6. Monstruos al acecho

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Halsey | Sorry

"El impacto y el dolor de una pesadilla puede ser mucho mayor que el de un puñetazo." †John Katzenbach

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Reacomodo los troncos de leña por enésima vez, rociando otro poco de combustible para avivar las llamas que se niegan a consumir la madera. Enciendo uno de los cerillas, acercándolo con cuidado y conteniendo la respiración cuando el fuego abraza el tronco, pero después de que el combustible se consume, vuelve a apagarse.

—Tienes que estar bromeando.

Solo quedan tres cerillas en la caja, dos cuando el tercero se rompe al tratar de encenderlo. Tomo el penúltimo, mirándolo amenazantemente como si eso ayudara en algo.

Lo acerco a la leña, dejándolo tanto tiempo como puedo soportar cerca de ella, contengo una maldición al sentir la llama quemar mis dedos, aunque no lo suelto hasta que casi se ha consumido y mis dedos escuecen.

Suelto de golpe lo que queda de cerilla, acunando en mi mano mi piel palpitante.

—¿Qué estás haciendo?

Me sobresalto ante el estruendo de la voz en la habitación, cayendo sobre mi trasero ante el brusco movimiento.

—Estab... —me atraganto con mi propia salvia ante la vista frente a mí.

Un curioso Alessandro me mira a unos metros. Con su amplio y definido pecho de músculos marcados sin llegar a ser demasiado. Lo suficiente para hacer que mi cuerpo se vuelva liquido sobre el piso y sin poder evitarlo, mis ojos recorran las ondulaciones de sus abdominales que llegan hasta... una maldita toalla.

Solo eso evita que pueda verlo en toda su gloria.

Subo tan rápido como puedo los ojos hasta sus ojos entornados que me miran con cierta sospecha. Aclaro mi garganta, regresando mi atención a la chimenea aún apagada.

—Solo trataba de encender esta cosa —refunfuño.

La frustración ante mi poca habilidad ayuda distraer a mi lujurioso cerebro.

Me tenso en mi lugar cuando lo escucho acercarse, demasiado consiente de su presencia. El olor de su gel de ducha robándome mis últimas neuronas centradas.

Su cuerpo se acuclilla a mi lado, mira lo que he hecho y toma la caja de cerillos prácticamente vacía. Notando también que casi todo su contenido está en el borde de la chimenea, como prueba fehaciente de mi fracaso. La vergüenza ayudando a que mi cerebro no viaje al hecho de que está completamente desnudo debajo de esa toalla.

Por fortuna no comenta nada, solo se dedica a recolocar un poco la leña y toma el último para encenderlo y acercarlo. Y así, como por arte de magia, esa maldita cosa se enciende. No, no como una pequeña llama, sino que arden con fuerza calentando mi rostro.

Abro la boca ofendida.

Aunque nada sale, porque antes de protestar, una de sus grandes manos toma la mía con cuidado y mira mis dedos palpitantes.

—Te has quemado, ¿te duele?

Contengo la respiración, no me mira al hablar, pero al no obtener una respuesta formulada, sus ojos buscan los míos.

—Solo un poco.

Entonces, como si no estuviera ya demasiado afectada por su simple presencia casi desnuda, guía mi índice hasta su boca y lo envuelve en esos mullidos labios rosados. Creo que podría tener un infarto ahora mismo.

Almas Corrompidas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora