Resumen: Papá Noel, si quiere mantener la leyenda (y a sí mismo) con vida, deberá siempre entregar los regalos que le piden.
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José, también conocido como Papá Noel, había dejado de ser un humano mortal hacía varios años. El avance en la manipulación genética había avanzado a una velocidad que le parecía tan inexplicable como la magia detrás de sus milagros anuales, volviéndola tan comercial que ahora se podían tener mascotas hechas a la orden. Era sólo cuestión de tiempo para que los niños en las familias que todavía mantenían viva su leyenda y erigían árboles holográficos en su honor se hicieran partícipes de esa tendencia.Cada compañía tenía su propia especialidad en las especies pérdidas durante las Grandes Guerras. Por lo general se le hacía sencillo arreglar los contratos con los directores de la compañía, pero acerca del último mensaje en su correo electrónico no estaba seguro de qué hacer. Amigos Marinos le pedían ahora. Según sus investigaciones hace algunas décadas eran peces de diseño personalizado que hablaban con sus dueños telepáticamente, pero los genes inestables los habían vuelto demasiado delicados y propensos a morir a la mínima perturbación. Ni siquiera su barato mantenimiento había sido suficiente para hacer que la compañía siguiera a flote.
Sus antecesores podrían haber ignorado esas palabras llenas de esperanza, confiando en que los padres lo conseguirían. Pero no sólo los padres estaban incapacitados (cremados), sino que él no estaba en situación de despreciar cada mínima muestra de fe que aún en esos tiempos le llegara.
Buscó entre todos los lugares que se le ocurrió, preguntándoles a los líderes de las compañías si de casualidad podían revivir aquella vieja mercancía, pero nadie ni nada le adelantó cómo podría conseguirlo. Finalmente se le acercó uno de una compañía cuyo intento de volver a los celulares en criaturas peludas había fracaso estrepitosamente le sugirió los experimentos que se desarrollaban en unas islas del Pacífico. Se suponía que iban a encontrar la cura para todas las enfermedades mezclando a la humanidad con las fortalezas más destacables de ciertos animales. Se sabía que ellos todavía usaban el código genético de los Amigos Marinos.
Intentó contactar con los jefes del proyecto, pero sólo recibió negativas e insistencias de que no existía tal operación y que, incluso si lo hicieran, las leyes prohibían manipular la vida humana. Desde luego que ellos no iban a meter en algo así. Un hombre menos desesperado habría acotado las reglas y enviado lo más cerca posible a la clase de regalo que el niño quería. Pero como su existencia misma estaba en juego, se introdujo en los laboratorios de noche poniendo el dedo sobre su nariz. Encontrar los acuarios fue sencillo. Se llevó tres para que no estuvieran solas.
Las colocó debajo del débil holograma que el niño pagó con sus ahorros y esperó. Nadie le dijo que sólo podían consumir su propio alimento después de medianoche. De haberlo hecho no habría sucedido aquella tragedia en el orfanato. Pero ya era demasiado tarde. Los Amigos tenían tanta hambre.
Él fue el último Papá Noel.