EPÍLOGO

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Cuando miraba hacia atrás, un poco de nostalgia invadía el cuerpo de Dee. No porque quisiera volver al pasado, pero recordar toda su vida pasada la hacía ponerse triste y feliz a la vez. No tenía padres, tuvo que ingeniárselas sola para salir adelante teniendo una edad muy corta, y cuando finalmente había conseguido un empleo, las sucias manos de Jack se encargaron de romper su mundo de fantasías, de esfuerzos y de metas. Había roto a la chica que una vez fue, aquella con esperanzas por un futuro mejor. Estudiar, trabajar, tener una familia y vivir feliz. Pero a la vez, él y sus secuaces forjaron a la mujer que era hoy en día. No la habían roto, se dio cuenta de que quedaba parte de su inocencia en su sistema una vez escapó de ese infierno. Que no la habían despojado de la esencia de la verdadera Dee. La lastimaron, sí. La hicieron pedazos. Pero la llegada de Bea hizo que encontrara partes de sí misma que pensaba que habían muerto. Ella le dio un nuevo rumbo a su vida, sin importar cuan rota estuviese. Le dedicó tiempo y paciencia a sanar su cuerpo y mente, le mostró el placer de hacer el amor sin forzar nada y la sostuvo cuando más lo necesitaba.

Podía decir que al final de la historia, tuvo un final de película, sin importar cuan mal hubiera empezado. Tenía todo lo que cualquier persona aspiraba; La enorme casa, la familia protectora, los hijos, y los dos maravillosos perros que volvían loca sus mañanas. No podía pedir nada más.

Estaba feliz. A veces cuando sus recuerdos iban y venían se ponía a pensar en lo que podría haber sido su vida si no se hubiese topado con la heladería que por muy poco la mata. ¿Ahora sería feliz? ¿Que estaría haciendo?

Miró a su familia. Sus dos hermosos perros descansaban junto a la chimenea. Bea movía en el aire los juguetes de Sammy y los hacía chocar como dos autos enfrentándose. La risa de la niña de cinco años sentada en la alfombra era tan contagiosa que deslizó una pequeña sonrisa en los labios de Dee. Estaba nevando afuera, una tormenta arrasadora que había durado días, pero ellas estaban bien. No les faltaba nada, ni siquiera sus adoradas tazas de chocolate caliente o las galletas que robaba cada hora del cuenco de Sammy. Ambas eran adictas a esas cosas cargadas de azúcar, pero ninguna se quejaba. Los momentos felices que la comida las hacían pasar no podían ser algo malo, asi que si se acababan, solo hacían más. Devon se había apiadado de ellas y les enseñó una receta más fácil y resumida de como hacer galletas con chispas de chocolate.

Ahora parecía que no podían vivir sin ellas.

Sorbió un poco de su chocolate, el sabor dulce se deslizó por todo su cuerpo y la calentó del frío que sentía. En su cabeza todos los momentos como ese estarían grabados hasta la eternidad, opacando cualquier otro pensamiento negativo permaneciendo en lo más profundo.

—¡Chocalos más fuerte, mami! ¡Pum, pum, pum! —Sammy batió en el aire dos autos y los hizo estrellarse con fuerza, mostrándole a Bea como debía hacerlo. Su niña cada vez más grande era inteligente, le gustaba ver lo bueno de la vida y la disfrutaba más que cualquier niño que la rodeaba. Tenía muchos amigos, amaba jugar con ellos en el parque y enseñarles que cualquier mínima cosa mala podía transformarse en algo alegre si uno cambiaba su forma de verlo.

De dónde pudo haber sacado eso, no lo sabía. Quizá Bea hablaba de cosas profundas mientras la hacía dormir, o Nathan intentaba darle charlas intensamente morales para formarla y prepararla para el futuro. No tenía idea, pero le gustaba escucharla hablar sobre cosas importantes como esa. Ella enseñaba, y a la vez aprendía. ¿Qué más podía pedir de su niña? ¿podía ser más perfecta de lo que ya era?

El destello rosado en su vestido de princesa y la corona decorando su cabeza le dieron una imagen tierna de su niña. Deseaba que se quedara así por siempre, con su inocencia y carisma, ajena a cualquier golpe que la vida pudiera darle. Podía vivir en un mundo de fantasías dia y noche, pero el tiempo iba a empezar a correr y cada momento que pasaba la llevaba más cerca del futuro adulto. Aún faltaba, pero por experiencia sabía que el tiempo pasaba muy rápido. En un parpadeo su niñita había pasado de ser una bebé regordeta de casi tres kilos a una niña de cinco años enseñándole a los niños que debían ser mejores de lo que eran.

