Capítulo 4

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- ¿Hay una gasolinera a la salida, no? - Reiner se levantó -. Pues tendremos que ir hasta allí. Con suerte encontraremos algún coche que podamos usar y después tendremos que volver a reabastecernos - Ymir se levantó también -. ¿No vas a protestar?

- No tengo derecho a protestar. Además, solo soy una polizona.

Reiner rechinó los dientes y le pasó un brazo por los hombros, suspirando.

- No digas eso, no iba en serio.

- A mí me parecías bastante serio cuando gritabas como un pirado.

Echaron a andar, sin que Reiner retirase su brazo. Siguieron la dirección en la que aquella desconocida se había llevado su coche, sin idea de adónde ni cuán lejos habría llegado. Ymir frunció el ceño.

- Aquella chica rubia... - pensó en alto.

- No era Krista - la cortó Reiner -. Tenía mejor culo.

- ¿Mejor culo que Krista? No digas tonterías. ¿Cuánto tiempo hace que no la ves?

Reiner hizo memoria.

- Desde que rompimos en el instituto.

- Entonces sí podría ser Krista.



Bertolt no había conseguido dormir nada para cuando le tocó tomar el relevo de la guardia. Porco entró en la tienda de campaña, bostezando y con el pelo rojizo despeinado, y esperó a que Bertolt saliera del saco para tumbarse junto a Pieck.

- No ha habido problemas - dijo -. Pero suerte.

Bertolt asintió y salió al exterior, cogiendo la escopeta que Porco había dejado en la entrada. No era muy tarde, pero oscurecía muy rápido en aquella época del año. Volvió a asomarse al interior y cogió una de las mantas que tenían dobladas en un rincón para echársela sobre los hombros. Patrulló alrededor y por en medio del campamento, luchando contra el sopor y esforzándose por mantener los ojos abiertos.

Se habían asentado cerca de una gasolinera a las afueras de la ciudad de su líder y sobrevivían como podían. Quizá no fueran las mejores personas del mundo, pero eran capaces de convivir y se mantenían con vida unos a otros, algo que no podía decir todo el mundo.

El ruido de un motor rompió el silencio y Bertolt levantó la escopeta ante los faros del vehículo desconocido que se acercaba. Un curioso asomó la cabeza fuera de su tienda y le hizo un gesto tranquilizador con la mano.

- Tranquilo, es Annie - dijo Zeke, levantando la voz para que lo oyera.

Bertolt se acercó al coche sin bajar el arma y esperó a que Annie saliera con gracilidad del interior. Entonces retiró la escopeta.

- ¿De dónde lo has sacado? - preguntó.

- Estaba aparcado delante del supermercado. Los idiotas se dejaron la ventanilla abierta - levantó la cabeza para mirar a Bertolt, casi medio metro más alto que ella -. Dentro hay comida y armas.

Él arqueó una ceja y abrió la puerta trasera. En efecto, una bolsa de lona llena de armamento militar en perfecto estado descansaba sobre el asiento rodeada de bolsas de plástico del supermercado.

- Deberías avisar a la jefa - dijo.

- Ya estoy en ello - dijo Zeke, que había oído toda la conversación, dando brincos sobre su única pierna en dirección a la tienda de la líder.

Annie suspiró y se reclinó contra el vehículo.

- ¿Algo nuevo? - preguntó.

- Pieck llegó poco después de que tú te marcharas.

- ¿Solo ella?

Bertolt asintió.

- No sé qué pasaría realmente, pero no parece nada bueno - Annie chascó la lengua.

- Llevarse a un crío nunca es bueno. Hay que ser idiota...

Una voz femenina carraspeó detrás de ellos y Bertolt se giró precipitadamente para mirar a su jefa, más menuda incluso que Annie. Tenía un aspecto infantil y un aire de eterna melancolía, pero estaban vivos gracias a ella y eso la hacía perfectamente válida para liderarlos.

- ¿Has conseguido un coche? - preguntó a Annie.

- Y también comida y armas. Pero creo que deberíamos devolver el coche - dijo. Bertolt la miró, atónito.

- ¿Por qué? - ella se encogió de hombros.

- Sus dueños están armados, y no sé cuánto llevan encima si pueden permitirse el lujo de dejar todo esto sin vigilancia. Nosotros ya tenemos suficiente transporte, y no ganamos nada buscando el enfrentamiento con otros grupos - explicó.

- ¿Cuántos eran? - quiso saber la líder.

- Solo vi a dos, pero podrían ser más. Creo que lo más inteligente es devolverles el coche para que puedan irse... ¿Historia?

Historia no respondió. Algo le decía que aquellos dos no eran miembros de otro grupo, y estaba tan concentrada en su intuición que no oyó la última parte.

- ¿Cómo eran?

- No los vi muy de cerca, pero creo que eran un hombre rubio y una mujer. Ella tenía el pelo corto y era morena.

Historia asintió. No podía ser una coincidencia, tenían que ser ellos. Después de tanto tiempo esperando y de haber perdido la esperanza, estaban allí, habían ido a por ella.

- Coge otro coche, vamos a buscarlos - decidió. Señaló a Bertolt -. Tú, vigila este y que nadie toque nada de lo que hay dentro. Si falta algo, te haré responsable.



Reiner e Ymir decidieron parar en un aparcamiento al aire libre. Solo había una furgoneta de aspecto poco fiable, pero de una pieza. No tenía nada de gasolina, como comprobaron al acercarse, y no estaba cerrada con llave. Tampoco estaba bien aparcada. Ymir la revisó a fondo sin encontrar nada útil ni peligroso antes de meterse dentro. Se acurrucaron en la parte de atrás, pegados el uno al otro para protegerse del frío, e intentaron dormir.

Ymir concilió el sueño deprisa, pero Reiner era incapaz de cerrar los ojos. Cada vez que lo hacía, veía en su cerebro la imagen del cráneo hundido de Falco al descargar el machete sobre él, y eso lo llevaba a preguntarse dónde estaría el cuerpo de Colt. La ciudad era grande, pero si lo habían tirado por la ventana, no andaría muy lejos. Quizá había sufrido algún daño físico y avanzaba arrastrándose o cojeando. A lo mejor solo era lento y tardaría en llegar hasta ellos, pero lo haría tarde o temprano.

Una luz cruzó fugazmente la carretera frente a ellos y Reiner se precipitó sobre el claxon sin siquiera pensarlo cuando comprendió que era un coche. El sonido resonó en la noche y durante un par de minutos todo se quedó en silencio, pero entonces se oyó un motor a lo lejos y Reiner probó a tocar el claxon una vez más.

- ¿Se puede saber qué haces? - protestó una Ymir medio dormida en la parte de atrás.

Reiner la ignoró, bajándose de la furgoneta para recibir al coche que se acercaba. La puerta del otro vehículo se abrió y una figura menuda salió al exterior y se puso delante de la luz de los faros, sacándole una sonrisa.

- ¡Ymir! - gritó -. Es Krista.


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