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Para Anne cuando era apenas una chiquilla sabía lo que era estar sola, inventaba tantos personajes en su cabeza e incluso llegó a mentalizarse siendo una princesa, pero no cualquier princesa que desea ser rescatada, era la valiente princesa Cordelia, con cabello negro sedoso y usaba espada, acababa con todos sus enemigos, también salvaba a personas inocentes de trágicos destinos.

E inclusive con los Cuthbert se imaginaba siéndolo, pero de una forma más feliz con familia y todo.

Cuando conoció a Gilbert, pensaba que era alguien muy amable y generoso que la había ayudado con ese molesto Billy Andrews, pero cuando las chicas decidieron que ella no podía hablarle, lo aceptó, aún sabiendo que no era justo dejarle de hablar e inclusive era grosero de su parte, pero esa pequeña semilla de hacer lo correcto se vió opacada y destrozada cuando le jaló de sus trenzas, Gilbert Blythe realmente era solo un chico inmaduro. Si no que también era hiriente, recordando lo que era con esa palabra "Zanahoria".

Odiarlo no era fácil, en cambio notar cómo sus ojos avellanas brillaban y podía mirar las distantes tonalidades verdosas y cafés para ella era tan mágico, que a veces hasta se olvidaba de lo que hacía, lo era, era sencillo, casi tanto como inhalar y exhalar y ser la mejor de la clase a toda costa.

En el tiempo en que el papá de Gilbert había fallecido y ella empezó a dar ese tonto discurso que al principio pensaba era para motivarlo, cuando realmente era solo hacer que todo fuera acerca de ella, odiaba ser así, con el tiempo lo fue aprendiendo a dejar de hacer, pero la mirada que le echo Gilbert cuando ella soltó toda esa zarta de patrañas, la dejó helada y mando varios pinchazos a su estomago y pecho. Solo quería acercarse a él y abrazarlo, decirle que todo estaba bien, pero solo pudo mirar como se marchaba.

Se enteró que él se había ido de Avonlea, al principio no lo extraño, pero entonces, a los días no había nadie con quién competir, era como estar viviendo en un pueblito de otro mundo, pero al menos tenía a Diana, la cual podía sentir que se emocionaba cuando hablaba de Gilbert.

En algún momento, un día cuando ella misma estaba en exploración como la princesa Cordelia pudo notar que había maleza en la casa de Blythe, no era de extrañar, ya era verano y Gilbert se había ido hace muchos meses. Pensó en qué si ella no lo hacía no pararía de crecer la hiedra, y haría que la casa parezca abandonada, lo cual era cierto, pero también era verdad que en cualquier momento volvería su dueño de un viaje largo. Así que salió corriendo por el pico de los Cuthbert. Cuando se había deshecho de toda la maleza pudo respirar tranquila.

Se atrevió a por fin mandar aquella carta a Gilbert para decirle que había oro en Avonlea, solo era para avisarle, no esperaba realmente que él le respondiera. Estaba tan emocionada por dentro, pero se negaba a sí misma ese sentimiento, pero no era malo si eran amigos ¿o si?

Y en el momento que lo volvió a mirar, tan resplandeciente, con sus ojos tan atentos en ella, se sentía tan avergonzada, por El Señor, ni ese moño azul la salvaba de parecer un niño con un mal corte, lo sabía de antemano, pero por alguna extraña manera no sabía porque le importaba que Gilbert la mirara de esa forma.

Pensó tontamente una noche antes de irse a dormir que Gilbert dejaría de ser guapo, pero se equivocó, se volvió más atrayente, todo de él la atraía como si fuera él fuera tierra fértil y ella era persistente maleza horrenda que seguía creciendo y creciendo.

En su último año, cuando ayudaba a la convaleciente Mary con su hija Deli, pasaba mucho tiempo en casa de Gilbert. Se convirtió casi en su segunda casa, un día cualquiera mientras cargaba a la bebé no pudo evitar preguntarse cómo sería ser la compañera del muchacho, pero se rió de ella misma, ¡que tonterías se le podían ocurrir a veces!

Por ese tiempo ya no miraba a Gilbert como oponente, ni siquiera iban a ir a la misma universidad, así que trato de llevar las cosas tranquila, ya no se esforzaba en ser la mejor de la clase, porque ya lo era, no tenía nada que demostrar, su enfoque estaba en disfrutar los últimos días que le quedaban con Diana, las chicas, con Deli e inclusive con Blythe.

