Pasaron casi tres meses así, y Robert ya no podía fingir que todo estaba bien. Desde que había empezado a salir con Marcus, Jeff había cambiado radicalmente, y no para bien. Casi nunca estaba en casa, y siempre que intentaba hablar con él, se excusaba diciendo que estaba “muy cansado”. Muy cansado, pero llevaba tres meses sin hacer ejercicio. Algo muy malo estaba pasando, y la impotencia de no saber qué era lo carcomía por dentro.
Ese viernes Robert decidió cancelar sus planes con Marcus, para quedarse en casa y esperar a que Jeff regresara. No podían seguir así. Tenía que obligarlo a hablar si era necesario.
Un buen libro hizo que el tiempo volara, y justo cuando iba en la parte más interesante de la novela, la puerta se abrió y Jeff entró al departamento.
―¿Qué hay? ―preguntó sin mirarlo, sin esperar respuesta.
Rob se levantó rápidamente y se paró a mitad del pasillo, con los brazos cruzados. Jeff intentó pasarlo de largo, pero el chico, a pesar de ser mucho más bajito, logró impedírselo.
―¿Qué quieres? Debo arreglarme; Mar vendrá por mí en un rato y ya se me hizo tarde… ―soltó Jeff con pesadez.
―Por alguna razón, yo vivo contigo y mi hermana es la que te ve más seguido ―dijo Rob. Sonaba demasiado enojado; necesitaba calmarse. No quería empezar una pelea―. ¿Qué tienes? ¿Qué hice?
Jeff puso los ojos en blanco y negó con la cabeza. Intentó colarse por el otro extremo del pasillo, pero Rob se le puso enfrente con agilidad. Exasperado, Jeff alzó un brazo y fácilmente apartó a Robert, haciéndolo quedar con la espalda contra la pared. En aquel estrecho pasillo, a oscuras, con sus respiraciones entrecortadas, una tan cerca de la otra, sintió una enorme necesidad de besarlo.
Ambas miradas colapsaron y se fundieron en una sola. Los brazos de Jeff se apoyaron en la pared, rodeando a Robert. Sin pensarlo demasiado, comenzó a acercarse a sus labios. Rob, en cambio, estiró los brazos y lo obligó a alejarse. Jeff abrió los ojos, desconcertado, como si acabara de despertar de un profundo sueño.
―¿Qué diablos fue eso? ―preguntó Robert, aún más confundido.
Antes de que pudiera intentarlo de nuevo, el timbre sonó y Jeff salió corriendo hacia su habitación. Rob se quedó en total silencio, aún con la espalda contra la pared del pasillo, incapaz de asimilar lo que acababa de pasar. El timbre sonó de nuevo, estruendosamente, y lo sacó de sus cavilaciones. Se apresuró a abrir la puerta y vio a su hermana, con el cabello recogido en un chongo, un corto vestido negro y una chaqueta de cuero. Martha lo saludó de beso y él la invitó a pasar.
―¿Y Jeff? ―preguntó mientras retocaba su oscuro labial.
―Se está cambiando ―contestó Robert en automático. Estaba seguro que Martha sabía lo que estaba pasando, y se moría por preguntarle, pero la conocía y sabía que jamás, por nada del mundo, hablaría de un amigo a sus espaldas―. ¿A dónde irán?
―¿Qué te importa, metiche? ―contestó ella, divertida―. ¿Por qué no saliste con tu novio hoy?
Rob se encogió de hombros.
―No es mi novio todavía… ―dijo con timidez―. Estamos saliendo.
―Ya… pues te invitaría, pero este lugar es sólo para solteros, si sabes a lo que me refiero. A menos que quieras considerarte soltero por una noche.
Lo estaba probando. Robert resopló y se sentó en el sillón junto a la puerta.
―Paso.
Martha arqueó una ceja.
―Eso creí.
Un rato después apareció Jeff, con unos pantalones negros muy ajustados, unas botas con espuelas y una chaqueta de cuero roja, idéntica a la de Martha en todo menos el color. Ella lo tomó del brazo, y ambos se dirigieron velozmente hasta la puerta. Sin dedicarle siquiera un gesto de despedida, Jeff tomó sus llaves y salió, dejando a Robert completamente solo.
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El Vecino
RomanceEn aquel pequeño departamento de paredes blancas y piso de madera, decorado elegante y minimalistamente, convivían a diario dos mundos, dos personalidades casi opuestas que, curiosamente, rara vez chocaban. Era como si estar tan cerca les proporcion...