1. Morir para vivir

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Sia | I'm In Here

"La muerte es el principio de la inmortalidad." †Maximilian Robespierre

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Hay quienes describen la muerte como el último acto de misericordia de la vida al permitirte recordar cada segundo de dicha mientras tu corazón aún late. Algunos creen que morir trae paz, tranquilidad a aquellas almas que se han arrastrado por tanto tiempo, tanto tiempo en el que solo luchan por sobrevivir.

Un día más.

Una hora.

Un segundo...

Y sin embargo, ¿yo? Yo no siento nada de... nada.

Todo es oscuro y silencioso, con el recuerdo de mi llanto resonando en mis oídos.

Se siente como si cayera a un pozo sin fondo, como si mi cuerpo se hubiera apagado y desconectado de mi cerebro. Luchando por evocar esos recuerdos que merecen la pena permanecer, sonriendo con tristeza cuando ninguno viene a mi mente. Divagando en otros tantos que creí haber olvidado, pero aparecen, apuñalando lo que se siente como mi corazón.

Hasta que en lo que se percibe como un latido, la oscuridad es remplazada por una intensa luz que quema mis pobres ojos. Tomando unos segundos adaptarme a mi nuevo entorno.

Un largo corredor que resulta dolorosamente familiar, aún estoy asimilando el lugar, cuando una puerta es abierta a mis espaldas, no he dado media vuelta cuando un pequeño cuerpo me pasa de largo, corriendo a alguna parte mientras sujeta un amplio vestido amarillo.

Un vestido que reconozco al instante, así como esa cabellera con rizos castaños que se ondean con el movimiento acelerado de sus pequeños pies. La sigo por instinto.

El pecho se me encoje al ver todo como en una especie de burbuja irreal, donde todo parece tan lejano a pesar de lo cerca que es. Cruzo las enormes puertas dobles, siguiendo el sendero por el que sé ella se fue. Confirmándolo cuando me detengo en la entrada del jardín lleno de flores desde donde puedo verla correteando y girando con las manos en el aire, intentando atrapar una mariposa.

Hay una gran sonrisa en su rostro aniñado, parece ajena al mundo afuera de los muros que la rodean. Estoy tan absorta en la escena, que me sobresalto cuando un grito aterrado rompe el aire. Regreso al interior, adentrándome en los largos y siniestros pasillos, solo deteniéndome frente a una puerta que debería estar custodiada.

Las bisagras rechinan cuando la abro, encontrando penumbra y pequeños sollozos que provienen de debajo de la cama revuelta. Entro con sigilo, apenas guiada por la escasa luz de la luna.

Mis rodillas tocan el piso, levantando con cuidado los edredones y mirando debajo de la cama. Unos grandes ojos grises y llorosos me devuelven la mirada, está hecha ovillo sobre su pequeño cuerpo envuelto en una manta.

Aidez-moi —pide con voz débil.

«Ayúdame».

C'est bien. Tout va bien —extiendo mi mano en su dirección.

«Está bien. Todo está bien».

Ella se encoje sobre sí misma, demasiado asustada.

Le monstre est là —cierra los ojos con fuerza, cubriéndose los oídos.

«El monstruo está aquí».

La puerta se cierra de golpe. El corazón se me detiene, girándome con rapidez y abriendo los ojos con fuerza al encontrarme de lleno con ese par de ojos fríos llenos de maldad y promesas de tortura.

—N-no —niego, retrocediendo por inercia.

Jadeo, cuando un pequeño cuerpo impacta con el mío. Sus brazos me envuelven por la cintura y esconden el rostro en mi espalda, es instintiva la manera en que de inmediato me siento protectora con ella.

Sus lágrimas humedecen mi ropa, llora desconsolada mientras el monstruo nos asecha desde la entrada.

Así que, incluso cuando todo me grita que no le dé la espalda, lo hago. Agachándome hasta que puedo abrazar a la niña, consolándola. Cierro los ojos, atrapada por el momento que duele hasta el alma. Frunciendo el ceño cuando su manita acaricia mi cabello con ternura, como si fuera ella quien me consolara y no al revés.

Trago en seco, parpadeándome y dándome cuenta que ya no estamos en la habitación. Si no en un campo lleno de flores coloridas, sus ojos resplandecen cuando me sonríe.

Limpia las lágrimas que se me escapan con curiosidad.

Merci, belle demoiselle.

Tomo una bocanada de aire, mirándola con asombro.

—Tú eres hermosa —la halago, provocando una suave risita de pequeños dientes.

—Adiós —me suelta, retrocediendo y deteniéndose cuando ve que voy detrás de ella —. No, no, debes quedarte.

—Pero estarás sola —me levanto, negándome a dejarla ir.

Ella solo sonríe, negando como si mis palabras fueran divertidas. Entonces mira detrás de mí, incitándome a mirar también. A lo lejos, en la orilla del campo, distingo un grupo de personas que apenas logro ver con claridad por el reflejo del sol. Saludan, llamando con señas a la niña.

—¿Ves? —aprieta la mano que aún sostengo —Estaré bien.

Incluso cuando le creo, tiemblo ante la idea de dejarla ir.

—Puedo ir contigo.

Casi suena más como una pregunta que como una afirmación. Niega, mirándome con compasión.

—Tienes que quedarte —su voz es tan infantil, pero habla como toda una adulta —, este lugar no es para ti.

—¿Qué?

—Nos veremos de nuevo, belle demoiselle.

Abraza mis piernas, despidiéndose antes de soltarme y volver a correr libre por el campo en dirección al grupo de personas que la esperan con su risa siendo parte del canto de los pájaros. Se detiene a unos metros de llegar, girándose solo para gritar:

—Ne pleure plus, yeux tristes, tout ira bien!

«No llores, ojos tristes, todo estará bien».

Le creo, incluso cuando mi sonrisa vacila en mis labios cuando un fuerte dolor nace en mi cabeza. Mis dedos van hasta la zona por instinto, dejando de respirar cuando palpo una sustancia tibia y viscosa. Veo mis dedos con ojos nublados.

Rojo.

Tanto rojo.

Todo se vuelve borroso, perdiendo el equilibrio y cayendo con un grito que queda ahogado con el agua que me arrastra hasta lo más profundo y oscuro, donde lo único en lo que puedo pensar es en ese rostro inocente.

Lo veo mientras lucho con esas manos invisibles que me retienen.

Pero quizá, como siempre, no peleo lo suficiente.

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Almas Corrompidas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora