Capítulo 13

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―¿Qué tal, dulzura? ―preguntó la dulce voz de Martha al otro lado de la línea. Jeff había comenzado a sollozar―. Oh, no. ¿Qué pasó?

―La cagué, Mar ―dijo Jeff como pudo―. Rob lo sabe, no sé qué hacer, no sé…

―Tranquilízate por favor ―irrumpió ella―. No hagas nada; voy para allá.

―¡No! Espera…

La llamada se cortó al instante, y Jeff se quedó contemplando el teléfono por un buen rato, con la vista nublada por las lágrimas.

Robert estaba sentado en la sala, fumando otro cigarrillo, cuando el timbre lo sobresaltó. Con el corazón agitado, abrió la puerta y vio los brillantes ojos esmeraldas de su hermana frente a él.

―¿Qué diablos haces aquí? ―preguntó Rob, contrariado.

―Necesito hablar con Jeff ―dijo Martha, haciéndolo a un lado para entrar al departamento.

Robert la miró con el ceño fruncido por un momento, antes de soltar un bufido y cerrar de golpe la puerta.

―Pues ya que aparentemente tú sabes mucho más que yo, quizás tú puedas lograr sacarlo de su habitación. Yo ya estoy cansado ―espetó el chico, caminando hacia el perchero y tomando un gran abrigo gris.

Martha se lanzó de pronto hacia él, arrebatándole el abrigo y encarándolo de frente.

―Tú no te vas a ir a ningún lado. Tú vas a quedarte aquí, fumando tus cigarrillos, y vas a esperar a que yo lo saque. Y entonces van a hablar, ¿entendiste? ―Rob se quedó petrificado, mirando a su hermana y sintiéndose infinitamente más pequeño que ella―. ¿Entendiste?

―Yo ya no tengo nada que decirle ―protestó él―. No tengo nada que hacer aquí.

―Para bien o para mal, los dos tienen que arreglar esto ―sentenció Martha, señalándolo con un dedo―. Y tú lo sabes.

Sin decir nada, Robert sacudió la cabeza y se dejó caer sobre el sillón, encendiendo otro cigarrillo. Ya había perdido la cuenta de los que llevaba simplemente en la última hora.

Martha, por su parte, se dirigió directamente a la habitación de Jeff, y el sonido de sus tacones rebotando en las paredes del pasillo lo puso en alerta. Se sentó en el piso, con la espalda contra la puerta, y esperó a que ella tocara.

―Jeff ―dijo Martha después de un segundo―. Sal de ahí, por favor.

―Vete ―gruñó él, apretando fuertemente los ojos―. Sé lo que intentas hacer, y no quiero.

Martha, imitando a Jeff sin saberlo, se sentó en el piso del pasillo, con la espalda contra la puerta de su amigo. Antes de hablar, se asomó para comprobar que Robert siguiera ahí.

―En algún momento tendrás que salir ―dijo finalmente―. Esperaré hasta que te quedes sin comida si es necesario.

―Pues supongo que me moriré aquí adentro ―contestó Jeff, desafiante.

―No digas tonterías ―respondió Martha―. Abre la puerta, por favor. Enfrenta tus problemas en vez de encerrarte lejos de ellos.

―¿Y qué pasa si mis problemas no quieren que los enfrente? ―la voz de Jeff sonaba ahora vulnerable, como la de un niño asustado.

―A los problemas siempre les encanta una buena pelea ―dijo Martha, sonriendo levemente―. Vamos, Jeff. Sal de ahí.

El muchacho tardó un buen rato en responder.

―No.

―¿Por qué no?

De nuevo aquel silencio, prolongando los segundos.

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