Mamá los vendió al culto cuando tenían un año. Siempre los había odiado, a ellos sua mellizos sin padre, que recordara, y era solo una cuestión de milagro el cómo habían logrado sobrevivir tanto tiempo bajo su yugo. Durante seis años fueron los ángeles del templo, adorados por su pureza. A los trece años intentaron volver a la niña en la figura materna pero nunca consiguieron detener la sangre.
A los catorce los dos se volvieron el epicentro de su ritual de iniciación. Sus hermosos ojos los veían como a cucarachas sin valor y ni siquiera de más jóvenes derramaron una lágrima. No importaba. Eran los niños de la concepción inmaculada, sus cuerpos eran todo lo que importaba. Una noche, en medio de la orgia de costumbre, alguien sopló todas las velas y quemó los focos. Los gemelos sonrieron por primera vez. Papá finalmente había venido a buscarlos.
Los medios todavía acusan al lider del culto, muerto por culpable ahorcamiento, de los cientos de cuerpos que decoraron a la mañana siguiente los alrededores del templo. Una horrible tragedia, claro que sí. Nunca llegaron a saber de la falta de dos pequeños sacerdotes cuando finalmente lograron identificar qué miembro le pertenecía a quién.
