Capítulo 8

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– ¡No seas tonta, no puedes quedarte! – gritó Reiner en un susurro histérico.

– Puedo, y es lo que voy a hacer – suspiró ella –. El plan era solo tuyo, ¿no? Nada ha cambiado. Puedes irte si quieres, de todas formas yo no pintaba nada contigo.

Reiner se tapó la cara con una mano, sin argumentos. Era cierto, pero él ya no estaba acostumbrado a viajar solo. Su plan parecía muy triste y solitario ahora que sabía que había comunidades de supervivientes. Comunidades mal situadas, pero llenas de gente viva.

– También puedes quedarte – añadió Ymir. Él negó con la cabeza.

– ¿Y volverme loco? No, gracias – se dio la vuelta y empezó a caminar en la dirección en la que había venido –. Saca tus cosas de mi coche si no quieres que me las lleve.

Ymir resopló y echó a andar detrás de él.


Bertolt apretó los labios mientras Zeke se acercaba a él con una sonrisa socarrona. Cada vez que lo veía le inspiraba más desconfianza. Era como uno de esos abusones encubiertos que esperaban a que las miradas adultas no los enfocaran para ensañarse con él. Bertolt intentaba convencerse a sí mismo de que un hombre cojo no podía mangonearlo, pero haría falta mucho más que el fin el mundo para curar sus traumas escolares.

Reiner e Ymir aparecieron de pronto en su campo de visión. Él iba delante, dando largas zancadas y con aire enfadado. Ella lo seguía casi con resignación, a paso rápido pero sin esforzarse por alcanzarlo. Reiner ni siquiera lo miró cuando llegó al coche. Abrió la puerta sin miramientos y empezó a sacar bolsas de comida mientras Ymir esperaba de brazos cruzados.

– No creo que tengas derecho a quedarte la mitad – refunfuñó – porque aquí ya hay recursos y a mí aún me quedan muchos kilómetros que recorrer.

Bertolt se había levantado para controlar lo que hacían, y no pudo evitar sentir curiosidad al oír aquello.

– ¿Puedo saber qué está pasando? – preguntó sin mucha confianza. Reiner gruñó.

– Historia no viene. Ymir se queda. Reiner sigue solo – resumió.

El hecho de haber acertado en que Historia no quisiera irse fue un relampagueo de felicidad en sus ojos, pero lo entristeció la idea de que Reiner tuviese que marcharse sin compañía.

– ¿Adónde vas?

– Al mar.

El mar. Sonaba bien. En la costa no debía de haber tantos muertos... ni tantos vivos, parecía un buen plan. Miró a Ymir. Si ella se quedaba... podría ser.

– ¿P-puedo ir contigo?

Reiner dejó de trastear con las bolsas y se incorporó. Se quedó quieto un momento antes de volverse hacia Bertolt con las cejas arqueadas.

– ¿Venir conmigo? – repitió –. ¿Tú?

Bertolt titubeó.

– Sé disparar – dijo –. Intentaré no ser una carga.

– Estoy seguro de ello, pero ¿por qué quieres dejar esto para irte con un desconocido?

Él se encogió de hombros.

– Mejor viajar con un desconocido que quedarse aquí con treinta – murmuró.

Reiner miró a Ymir. Ymir miró a Reiner.

– ¿No haces falta aquí? – preguntó ella. Bertolt negó con la cabeza.

– Ahora estás tú – dijo.

ApocalipsisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora