Ymir soltó un chillido de emoción y se abrazó a ella besándole el pelo mientras Historia trataba de mantener una actitud seria y autoritaria. Reiner, que nunca había visto a su compañera comportarse así, las miró con una ceja arqueada antes de girarse hacia el chico alto que todavía no había pronunciado palabra. Bertolt, que lo había estado observando por el rabillo del ojo, desvió la mirada.
– ¿No nos conocemos de algo? – preguntó Reiner, escudriñándolo. Él negó con la cabeza.
– No lo creo... no – Bertolt trataba de no mirarlo a la cara.
Historia consiguió zafarse sutilmente del asfixiante abrazo de Ymir sin poder ocultar su sonrisa y se despidió de ellos rápidamente antes de empezar a caminar hacia su tienda de la mano de la otra. Bertolt suspiró, nervioso, y se miró los pies.
– Supongo que... querrás dormir – dijo. Historia le había dado una orden directa para que vigilara a Reiner porque no se fiaba de que no fuera a marcharse con el coche y las provisiones si lo dejaban solo, pero él no había terminado su guardia. No podía abandonar sus responsabilidades sin más –. Pero primero tengo que conseguir que alguien me releve – explicó sin motivo. Reiner asintió.
– Tranquilo, puedo esperar – Reiner había comprendido la situación. No pensaba dejar allí a Ymir y Krista, o Historia, después de lo que habían pasado, pero comprendía su preocupación. Él tampoco se fiaría.
Bertolt agradeció internamente no tener que dar más explicaciones y echó a andar hacia una tienda algo apartada. Reiner lo siguió. La tienda no estaba lejos por nada, y Bertolt odió tener que acercarse allí antes de que empezara la siguiente guardia. Su molestia era visible, y Reiner no pudo evitar preguntarse si habría algún tipo de conflicto entre él y su relevo. Sin embargo, su duda se disipó en cuanto llegaron a la puerta y fue capaz de oír ciertos sonidos sugerentes provenientes del interior. Bertolt suspiró y se inclinó hacia delante.
– M-Marco... – llamó.
Su voz fue lo suficientemente alta como para que la oyeran dentro, pero los sofocados jadeos no cesaron. Bertolt, sin embargo, no volvió a llamar, sino que se limitó a esperar. Reiner se cruzó de brazos, incómodo, contemplando al muchacho con compasión. No tendría que pasar por eso si él no estuviese allí.
Minutos después, la puerta de la tienda se abrió y un chico con parte de la cabeza rapada se asomó al exterior medio desnudo, con la cara congestionada y una mueca entre fastidio y vergüenza.
– ¿Qué quieres, Bert? – preguntó con voz ronca –. ¿Ya es la hora? – Bertolt negó con la cabeza.
– En realidad no, pero Historia me ha encargado otra cosa y hay que adelantar la guardia un poco.
– Vale, un momento – dijo, haciendo el amago de volver a entrar. Entonces vio a Reiner –. ¿Y este quién es?
Bertolt chascó la lengua.
– El otro encargo – resumió.
El chico volvió dentro y Bertolt suspiró una vez más, levantando la vista hacia el cielo. Reiner lo observaba en silencio. Cuando bajó la mirada y se encontró de golpe con el tono acaramelado de los ojos de Reiner, se estremeció y giró la cabeza con brusquedad. Él sonrió. Entonces les llegaron sonidos de besos desde dentro de la tienda y Reiner se exasperó.
– ¡A ver, hombre! – gritó en un susurro.
Volvió a hacerse el silencio y poco después una cabeza distinta y pecosa emergió al abrirse la puerta.
– Lo siento – musitó Marco, sonrojado, cogiendo la escopeta que Bertolt le tendía. Reiner arqueó una ceja, sorprendido.
– No pasa nada. Siento que tengas que perder tu tiempo de descanso para cubrirme... – bostezó.
Reiner miró a Marco de arriba abajo sin ningún disimulo mientras este se alejaba de la tienda con paso arrítmico. Bertolt volvió a suspirar.
– ¿Has estado metido en un búnker todo este tiempo? – preguntó, retomando el camino al vehículo en el que iban a pasar la noche –. Ahora es normal – Reiner ignoró la pulla.
– Creía que Marco era el otro – confesó. Bertolt sonrió.
– El otro es Jean. Acababan de comprometerse cuando todo se fue a la mierda.
Bostezando, Reiner emitió un gemido de empatía.
– Supongo que es una suerte que yo estuviera solo – comentó, deteniéndose junto al coche y abriendo la puerta –. ¿Se puede saber cómo vas a vigilarme sin un arma? – Bertolt boqueó, confuso, y Reiner le lanzó su propio rifle sin pensar antes de sentarse en el asiento del copiloto y dar un portazo.
Bertolt se sintió turbado ante tal voto de confianza o muestra de irresponsabilidad y, aferrando el arma demasiado sofisticada para él, entró también en el coche. El "invitado" estaba teniendo una gran consideración al mostrarse tan cooperador y paciente. La jefa ya debía de conocerlo de antes y quizá por eso lo había dejado a su cargo. Había tenido mucha suerte. Reiner alargó entonces el brazo para coger algo de detrás de su asiento y Bertolt se tensó al pensar que quizá había sido engañado e iba a dejarlo inconsciente para marcharse de todas formas, pero resultó ser una manta que extendió a lo ancho del vehículo cubriéndolos a ambos hasta el cuello.
– E-es un detalle, pero yo ya tengo una...
Reiner le dedicó una sonrisa adormilada.
– Siempre estás a tiempo de quitártela si tienes calor – murmuró.
Bertolt se sonrojó y musitó un débil agradecimiento y aprovechó el momento para observar a Reiner ahora que había cerrado los ojos. Quizá sí se conocieran de algo, pero, si era así, no sabía de qué.
Ymir se dejó caer sobre el colchón de Historia, puesto directamente sobre el suelo con una sábana azul por encima, y sonrió, viéndola quitarse las botas antes de meterse bajo la manta junto a ella. No había pasado tanto tiempo desde la última vez que la había visto, pero para ella había sido una eternidad.
– Bueno, ¿vas a contarme cómo has llegado a ser la mandamás de este campamento de boy-scouts?
– Mmm... no. Vamos a dormir – replicó Historia.
Antes de que ella pudiera protestar y seguir insistiendo, porque de verdad quería saber qué le había pasado durante todo aquel tiempo que no estuvo allí, Historia se acurrucó contra Ymir encajando la cabeza bajo su barbilla. Incapaz de resistirse a tal encanto, Ymir consintió en dejar el tema y cerró los ojos, cansada.
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Apocalipsis
Fanfiction[SNK // ALTERNATIVE UNIVERSE] Nadie supo nunca cómo había empezado aquello. Quizá fuera un nuevo patógeno de origen animal o un experimento fallido cuyos efectos no pudieron contenerse a tiempo. El caso fue que, en cuestión de días, el mundo se acab...