También le escribió una carta en la que exponía sus sentimientos, pero él decidió ignorarla, pasar por alto sus sentimientos, tomó mucho tiempo para Anne para recomponerse de ese infortunio amoroso, pero siguió adelante.

Ir a la universidad era todo un nuevo reto para ella, pero eso le emocionaba. Se la llevaba estudiando en la biblioteca. Buscaba nuevas cosas para aprender, había tantos libros, tantas cosas que saber, hasta que un día despertó con un dolor en la boca, específicamente en su muela, cuando por fin se decidió que no aguantaría más el dolor por tanto tiempo y encontró al doctor más amable y dulce que había conocido, por un momento, pensó en Gilbert.

En la noche, en su dormitorio, decidió escribirle, y contarle. Por segunda vez cometió el error de pensar que no le iba a escribir, pero le respondió, ella contestó a esa carta, Gilbert también, y así se convirtieron en amigos por correspondencia.

Se encontró con el buen Charlie, en un momento en la biblioteca, estudiaba para ser abogado, salieron por té, como buenos amigos, después de eso, se convirtió en una tradición.

Estar con Charlie era sencillo, su pensamiento era rígido, pero en su mirada había adoración cada vez que ella hablaba. Lo notó pero decidió ignorar ese hecho.

Por fin pudo graduarse y su solicitud para ser la nueva maestra de la pequeña escuela de Avonlea, se sintió aliviada, porque podría cuidar más de cerca a Marilla y Matthew.

Lo primero que hizo fue escribirle a Gilbert, lo que no espero es que a las dos semanas aparecieron un montón de flores a su puerta a nombre de Gilbert y una carta de felicitación. Realmente Gilbert era un gran amigo, lo adoraba, hasta se imaginaba siendo su alma gemela como Diana.

Cuando Gilbert regresó de sus estudios para montar su consultorio de Avonlea, no pudo evitar sorprenderse, primera porque no le había avisado, segundo porque era más alto y más fornido de lo que recordaba, pero sus ojos seguían siendo avellanas también su mirada era todavía avellana. También seguía siendo una excelente persona, porque quitó la maleza del jardín de ella, se sentía avergonzada, pero se propuso a que Gilbert ya no lo volviera a hacer, así que en cuanto mirar atisbos de hiedra y pasto miel los arrancaba de tajo.

Pero lo que sí empezó a hacer fue buscar a Gilbert en su consultorio, después de la escuela, tomaban té, jugaban al ajedrez y a las cartas. En alguna de esas tardes, sentía como se iba acercando a Gilbert, pero se limitaba a pensar que ellos dos solo eran amigos, pero la mano de él alcanzó la suya y la besó, fue exquisito, fue como elevarse a los cielos. no quería bajar de las nubes, pero lo hizo en cuanto miró la sonrisa de satisfacción del joven doctor. Dio por sentado lo obvio, solo era un juego para él, y ella estaba dispuesta a jugar, porque no había nada que perder.

Pero lo que no sabía y notó después es que se estaba volviendo adicta a él, lo necesitaba como si fuera opio. Como siempre cuando lo notó decidió ignorar ese hecho y empujarlo al lugar más recóndito de su cabeza.

Luego todo se tornó confuso porque Charlie entró a su mundo, con ternura, haciéndola sentir que valía la pena para algo más de lo que ella hacía con Gilbert por las tardes en su consultorio.

La situación no se volvió mejor, Ruby volvió a demostrar interés en Gilbert, los notaba juntos en misa y después de la misma. No tenía de otra que hablar con Charlie, no era Gilbert, nunca lo sería pero al menos la miraba atento. Llegó el momento en que el muchacho le pidió ser novios, y ella aceptó.

El problema es que no podía dejar a Gilbert, era adictivo, la hacía sentir libre, eterna, luminosa, etérea, cosa que Charlie nunca podría lograr, pensaba que si se alejaba del doctor Blythe, podría fijarse en Sloane. Entonces siempre se encontraba diciendo a sí misma y a veces en voz alta que era la última vez que volvería a ese consultorio, pero nunca cumplía su palabra.

Aunque se peleará con Gilbert, diciéndole que sería la última vez que la tendría ahí, siempre volvía, porque ya se había acostumbrado a ser como la maleza en verano, siempre regresaba.

Y dejaba que Gilbert la marcara con sus labios y caricias, para hacerla sentir infinita. Para no sentirse sola. 

La maleza de tu jardín ||Completa||ShirbertDonde viven las historias. Descúbrelo ahora