Capítulo 8. Arena ardiente.

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Él pensaba que nunca más iba a volver a ver nada, después de aquello, pero al abrir los ojos de nuevo, vio un cielo azul, abierto, con apenas algunas nubes, se levantó de golpe cuando notó algo frío en sus pies, era agua, agua salada, tenía delante un gran mar, y una arena fina blanca, al otro lado pudo ver palmeras, y además había algo que él no notaba, el sol era inmenso, y apretaba con tal fuerza que podrías hacer arder un árbol con una sola chispa. Mientras andaba a la orilla de la playa, pero con cuidado de no tocar el agua, vio a lo lejos a una chica como él, morena de piel, pelo castaño claro y ojos marrones, él caminó hacia ella intentando cruzarse con ella, pero mientras lo hacía, las piernas empezaron a flaquearle, llevaba ya tiempo andando sin descansar desde el arduo fuego, así que empezó a ladearse hasta caer de bruces contra la blanda pero dura arena, la chica caminó con más prisa y se acercó a él, le preguntó si estaba bien, a lo que él respondió que sí, y ella le ayudó a levantarse, y fue cuando notó que su piel estaba ardiendo, muy caliente, y al fijarse, en los brazos de él había quemaduras, no sabía cómo pero las tenía, mientras él se levantaba, ella se quedó perdida en los ojos brillantes bajo la luz del sol, y al mirar hacia abajo, en el tobillo tenía sangre, se había hecho una caída mientras se tropezaba, la chica no sabía que él tenía la piel más sensible que podría imaginar.

- ¿Cómo te has hecho eso?, le preguntó.

- Con la arena, respondió, la verdad que no podía decirle nada, y era lo mejor que se le había ocurrido.

- Pues no puedes estar así, puedes venir a mi casa, está aquí al lado, y te curo las quemaduras y esa raja del pie, antes de que alguien te vea y crea que te he estado maltratando, ¿No crees?

- No, pero si no es nada, da igual.

- Enserio, ven.

Y le arrastró de la mano que cada vez parecía que su sangre ardía con mas fuerza.

- Ah, por cierto, me llamo Mara, pero mis amigos me llaman Mar. ¿Tú?

- Eh.. Bueno, nos acabamos de conocer, no te voy a dar mi nombre tan así como así. Con lo que él salió airoso mientras se inventaba un nombre que decirlo.

- Bueno está bien, pero no hacer falta que te averguences de hablar conmigo, estás completamente rojo, y además tienes la mano ardiendo.

Y fue cuando él no supo que responder, así que en el corto camino se hizo el silencio. Era la única persona que conocía, desde todas aquellas que veía en los reflejos del fuego, y parecía tan como lo había imaginado, su piel templada, cariñosa, alegre, y feliz. 

Atrapada en sí.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora