mejor que pudo, haciendo que sus hijas y su ex marido también aprendieran lenguaje de señas para poder comunicarse con él, y aunque en un inicio el chico parecía firme en no volver a comunicarse de ninguna forma nunca más, acabó por ceder e incluso le tomó amor a la lengua, era mucho más práctico que escribir notas o intentar leer los labios.

No tenía muchos amigos, en realidad se había vuelto un chico introvertido con el paso de los años, enterrando en el fondo al muchacho alegre y escandaloso que alguna vez fue. Estaba mejor así, sin personas que rodaran los ojos al tener que escribirle las palabras porque se rehusaban a aprender lenguaje de señas, o chicas que pretendían gustar de él genuinamente hasta que eran conscientes de su icónica característica y buscaban cualquier excusa para huir.

Golden Words| L.SDonde viven las historias. Descúbrelo ahora