Capítulo 9

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En el plan de Reiner había varias lagunas importantes, como que la gasolina no era infinita y no todas las gasolineras estaban intactas, y que a muchas otras personas se les había ocurrido escapar al mar antes de zombificarse en los atascos de las vías principales. La gasolina se consumía más rápido cuando se perdían en las carreteras secundarias, pero él tenía la suerte de que Bertolt era mejor copiloto que Ymir y no perdía los estribos cada vez que tomaba el desvío equivocado. Tampoco podía decirse que transmitiese calma y seguridad, pues siempre que lo miraba de reojo tenía la cara empapada de sudor y el cuerpo rígido, pero se mantenía en silencio a no ser que fuera para decir algo que ayudara.

En general, Reiner lo agradecía; no respondía bien en situaciones críticas cuando no dejaban de gritarle sin parar, y esos últimos días las situaciones críticas no habían faltado. Los buenos resultados que tenían no habrían pasado de aceptables si Bertolt hubiese sido incapaz de controlar sus nervios, pero en los momentos de calma Reiner necesitaba mantener una conversación, y él no parecía dispuesto ni a charlar, ni a reírse de sus chistes, lo cual le dolía un poco en el orgullo.

—Se nos están acabando las alubias —dijo, retorciendo el torso para rebuscar en la bolsa del asiento de atrás.

—Tendríamos que conseguir más comida, pero no sé dónde. No conozco la zona.

Reiner gruñó. Se enderezó en el sitio y observó los alrededores por la ventanilla y el espejo retrovisor. Estaban en una zona tranquila de casas pequeñas y dispersas; las mayores concentraciones de muertos se encontraban en los núcleos urbanos. No había un solo muerto a la vista y, de haberlo, estaría encerrado o todavía muy lejos. Reiner extendió la mano hacia el rifle que Bertolt sujetaba entre las rodillas, pero cambió de idea y agarró el machete.

—Voy a echar un vistazo. Cúbreme.

Acababa de cerrar la puerta del coche cuando Bertolt bajó la ventanilla y sacó por ella el cañón del arma. Él aguzó sus sentidos, aferrando el machete con fuerza, y reprimió un escalofrío cuando el viento azotó sus brazos descubiertos. El invierno estaba cerca.

Avanzó hacia la casita más próxima al coche, cubierta de hiedra y con el césped sin cortar, y apoyó una mano sobre el muro para saltar por encima, pero no se impulsó lo suficiente y aterrizó en el mismo lado. Echó un vistazo hacia atrás, aunque no consiguió distinguir la expresión de Bertolt dentro del coche. Con las mejillas coloreadas por la humillación, volvió a repetir el salto, que esta vez le salió bien, y reparó con horror en que la verja estaba entreabierta. Dio gracias al azar por que Ymir no estuviese allí para reírse de él el resto de su vida.

Cuadrando los hombros y asegurando los dedos alrededor del arma, Reiner cruzó el camino adoquinado hasta la puerta delantera de la casa. Tras comprobar que la puerta estaba cerrada, tomó carrera y la abrió de una patada, haciendo más ruido del conveniente. Se quedó quieto en el umbral, esperando. No era capaz de oír gran cosa por encima de su respiración y del silbido del viento. Lanzó una mirada al coche por encima de su hombro y apretó los dientes al percibir un sonido bajo, gutural, proveniente del interior de la casa. Retrocedió cuando el zombi se abalanzó sobre él y, esquivándolo, levantó el machete en el aire para incrustárselo entre los rizos canos. Reiner bajó la guardia cuando el cuerpo dejó de moverse y vio que llevaba un camisón largo, estampado de flores. No pudo evitar preguntarse si en algún momento aquella cosa habría sido la abuela de alguien. Y, de ser así, ¿seguirían vivos sus nietos?

—¡Reiner!

No tuvo tiempo de reaccionar. Otro zombi más corpulento se le echó al cuello y lo tiró al suelo cuando él forcejeó para mantener su mandíbula alejada de su yugular. Fue capaz de quitárselo de encima de una patada y se puso en pie rápidamente para recuperar el machete, pero lo había clavado muy hondo y el otro muerto se había levantado también. Puso un pie sobre el cadáver y agarró el mango del arma con ambas manos. Estaba a punto de sacarlo cuando un disparo cortó el aire y el zombi cayó al suelo, rematado.

Con la respiración agitada y el machete de nuevo en su mano, Reiner volvió a mirar hacia donde estaba Bertolt. Después de todo aquel ruido, no tendría mucho tiempo para rebuscar. Se apresuró dentro de la casa, ojo avizor, y saqueó la cocina, metiendo la poca comida en conserva que encontró dentro de una bolsa de plástico tomada de una de tela colgada detrás de la puerta. De camino de vuelta a la entrada, vio de refilón una fotografía y se detuvo en seco. En ella aparecían una pareja mayor con las manos puestas sobre los hombros de dos sonrientes chicos rubios. Se le revolvió el estómago al reconocer al menor de ellos.


Bertolt seguía con el ojo puesto en la mirilla, cubriendo a Reiner, y moviendo nervioso la pierna temiendo que alguno se le acercara desde otro punto y que ninguno de los dos fuese lo bastante rápido. No estuvo tranquilo hasta que Reiner abrió la puerta del coche y dejó caer una bolsa bastante vacía en la parte de atrás. Luego se sentó en el asiento del conductor y hundió la espalda en él, con los ojos cerrados.

—Déjame descansar un momento —dijo. Seguramente había notado su mirada clavada en él—. Si no sale nadie más a recibirnos, podemos explorar un poco más.

—Lo siento —se apresuró a decir él—. Tendría que haberte dejado acabar con el segundo. Si no hubiese disparado...

—Ya.

Las respuestas de Reiner habían disminuido en brusquedad con el paso del tiempo, y en ese momento, con ese «ya» seco, Bertolt se sintió como si acabase de conocerlo. Se encogió en el asiento, notando en el pecho esa sensación de rechazo, de no encajar, que llevaba sintiendo de forma constante toda su vida. En su casa, en el colegio, en el instituto, en casa de los Jäger, en el campamento de Historia y, ahora, con Reiner. Había sabido desde el principio que no iba a ser un viaje bonito y se había subido al coche de todas formas. «Mejor con uno que con treinta», ya. Al menos allí tenía a Porco y Pieck. Jean y Marco. ¿Por qué irse con Reiner le había parecido una buena idea? Qué estúpido.

—Eh, Bert —lo llamó Reiner, y le puso una mano en el hombro—. Gracias.

—No, yo...

—Tú hiciste lo que tenías que hacer. Te dije que me cubrieras, ¿no? —sonrió sin abrir los labios. Bertolt trató de devolverle la sonrisa. Reiner le puso el rifle en las manos—. ¿Repetimos?

—Claro.


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¡¿Creíais que no iba a actualizar Apocalipsis después de casi 3 años?! Yo también. La verdad es que no tengo ni idea de cómo retomar esto porque no recuerdo adónde quería llegar cuando lo empecé, pero algo se me irá ocurriendo. ¿Cuándo volveré a publicar? Quién sabe. Yo no. Pero sigo un fanfic en Ao3 que empezó en 2007 y todavía lo actualizan de vez en cuando, así que no perdáis la esperanza. O sí. Lo que os parezca mejor.

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⏰ Última actualización: Jan 07, 2021 ⏰

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