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Inevitablemente, los días pasaron sin que lograra entablar una amistad.

Nadie quería pasar el tiempo conmigo, ser el listo de la clase me convertía automáticamente en el rarito. Los recreos solo los pasaba sentado con la espalda recogida en cualquier árbol.

Recuerdo que, por aquellos tiempos, tenía una libreta. Esa libreta era mi mejor amiga. Cuando me sentía alegre porque nadie me insultaba, solo dibujaba. Dibujaba con la destreza de un crío, pero dibujaba. Si estaba triste, escribía. Solía expresar mis sentimientos en esa libretita que llevaba a todas partes.

Me encantaría poder conservarla. Pero esa libreta se perdió por completo.

Se perdió junto al resto de fotografías o artilugios que guardaba con tanto cariño como resultado de la colisión del toque dorado y el cohete. ¿Nunca te he dicho que la fuerza de un miembro de Los Siete solo puede ser superada por la de otro?

Pero eso no viene a cuento ahora.

Ryan y Christian no volvieron a acercarse a mí físicamente. Siempre lanzaban puyas en la clase cada vez que destacaba en algo, eso era lo único que podían hacerme.

Angela solía decirme cosas como "Bien hecho" o "Tan bien como siempre" con su particular cariño, aunque le dedicaba más tiempo a los chavales que tenían más dificultad a la hora de aprender. Realmente, nunca me importó tener el cariño de mi profesora.

Pero, en una clase, me di cuenta de que, inevitablemente y aunque no me importara, necesitaba tenerlo.

Ese día concreto era uno de los primeros de entrenamiento físico.

Angela prefirió empezar un entrenamiento tranquilo con nosotros. Ella estaba especializada en la perspectiva, por ello comenzó enseñándonos dotes mentales que físicas.

Los días previos solo nos dedicábamos a correr por la pista del colegio. A veces hacíamos juegos con balones, como pases.

No hace falta mencionar que todos esos pases los hacía con la pared porque nadie quería ponerse conmigo, ni jugar con un balón completamente dorado.

Por esos tiempos, era como la peste. Todos se querían alejar de mí, no importaba que hiciera.

Volviendo al día en concreto, Angela se presentó con un balón. Un balón que era aparentemente de goma.

Y pronunció esas palabras que estoy seguro de que a todo niño le han causado temor alguna vez.

Angela: Hoy, jugaremos al balón prisionero.

Estaba literalmente temblando. Fue ella misma quién hizo los equipos, al azar.

Lamentablemente, la mala suerte quiso que Christian y Ryan fueran en el equipo contrario.

Adivinad quién se convirtió en una diana para ellos.

Angela: Recordad las normas. Si os dan con el balón, estáis eliminados y vais al cementerio en el campo del otro equipo, en el que tenéis un tiro. Si acertáis ese tiro, podréis volver a vuestro terreno y seguir jugando normal. Si lográis coger la bola, no seréis eliminados.

Lanzó la pelota al aire y se dedicó a apartarse para evaluar nuestro juego.

Aunque no sé muy bien que evaluó de mí.

Yo era constantemente la diana de Ryan y Christian, y de muchos del equipo rival. Siempre tenía que esquivar los balones, porque sabía que si intentaba cogerlos todo acabaría peor.

Nunca pude tirar. Cada vez que un balón caía cerca de mí y trataba de cogerlo, recibía un empujón o un insulto.

???: Déjame tirar a mí, que yo sé jugar.

Fortnite 0: Historia de una leyenda doradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora