Rob se quedó sentado un buen rato, pensando, recordando. Sobre todo recordando.
Recordando el suave aliento de Jeff, tan cerca de sus labios. Recordando sus fuertes brazos, rodeándolo, haciéndolo sentir más pequeño. Recordando esa fuerza casi magnética que luchaba por juntar sus cuerpos, por hacerlos uno solo.
Inconscientemente, su mano comenzó a deslizarse por su abdomen, y así siguió bajando hasta llegar al cierre de su pantalón. Frotó suavemente el bulto que comenzaba a formarse, con los ojos cerrados, imaginando que era Jeff quien lo frotaba con sus labios.
Desconcertado, Robert abrió los ojos y parpadeó varias veces. Aquel bulto seguía ahí, y no se iría a menos que…
Corrió del sillón a la mesa donde estaban sus llaves, de la mesa a la puerta, y de la puerta de su departamento a la puerta de Marcus. Ansioso, tocó el timbre y se mordió el labio. El perro de Marcus comenzó a ladrar. Maldito perro, murmuró Rob, sintiendo cómo cada segundo parecía durar una hora. Por la ventana del pasillo alcanzó a ver que había luna llena.
Marcus abrió un instante después, con el perro sujeto a una correa y una mueca de confusión en el rostro.
―Oh, hola… ―dijo, luchando por encontrar las palabras―. Pensé que no te vería hoy.
Rob no estaba de humor para hablar, así que velozmente se lanzó hacia adelante y lo besó. Marcus logró cerrar la puerta con una mano y con la otra aprisionó su cadera; el sabueso comenzó a saltar a su alrededor, confundido, pero Marcus lo hizo a un lado y, sin romper el beso, llevó a Robert a su habitación.
Al llegar, el chico se soltó y se puso sobre la cama, de rodillas y con la cabeza contra la almohada, arqueando la espalda y volteando a ver a Marcus.
―¿Qué esperas? ―susurró, sin aliento por su acelerado pulso.
Marcus se arrodilló en el suelo y acercó el rostro al trasero de Rob, dándole una traviesa mordida sobre los pantalones. Rob apretó la sábana con el puño cuando Marcus se puso de pie y le bajó los jeans hasta las rodillas, dejando expuestas sus nalgas perfectamente redondeadas y sin un solo vello encima. Comenzó a sentir el aliento de su hombre acercarse a su agujero, y de pronto ya no era su aliento, sino su lengua, que comenzó a masajearlo con maestría. Marcus era un artista; sabía perfectamente donde lamer, y con cada segundo que pasaba la excitación de Rob crecía, al igual que su erección.
Fue entonces que Marcus lo giró sobre su espalda y se le puso encima; ya no tenía los pantalones puestos, sólo sus enormes 19 centímetros balanceándose en el aire, deseando entrar en él. Rob cerró los ojos y los abrió inmediatamente. Los abrió porque, al sentir la cabeza del pene de Marcus presionar contra su agujero, había visto el rostro de Jeff sobre el suyo, mordiéndose el labio con fuerza.
El repentino golpe de las caderas de Marcus contra sus nalgas, penetrándolo a fondo, lo hizo gemir y cerrar los ojos de nuevo. Ahí estaba Jeff otra vez, acercándose a su oído, susurrando en él. Ya no escuchaba los jadeos de Marcus que acompañaban a cada embestida; lo único que escuchaba era la voz de Jeff, rasposa y suave a la vez, diciéndole lo mucho que le encantaba.
―Me encanta ―gimió Rob, con los ojos bien cerrados, y Marcus sonrió complacido, aumentando la velocidad―. Oh, sí, así, no pares…
“…Jeff”, completó una voz en su cabeza. Robert volvió a abrir los ojos repentinamente, tan desconcertado que estuvo a punto de pedirle a Marcus que parara, pero él lo tomó por la cadera y empezó a empujar más y más fuerte, más profundo, tanto que un orgasmo de magníficas proporciones comenzó a formarse en su entrepierna.
Rob no pudo mantener los ojos abiertos, simplemente se dejó llevar, y mientras su cuerpo se estremecía de placer, el rostro de Jeff apareció de nuevo sobre el suyo, buscando sus labios. En el momento en que Robert los besó, un gemido imposible de ahogar salió por su garganta, a medida que su orgasmo se liberaba, cubriendo de blanco su abdomen. Marcus salió y en menos de diez segundos se vino también, mezclando su semen con el de Rob.
Ambos se quedaron tendidos en la cama un buen rato, hasta que Robert recuperó el aliento y se metió a bañar, sin decir una sola palabra. Se sentía muy mal, como si acabara de cometer un pecado mortal. Lo que más deseaba era poder fingir que no había pasado nada, pero su mente se esforzaba por saturarlo de imágenes, de recuerdos, de cosas que creía haber enterrado mucho tiempo atrás. Ahí estaban de nuevo, más vívidas que nunca, y cuando regresó a la cama con Marcus, sentía que se asfixiaba.
Aún así, no dijo nada. Marcus se durmió a los tres minutos, abrazado a su cintura, pero Rob era incapaz de cerrar los ojos. Comenzó a contar las estrellas en un intento por distraerse, por no escuchar la voz en su cabeza que no dejaba de susurrarle el nombre de Jeff.
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El Vecino
RomanceEn aquel pequeño departamento de paredes blancas y piso de madera, decorado elegante y minimalistamente, convivían a diario dos mundos, dos personalidades casi opuestas que, curiosamente, rara vez chocaban. Era como si estar tan cerca les proporcion...