5. Donde las estrellas mueren

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Ruelle ft. Fleurie | Carry You

"La aceptación de la vida no tiene nada que ver con la resignación. No significa huir de la lucha." †Paul Tournier†

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Mantengo la mirada clavada en el horizonte, viendo los últimos vestigios de sol escabullirse para darle paso a mi última noche en este lugar. Desde aquí puedo ver una plaza con árboles y bancas entre los caminos por donde algunas personas aún caminan. Sigo sin registrar del todo en qué lugar del mundo me encuentro, por lo poco que he podido ver desde aquí, no parece ser un lugar muy grande.

Es más como un pueblo oculto entre altas montañas.

Entrecierro los ojos, reparando por primera vez en lo que parece ser una estatua en medio de la plaza. No consigo distinguir lo que es por la escasa luz.

Suspiro, mordisqueando mis uñas mientras mi mente se traslada a una hora atrás.

Las palabras de Alessandro reverberando en los confines de mi cerebro. Una pequeña sonrisa se instala en mi rostro, de alguna manera, saber que soy su esposa se siente bien. Al menos en esta realidad, mi vida está unida a alguien que se preocupa por mí.

Alguien que me da tranquilidad.

«—Me enviaron para hacerle compañía, su majestad.

Mis ojos detallan la pequeña figura frente a mí, la piel clara y su cabello tan rubio como el sol la hacen parecer una muñeca de porcelana. Inclino la cabeza a un lado al detectar el ligero arrastre en sus palabras.

—¿Cuál es tu nombre?

—Fiorella Leroy, majestad.

Una chispa de calidez se encendió en mi pecho.

—Eres francesa.

—Oui, majesté.

—Eres muy bonita —dije en voz alta —, lamento que ahora estés atrapada conmigo.

—No diga eso, para mí es un honor ser su dama de compañía.

—¿Has vivido mucho tiempo aquí?

—No, majestad, me trajeron desde Yvoire hace un mes.»

Parpadeo, saliendo de mi recuerdo, solo para sentirme tonta por la forma en que ignoré el hecho de cómo era capaz de hablar en ruso de una forma casi perfecta. Posiblemente la soledad y la necesidad de tener algo familiar me hizo pasarlo por alto. El sinsabor de la traición amargándome el paladar, no porque me duela que ella fuera una más de sus amantes, sino por la forma en que jugaron conmigo al hacerme creer que podía tener opciones.

Me estremezco cuando la puerta se abre, girando la cabeza en dirección al sonido, temiendo que sea de nuevo el doctor Smith. Me relajo en el instante en que soy capaz de ver ese par de orbes verdes, los mismos que se suavizan al verme.

—¿Qué haces aún despierta? —cuestiona, adentrándose en la habitación y cerrando la puerta detrás de él.

—Iba a tomar un baño —explico, regresando mi atención a la ventana —, solo me distraje viendo...

... el exterior.

Muerdo mi lengua, tragándome las últimas palabras.

Aun cuando me siento bien a su alrededor, no quiero que vea lo vulnerable que sigo siendo. Y exponer cómo me siento ante la idea de salir sin estar segura de lo que debo esperar del exterior. Ellos saben mi nombre, saben quién era antes de este lugar, extrañan a esa persona. Sin embargo, justo ahora, soy una desconocida dentro de mi propio cuerpo mientras mi cerebro juega con mi cordura.

Almas Corrompidas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora