Día 11, Cuarentena.
Bakugo suspiró, observando con melancolía los edificios que rozaban el cielo que cada vez se veía más gris.
Se sentía la tristeza en la sala, mientras los pacientes intentaban hundirse cada quien en su mundo. Incluso los más felices, estaban decaídos.
Y es que cuando por fin los doctores estaban viendo la posibilidad de permitirles ver a sus familiares, aparecía una nueva cepa, había una nueva ola de infectados, y ahora volvían a reforzar la bioseguridad.
Katsuki nunca fue una persona muy empática, pero hasta a él se le rompió el corazón al ver a la pequeña Eri llorar cuando se enteró de que su papá no podría ir a visitarla como le habían prometido las enfermeras.
Aún tenía diecisiete años, así que junto a otros adolescentes de otras salas fueron reubicados al pabellón infantil, dejando así más espacio para los pacientes de Covid-19.
Todos habían estado emocionados, llevaban meses sin ver a sus familiares, porque había mucho riesgo, aún cuando el lugar donde se encontraban era el lugar más esterilizado de todo el edificio, sus familias debían pasar cerca de donde los infectados estaban, o podrían ser portadores que aún no lo habían desarrollado, o podrían ser asintomáticos.
Todos los de esa sala estaban en la zona roja prácticamente, sería una lucha mortal si alguno llegaba a contraer la enfermedad, sus sistemas inmunes eran débiles casi nulos, tenían prohibido decirlo, había que mantenerse positivos pero todos tenían en claro una cosa, ellos contra el coronavirus no tenían ninguna oportunidad.
Habían tantos contra y tan pocos pros.
El ánimo cayó de tal forma, que todos se sentían terribles, incluso las enfermeras que intentaban lo que fuera para hacerlos sentir mejor, desde películas, juguetes, videojuegos, o actividades, pero era duro.
Ellos no necesitaban películas, ni juguetes, ni cantar o bailar. Querían un abrazo, un beso en la mejilla, querían escuchar a sus familiares decirles cuanto los amaban en vivo y de frente, no a través de una pantalla.
Katsuki siempre fue algo arisco y distante, pero incluso él extrañaba la calidez de la vieja bruja cuando se acercaba invadiendo su espacio personal para despeinar su cabello, o cuando el viejo apretaba su hombro en señal de apoyo.
¡Joder! Extrañaba a los extras idiotas que venían a visitarle al salir de la academia los viernes, después de todo sólo había desmejorado solo un poco, tendría que quedarse en el hospital un mes máximo. Extrañaba que la alien se acercara demasiado a él para tomarse una selfie, que la rata eléctrica pasara un brazo por sus hombros y que cara plana palmeara su espalda.
Sobretodo extrañaba al pelos de mierda.
Eijiro y sus besos robados.
Eijiro y sus abrazos espontáneos.
Eijiro y su compañía, su cercanía innecesaria.
Kirishima y su calor cuando se sentaba junto a él en la camilla.
Kirishima y su aliento cálido rozando su oído repitiendo cuanto le amaba.
Simplemente extrañaba a Kirishima Eijiro.
Aún cuando el pelirrojo se encargara de llamarlo cada mañana cuando despertaba, y le acompañaba en las noches donde el hospital era solitario y muy frío para dormir.
Siempre le enviaba mensajes llenos de emoticones románticos, y un montón de selfies con lo que hacía durante el día. Incluso hacían videollamadas, porque aunque hubiera una pandemia global, pelos de mierda seguía siendo un idiota que necesitaba ayuda con las asignaturas.
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Entre Corazones De Roca Y Flechas Explosivas | •KiriBaku Month 2020•
FanfictionCuando sus ojos se encontraron, se encendió una chispa que nunca antes habían sentido. Y sin darse cuenta el corazón de roca había sido atravesado por una flecha explosiva grabando su nombre a fuego para siempre. O dónde el corazón explosivo fue atr...