Prefacio

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Duncan Laurence | Arcade ft. FLETCHER

"La muerte no es la mayor perdida en la vida. La mayor perdida es lo que muere dentro de nosotros mientras vivimos." †Norman Cousins†

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Pasado... (1813)

Él lo sabe, no tengo idea del cómo se ha enterado, pero lo sabe. Contrario a lo que creí que sentiría, no siento ni un ápice de tranquilidad, sino un enorme miedo, confusión y una parte de mí, se siente engañada... Traicionada.

Aunque es la primera la que me domina ahora mismo el cuerpo, tiemblo como una hoja de otoño haciendo su recorrido al suelo.

Creí ingenuamente que sería diferente, que me diría que todo estaría bien ahora, que él no permitiría que ellos se acercaran nuevamente a mí, que los responsables de mi agresión pagarían por cada marca que dejaron sobre mi cuerpo. Porque no importa cuánto pase, sigo creyendo que él puede sentir algo, aunque sea un poco, por mí.

¿Qué recibí a cambio? Una bofetada y, juro que jamás nada me habría preparado para lo que sus ojos me mostraron: un desprecio tan puro que me encojo de recordarlo. El saber que todo ese odio era para mí y no para ellos, me partió más de lo que ya estaba.

Me hizo sentir lo que lo mismo que esos hombres: una basura, un objeto.

Despreciable.

Pero lo que vino después...

Encojo el rostro en una mueca cuando Fiorella termina de curar las heridas en mi espalda —las que él hizo con la fusta y dejaron mi piel expuesta con heridas abiertas—, aprieto la mandíbula cuando baja la tela del camisón y el roce me lastima. Cuando se para frente a mí, el gesto de pesar de su rostro me dice que se ve tan mal como se siente. Comienza a limpiar la herida de mi ceja, pasa a mi labio y por último aplica un ungüento de hierbas sobre las heridas y mi pómulo inflamado.

Siento mis ojos humedecerse, un nudo oprime mi pecho y siento que respirar se convierte en una tarea difícil.

Uno... Dos... Respiro.

A pesar de eso, mi mentón se mantiene en alto y miro a la nada. Esperando algo, no sé el qué exactamente hasta que Fiorella sale de la habitación y las puertas se cierran. El sonido cala en lo más hondo de mí, perpetuando hasta que el eco desaparece llevándose mis últimas fuerzas.

Mi labio comienza a temblar, las lágrimas fluyen empapando mis mejillas.

Me quiebro.

Muero y nadie lo nota.

Los sollozos irritan mi garganta y me encojo en mi sitio de dolor. Duele respirar, duele intentar, duele seguir luchando por sobrevivir.

Mis manos se aferran a mi estómago y pecho, en un intento desesperado de arrancarme la opresión que me asfixia y me roba el aire. Algo está mal, hay un vacío dentro de mí que no sé cómo llenar. Me fallan las fuerzas, me falta el aire.

Me rompo y nadie está aquí para sostenerme.

Estoy rota.

Estoy sucia.

Estoy sola...

La voz maliciosa en mi cabeza me enumera todos los hubiera posibles que harían que mi situación fuese diferente. Me atormenta diciendo que quizá, si las cosas fueran distintas, hoy podría ser feliz.

Quizá si nunca me hubiesen violado.

Quizá si nunca me hubiese ganado enemigos por un título.

Quizá si nunca me hubiese casado.

Almas Corrompidas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora