La primera vez que vio al niño supo que debía hacer hasta lo imposible para sacarlo de donde estaba viviendo. Para rescatarlo de sus tíos.
El pequeño estaba en el jardín delantero, arreglando los setos bajo el abrazador sol del mediodía, cuando se suponía que debía estar dentro de la casa almorzando como cualquier otra persona a esa hora. Cualquier otra persona, pero parecía que Harry Potter no tenía ese derecho.
No podía creer que Albus Dumbledore lo hubiera dejado allí, sin siquiera tomarse el trabajo de controlarlo, porque si lo hubiera hecho, al menos una vez, habría podido darse cuenta enseguida de que el pequeño no estaba bien. Su cuerpo a simple vista se notaba desnutrido, sucio, y ni siquiera aparentaba los siete años que en verdad tenía, más bien hasta podría pasar fácilmente por uno de cinco, incluso hasta cuatro, por su contextura pequeña.
El corazón de Severus Snape pareció moverse dentro de la caja hermética donde la había colocado tantos años atrás, al verlo así.
No podía dejarlo en ese lugar, se dijo a sí mismo, pero sabía que tampoco podía simplemente cruzar la calle, tomar al niño con él y largarse de allí tan lejos que nadie podría encontrarlo nunca. Tenía que ser más inteligente que eso.
Severus se sorprendía ante el interés que ahora tenía en el pequeño. Claro que antes, por tratarse del hijo de su amiga, había hecho un juramento de mantenerlo seguro a cualquier costo, pero ese juramento más bien se reducía a cuando el chico llegara al mundo mágico, ya que se suponía que actualmente estaba seguro, bien protegido tras amuletos de sangre, y por lo mismo no prestó más atención al asunto.
Hasta que se enteró la verdad.
Primero no lo pudo creer, ¿cómo podía ser posible algo así? Luego las pruebas llegaron a él, tan contundentes que ya no pudo seguir dudando. Y el interés por el chico nació en él sin poder contenerlo.
No podía hacer preguntas para saber su paradero, eso habría sonado sospechoso, pero no le bastó más que recordar lo que Dumbledore dijera años atrás.
"Harry Potter estaba bajo amuletos de sangre".
Y para que algo así funcionara debía estar bajo el cuidado de alguien con quien compartiera sangre.
Severus apretó los puños con rabia cuando llegó a esa conclusión, ¿cómo a Dumbledore se le había ocurrido que Petunia Evans podía cuidar al hijo de su hermana, una mujer resentida que odiaba todo lo que no era “normal”?
Sacudió la cabeza, no era momento de estar pensando en eso, no podía distraerse de su cometido ahora mismo. Aunque tampoco podía dejar de pensar en todo lo que había descubierto y que ahora lo llevaba a estar allí, del otro lado de la acera, contemplando a ese pequeño.
Sacó de su bolsillo el pergamino que lo acompañaba ya hacía unos días, leyéndolo una vez más:
“Encontré a tu hijo. No es un buen lugar dónde está, pero te prometo que lo sacaremos pronto. Tu fiel amigo”.
Volvió a colocar la nota en su bolsillo, le dio una última mirada al pequeño, y girando sobre sí mismo desapareció.