Capítulo 2

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Caminaron sin rumbo durante horas, en un continuo prueba y error que los hizo preguntarse si serían capaces de encontrar el coche cuando volviesen. Todos los edificios parecían iguales y tenían que fijarse en detalles muy concretos para saber por dónde habían pasado y por dónde no.

– ¿Seguro que no es ninguno de estos? ¿No podemos hacer ruido y esperar que se asome a la ventana? – dijo Reiner, cansado de deambular sin sentido.

– Una cosa es relajarse por la ausencia de infectados y otra ser imbécil. No vamos a arriesgar... – la cara de Ymir se iluminó de pronto y, en vez de terminar la frase, echó a correr hacia un portal –. ¡Es aquí! – exclamó, emocionada, comprobando el número y golpeando con la culata de su rifle la puerta de cristal, que se rompió en miles de pedazos.

Reiner rechinó los dientes ante el estruendo, mirando alertado a su alrededor.

– ¿No vamos a arriesgarnos a qué? – preguntó entrando detrás de ella por el agujero de la puerta. Ymir lo mandó callar y se hizo a un lado para dejarlo subir primero por la escalera –. Qué caballerosa, gracias.

– No seas idiota, en un cuerpo a cuerpo es más eficaz el machete.

Él no volvió a protestar y siguió subiendo escaleras, encendiendo la luz de cada rellano. Allí no había ni un alma.

– ¿Qué planta es? – preguntó al llegar al tercer piso.

– Hay que subir una más. Vive en el 4ºC.

Reiner asintió y continuó subiendo, con Ymir pegada a su espalda. Llegaron a la puerta C, que tan inalcanzable parecía hacía apenas un momento. Ymir lo adelantó, con manos temblorosas, y pegó la oreja a la puerta. Volvió a fruncir el ceño y negó con la cabeza antes de golpear la puerta con el puño. Nadie contestó. Reiner se compadeció de ella, viendo cómo el temblor de sus manos se extendía poco a poco por todo su cuerpo, y probó a llamar al timbre. No hubo respuesta.

– Quizá no sepa que somos nosotros – sugirió, intentando sonreír para tranquilizarla. Entonces la apartó y le disparó al picaporte, que salió volando y dejó la puerta inservible.

Aferrando con fuerza el rifle y entregándole a ella el machete, entró primero en el apartamento, mirando a un lado y otro para que no lo cogieran desprevenido. Allí no había nadie y, a juzgar por la fina capa de polvo que cubría todos los muebles y objetos perfectamente colocados, desde hacía bastante tiempo. Aun así no bajó la guardia y procedió a comprobar las habitaciones. Ymir no se apartaba de él, sin dejar de temblar.

Con cuidado, abrió la puerta del último cuarto por comprobar, el dormitorio. La ventana estaba abierta de par en par y la cama perfectamente hecha. Reiner tragó saliva al pensar que a lo mejor se había tirado por la ventana al no recibir ayuda y se maldijo mentalmente por tener esa clase de ideas. Pero al parecer Ymir había pensado lo mismo y corrió a asomarse a la ventana abierta.

– Aunque lo hubiera hecho – dijo Reiner –, ya no estaría ahí.

Ymir se tapó la cara con las manos y se dejó caer de espaldas en la cama.

– Y si no está aquí – las manos amortiguaban el sonido de su voz –, ¿dónde está?

Reiner suspiró y se reclinó contra la pared.

– No lo sé – dijo, cerrando los ojos. Cuando volvió a abrirlos, se llevó el susto de su vida al ver algo que se movía debajo de la cama – ¡Ymir, cuidado! – gritó, apuntando con el rifle a lo que fuera aquello.

Ymir se levantó de un salto, agarró el machete y levantó el bajo de la sábana, dispuesta a atacar, pero se relajó al ver qué era.

– Reiner, es un crío – dijo, y le hizo un gesto para que saliera de debajo de la cama. Él no dejó de apuntar hasta que un niño rubio con cara de susto y lleno de mocos se puso en pie –. ¿Cómo te llamas, niño?

– F-Falco.

– ¿Y se puede saber qué haces aquí? – preguntó Reiner con brusquedad.

– Espero a mi hermano.

– ¿Tu hermano? ¿Quién es tu hermano?

– ¡Eso da igual, Reiner! ¿Sabes dónde está Krista?

El niño negó con la cabeza.

– No sé quién es... – miró a Reiner –. Mi hermano se llama Colt. Me dejó aquí y me dijo que volvería – explicó.

– ¿Cuándo se fue?

– Ayer por la mañana.

Reiner e Ymir intercambiaron miradas y él se acuclilló frente al niño.

– Falco, si tu hermano no ha vuelto ya, es que no lo va a hacer.

– P-pero él me dijo que volvería...

– Ya – espetó Ymir –, y a mí Krista me dijo que estaría aquí cuando yo viniera a por ella. ¿Tú la ves?

Reiner la miró con reproche mientras Falco rompía a llorar y moqueaba todavía más. Ymir se encogió de hombros y entró en el baño contiguo para coger un rollo de papel higiénico.

– Toma – dijo al niño –. Límpiate la cara.

– Puedes venir con nosotros si quieres – decidió Reiner. Ymir lo miró indignada.

– ¿Quién ha decidido eso? ¡No recuerdo que me lo hayas preguntado!

– ¡Lo he decidido yo, que soy quien tiene el vehículo y las armas y quien aceptó llevarte! No tengo que consultarte nada, para mí ambos sois iguales. Salvo que a él se lo estoy ofreciendo y tú te auto-invitaste, claro.

Ymir boqueó, tan henchida de rabia que era incapaz de articular palabras, y le tiró a la cara el primer objeto que encontró su mano, que resultó ser un jarrón de porcelana que Reiner esquivó y se hizo trizas contra la pared. Al ver lo que había hecho, se tapó la boca con la misma mano y se dejó caer en el suelo, shockeada. Reiner no supo si fue por haberle lanzado algo o porque ese algo era de Krista, pero fue a reconfortarla mientras Falco lloraba más incluso.

– Eh – dijo con tono suave mientras le frotaba la espalda –, no pasa nada, he dicho una tontería. Es normal que te hayas enfadado, soy un idiota. Lo siento.

Ella negó con la cabeza y señaló al frente con la mano libre, pero Reiner no la estaba mirando y tuvo que destaparse la boca para girarle la cabeza en la dirección que quería. La mandíbula de Reiner se descolgó al comprender el shock de Ymir. No era por lo que había hecho. El hermano de Falco no iba a volver.

No era solo que Falco tuviese un mordisco en la pantorrilla, sino que había un brazo debajo de la cama. Ymir no lo había visto antes. La pregunta era dónde estaba el resto del cuerpo.


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