Capítulo 3

290 46 12
                                    

Reiner cogió su machete del suelo, al lado de Ymir. La mano le temblaba muchísimo y no podía creerse lo que estaba a punto de hacer. Pero tenía que hacerlo. Iba a morir de todas formas; aquello era solo un acto de piedad. Falco se giró cuando él se disponía a descargar el arma contra su cabeza, mirándolo con los ojos llorosos llenos de confusión. Reiner bajó el machete y se volvió hacia Ymir.

- No se ha convertido todavía, a lo mejor es un mordisco de otra cosa - sugirió.

- ¿Soy yo la única que ha visto ese brazo, Reiner? - ella intentaba mantener la calma y no empezar a gritar como una histérica.

Reiner miró el machete y luego a Falco, confuso.

- Explícate - le dijo al niño. Él se miró las manos.

- Colt y yo íbamos con más gente, pero nos perdimos. Pieck venía con nosotros. A mi hermano lo mordieron en el brazo y Pieck se lo cortó para que no se infectara. Nos trajo aquí y me dijo que cuidara de él mientras ella iba a buscar medicinas, pero no volvió. Colt se convirtió mientras yo dormía y me mordió, pero conseguí tirarlo por la ventana. Luego llegasteis vosotros y me escondí.

- Y una mierda - dijo Ymir.

- ¿El brazo es de tu hermano? - preguntó Reiner. Falco asintió -. ¿Y se puede saber por qué nos dijiste que lo estabas esperando?

- Creí que si pensabais que no estaba solo os iríais.

- ¿Krista no estaba aquí cuando Pieck os trajo? ¿No había ninguna chica aquí? - Falco negó con la cabeza.

Reiner suspiró.

- Vámonos.

Volvió a echarse el rifle al hombro y, haciéndole un gesto a Ymir para que lo siguiera, salió de la habitación. Ella no se movió.

- ¿Te has creído esa historia? ¿Crees que este enano sería capaz de tirar un zombi por la ventana después de haberlo atacado? ¿Qué tiene, seis años?

- T-tengo ocho - Ymir ni siquiera lo miró.

- Da igual que sea verdad o no, lo dejaremos aquí, donde estaba cuando llegamos. Tenemos que encontrar a Krista.

- ¿Y cómo sabemos que no es de Krista ese brazo? Yo no me creo que... - Reiner volvió al dormitorio, la cogió del brazo y tiró de ella con brusquedad -. ¡Reiner, no podemos dejarlo aquí! Está infectado y hemos reventado la puerta.

Irritado, Reiner le tendió el machete.

- Ten - dijo -. Si tantas ganas tienes de matar a un niño de ocho años, hazlo tú - Ymir hizo el amago de cogerlo con una mano trémula, pero se echó atrás y negó con la cabeza. Reiner estalló -. ¡Genial! ¡Estupendo! ¡Lo único que haces es criticar lo que yo hago, pero tú no mueves un dedo!

Se volvió hacia Falco con el machete levantado y el niño volvió a romper en lloros y llantos. Todas las puertas estaban abiertas; podría haber escapado mientras Ymir y Reiner discutían, pero se había quedado quieto, llorando. Quizá era eso lo que él quería. Quizá sabía que ese era el destino que lo aguardaba si no quería convertirse en una trituradora de carne. Él había elegido ese final, Reiner solo estaba ayudando a que pudiera llevarlo a cabo. Estaba haciéndole un favor.

El llanto cesó de golpe y Reiner pisó con fuerza el cuerpo del niño para poder desincrustar el machete de su desfigurada cabeza. A su espalda, Ymir hipó, pero no dijo nada mientras lo seguía en silencio fuera de la casa. Todo lo había provocado ella, y lo único que podía hacer era aprender a vivir con la culpa.



Bertolt acababa de meterse en su saco de dormir cuando Pieck llegó y empezó a desenrollar el de Porco, que estaba montando guardia. Estaba muy callada desde que había vuelto sola, y la historia que había contado al llegar era muy poco creíble. Él sabía que estaban pasando por un momento muy difícil y que quizá fuera duro para ella contar la verdad acerca de lo ocurrido con Colt y Falco, pero lo aterrorizaba pensar que aquella mujer pudiera ser una mala persona y, quizá, una asesina.

- ¿Algo de lo que contaste era cierto? - preguntó con voz somnolienta.

Pieck se quedó inmóvil, paralizada ante la pregunta. Había creído que Bertolt dormía.

- Sí - fue lo único que dijo antes de retomar lo que estaba haciendo. Bertolt no insistió.

Ninguna de las personas con las que compartía techo era inocente de nada. Todos habían robado algo, abandonado a alguien o provocado alguna muerte para salvar la suya. Él mismo había dejado morir a su vecina, la señora Jäger, aun pudiendo haberla salvado. Más tarde había tenido que vérselas con su hijo, quien intentó matarlo al descubrir lo que había hecho, y había muerto también, aunque Bertolt no lo había hecho a propósito. En realidad no era nadie para juzgar a Pieck por lo que hubiera hecho o no, pero se sentiría más seguro si ella fuese sincera.

- A Falco lo arañaron por mi culpa - confesó ella, tumbada a su lado -. Ahora mismo ya debe de ser otro cascarón más.

Él fingió dormir, arrepintiéndose de haber sacado el tema. Quizá fuera mejor descansar y dejar que Pieck desembuchara cuando estuviese preparada.



Reiner e Ymir caminaban a paso ligero de vuelta al coche, en completo silencio. Ymir se miraba los pies, ajena a todo, mientras Reiner mantenía la cabeza erguida y los ojos muy abiertos para no llorar. Intentaba convencerse de que no era culpa suya, de que había sido un mal necesario. Ella se ahogaba en la culpa que le tocaba y en la que Reiner no quería asumir.

Llegaron al supermercado de antes, delante del cual habían aparcado el coche, y Reiner agradeció la ingente cantidad de alcohol que los esperaba dentro. No podría conducir después, pero tampoco sería la primera vez que se veían obligados a dormir dentro del vehículo. Avanzaron apurando el paso, ansiosos por venirse abajo en la comodidad de los asientos acolchados.

Un grito de Reiner hizo que Ymir levantase la cabeza a tiempo para ver cómo una chica rubia aparecía de la nada y se subía en el coche. Él echó a correr hacia allí, descolgándose el rifle, pero la desconocida ya había arrancado el coche y se estaba yendo a toda velocidad por la carretera. Trató de correr detrás del coche, pero ya era inútil.

- ¡Mierda! - gritó, apuntando a la imagen lejana del coche con el rifle y bajándolo al darse cuenta de que dispararle no serviría de nada.

- Al final nos han robado - dijo Ymir con la voz rota. Reiner se giró para gritarle, pero ella no se lo estaba reprochando. Se sentó contra la ventana del supermercado y enterró la cara entre las manos -. No tendríamos que haber venido aquí.

Reiner se relajó y se sentó a su lado.

- Solo es una mala racha. Lo superaremos.

- ¿Superaremos el haber matado a un crío? - Reiner tragó saliva.

- Era lo que había que hacer - respondió, tajante -. A la larga sabremos que fue la mejor decisión.

- Y ahora, ¿qué hacemos?

ApocalipsisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora