—¡Mamá, ya estamos en casa! —gritó Audrey.
Antes de que pudiera siquiera dar un paso, una mata de pelo liso y rubio apareció en mi campo de visión. La chica pegó un grito desde el salón y vino corriendo hacia el recibidor, no sin antes sortear el agujero tapado por la alfombra con un brinco de gacela. Tuve miedo de que el suelo cediera bajo sus pies en el aterrizaje, todo el pasillo retumbó y yo me vi obligada a retroceder un poco. Sin darme tiempo a reaccionar, se abalanzó sobre mí y me abrazó con tanta fuerza que pensé que el hígado se me iría por mal sitio.
—Mi negra favorita... ¡Estás aquí! ¡Estás aquí! —chillaba sin cesar—. Es un alivio poder verte fuera del hospital.
Me quedé estática, no sabía qué hacer o dónde poner las manos. No le devolví el abrazo porque de primeras no la reconocí, pero parecía que ella tenía bastante confianza conmigo. Justo cuando se separó y me miró con los ojos llorosos, supe que era Alice, una de mis mejores amigas en mi época adolescente. Acto seguido, la abracé con todas mis fuerzas.
—¡Eh! ¿Y yo que soy? —se quejó mi hermana en tono bromista.
Alice y yo nos volvimos a despegar.
—Tú eres mi negra junior favorita. —Le guiñó un ojo.
—¿Y yo? —La voz de mi madre se hizo presente en el lugar.
Irie se encontraba parada cerca de la entrada del salón, con unos guantes de horno puestos y una olla entre sus manos. Seguro que nos había preparado algún caldo calentito para cenar, aunque no me apetecía mucho porque el clima de ese día era muy caluroso.
La rubia se dio la vuelta y miró a mi madre con sus manos puestas en las caderas.
—Tú eres mi negra vieja favorita.
«La ha cagado».
Mamá abrió la boca con indignación, emitiendo un sonido que avisaba de su enfado. Frunció el ceño y los labios, dándole una expresión a su rostro que mostraba molestia, no obstante, ambas sabíamos que estaba fingiendo para seguirnos la broma.
—Pues ya no te invito a cenar —sentenció y nosotras nos empezamos a reír—. No os riais, lo digo muy en serio. Alice, a tu casa con tus padres. Venga.
Alice y yo nos miramos de reojo y sonreímos. Ella y mi madre siempre habían tenido una muy buena relación. Irie la trataba como un miembro más de la familia, aunque hacía tiempo que ya se había convertido en eso. Yo la consideraba una hermana desde que salió en mi defensa en aquella época de mi infancia en la que mis compañeros me llamaban «cebra» por el tono bicolor de mi piel.
Por desgracia, no consiguió que dejaran de burlarse, pero sí que le pusieran un mote. La llamaban «jirafa» por ser la niña más alta del curso; recordaba sentirme fatal porque la puse en el punto de mira de todos esos niños crueles. Alice logró hacerme ver sus burlas como un juego muy nuestro en el que nos sentíamos las protagonistas de una historia de animales de la Sabana Africana: «Las aventuras de Cebra y Jirafa». Nuestras pequeñas e inocentes mentes nos hacían imaginarnos un mundo en el que teníamos que librar al resto de animales de los cazadores furtivos. Echaba de menos esos tiempos.
—¡Ah! Te he traído una bolsa con ropa que ya no uso —me hizo saber mi amiga—. Estoy segura de que la gran mayoría te quedará bien. ¿Vienes a echarle un vistazo?
Asentí y las dos nos encaminamos hacia el pasillo claustrofóbico que llevaba hasta la habitación que compartía con mi hermana. Audrey, mientras nosotras nos escabullíamos, se dispuso a ayudar a nuestra madre con lo que faltase por poner sobre la mesa. Alice le había estado ayudando antes de que llegásemos, por lo que supuse que sería poco.
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Corazón vagabundo: enjaulado
FantasíaGaia despierta con dos corazones consigo y Rem, el dueño de uno de ellos, busca recuperarlo a toda costa para no morir. * Gaia despierta de un coma después de cinco años, descubriendo lo caótica que se ha vuelto su vida, sintiendo un peso de más en...