Capítulo 8

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Él es el fuego que mantiene mi brasa encendida.
A🌙 A

Presente

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Presente.

Narra Candy.

No puedo dejar de llorar.

No puedo hacer que el dolor en mi interior disminuya.

No puedo dejar de recordar todo lo pasado y de odiarme por eso.

No puedo dejar de imaginarlo a él cargando un lindo niño rubio que no es mi hijo.

—Caperucita —susurra Gideón, intentando levantarme, pero no tengo fuerzas. Solo necesito llorar un poco más.

—Un poco más —pido en un hilo de voz. Hace caso omiso a mis palabras y me levanta del suelo, atrayéndome hacia él para abrazarme.

Estoy luchando con no volver a acostumbrarme a la calidad de sus brazos envolviendo mi cuerpo. Ni el calor de su cuerpo junto al mío. Sé que él pronto va a dejarme. Estoy preparándome para eso.

—No tienes que contarme ahora, Caramelo. Solo quiero que dejes de llorar, por favor —suplica sobre mi cabeza. Tomo un par de respiraciones para hacerlo.

—Me enteré poco más de un mes después de irme. Tenía casi tres meses. —Me callo para controlar los fantasmas en mi interior.

—No tienes que decírmelo ahora, Caramelo. Podemos esperar —propone. Niego con la cabeza y me alejo un poco para verlo.

—Quiero hacerlo —declaro. 

Gideón asiente y termina de levantarnos a ambos para conducirnos a la cama. Me subo en ella y me acomodo sentada, apoyando mi espalda contra el espaldar. Miro mis manos para tomar valor.

—Me enteré un día y al siguiente, cuando fui a hacerme el eco, la doctora me dijo que mi hijo no podía nacer porque venía con una anomalía que no es compatible con la vida. —Callo un segundo para sacar mis lagrimas y sorber mi nariz—. Se llama anencefalia, y es una malformación cerebral. Qué es lo mismo que nuestro hijo no tenía cerebro, cráneo o cuero cabelludo —explico lo que la doctora me dijo en aquel momento. 

Gideón se levanta de la cama y comienza a caminar de un lado a otro mientras que yo vuelvo a llorar.

De pronto Gideón grita fuerte y se queda de pie mirando al suelo. Comprendo que está llorando cuando lo escucho sollozar. Sin fuerzas para consolarlo, me levanto y camino hasta él. Ahora soy yo quien lo abraza por la espalda, apoyo mi barbilla contra su espalda. Ya no lloro, quiero que él deje de hacerlo. Arropa mis manos con las suyas y las lleva a su boca para besarlas.

—Tendremos más hijos —declara seguro. 

Evito negar con la cabeza, sé que eso no es cierto. Intento retirar mis manos, pero él me lo impide y aún sosteniéndolas, se gira y las suelta para levantar mi rostro.

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