Quiso llorar, no sabía si de tristeza o de alegría. Tal vez ambas. Y lo hizo, por supuesto intentado ser discreta al respecto. En su corazón sabía que no había nadie más a quien amar más que a ellas. Lo eran todo. Nunca pensó que le agradecería a la vida por lo que había pasado, pero en ese momento lo hizo. Volvería al infierno del que había escapado mil veces si era necesario con tal de seguir los mismos pasos y encontrar a Bea, a Nathan, al equipo TGR y a su preciosa niña.

Bea y ella se habían casado, una pequeña ceremonia en la capilla más cercana a su casa. En definitiva, solo Caden, Bruce, Duncan, Douglas, Campbell, Devon y Nathan estaban invitados. Los empleados de TGR fueron invitados a la fiesta posterior al casamiento, ya que el intercambio de votos y anillos que hicieron en la capilla fue planeado para ser íntimo y familiar. Sammy solo tenía tres años, e incluso en ese momento fue enternecedor verla caminar por el pasillo con los pétalos de rosa en sus diminutas manos sin saber qué hacer. Pero sonreía, siempre sonreía.

El recuerdo la puso más emotiva aún, parecía no haber superado su etapa sensible todavía.

—Mamá, ¿estás llorando? Prometo no romper los autos. —Sammy sonaba preocupada, y los autos en el aire dejaron de ser importantes para ella cuando la vio llorar. Sus enormes ojos azules como los de Dee destellaron con intriga mientras Bea se encargaba de acariciar con suavidad el cabello rubio de su hija.

Dee se rió, pero Bea seguía viéndola preocupada. No entendía lo que le pasaba, o qué habían hecho para hacerla llorar. A veces se ponía así de sentimental cuando se apartaba y se enfocaba en ver los detalles de su vida actual y pasada.

—Estoy bien. Mamá solo llora de alegría, cariño. —contestó Dee. Secó sus lágrimas, no quería ver triste a Sammy porque ella lloraba.

—¿Es por el chocolate caliente? ¿Está rico y te hace feliz? —su niña era realmente adorable, no parecía entender mucho por qué la gente lloraba de alegría.

Bea le sonrió, divertida por las ocurrencias de Sammy.

—Lloro porque tengo una hermosa hija y una esposa perfecta.

Sammy se sonrojó pero no dejó que la vergüenza la detuviera. Se levantó con rapidez y corrió hacia Dee para sentarse en su regazo. Uno de los autos se enterró en su estómago pero lo dejó pasar. Los brazos de su hija hacían que todo lo demás desapareciera de su mente.

—Yo también te quiero ¿dejaras de llorar?

Volvió a reír, y asintió con la cabeza.

—Lo haré si me das un beso mágico.

Un segundo después los labios de la pequeña se enterraron en su mejilla con mucha fuerza, tanta que era probable que dejara una marca roja por unos minutos. Cuando se despegó, Dee se encargó de secar sus lagrimas y recomponerse.

Se levantó, su hija aun en brazos, y se apresuró a donde estaban todos sus juguetes regados por el suelo.

—Muy bien, es hora de jugar a las carreras. Mamá Dee va a patearles el culo.

Bea negó con la cabeza, sabiendo que eso no iba a suceder. Ella estaba invicta cuando a juegos se refieren. Nadie podía competir con la resistencia y la velocidad de esa mujer. Por suerte la casa era enorme y su hija no se enojaba cuando perdía. Menos mal porque Bea no era buena permitiéndole a su hija ganar porque sí. Nada de fingir caerse para que Sammy llegara a la meta primero. Su mujer competía con todo lo que tenía.

—Sabes que no será así.

Dee le frunció el ceño y miró a su hija antes de contestarle.

—Ya veremos.

Se prepararon, el circuito se hizo como todas las veces anteriores, sin modificarlo ni siquiera un poco. Era un buen ejercicio para los días nevados, y la casa era tan grande que había lugar de sobra para correr y no tumbar nada. Así que cuando se pusieron en posiciones, Dee entre medio de su esposa y su hija, Sammy y ella se miraron con un plan compartido listo para ser ejecutados.

Quiso reír, pero se aguantó, Bea no podía sospechar nada. Estaba absorta en el conteo.

—Listas, preparadas y...

—¡Ya! —gritaron Dee y Sammy a la vez.

Empujaron a Bea sin siquiera dudarlo y salieron corriendo sin mirar atrás mientras reían, sabiendo que Bea no iba a perdonarles esa pequeña trampa.

Pero no importaba. Cuando el trabajo era en equipo, nadie podía vencerlas.

FIN

Protégeme {Tate Group Rescue #1} TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora