—¡Qué bien huele! —exclamó Alice.
Nada más levantarnos aquella mañana, decidimos ir a desayunar a una cafetería del pueblo. El lugar estaba desalojado, a excepción de los trabajadores y un muchacho de aspecto jovial que se encontraba sentado de cara a la barra, dándonos la espalda y disfrutando de su café. Mi amiga y yo nos sentamos en una mesa, no sin antes darle los buenos días al personal, quienes nos devolvieron el saludo con una agradable sonrisa.
Alice agarró de inmediato la carta con los desayunos y sus correspondientes precios. Me reí al ver la cara que ponía conforme la leía, se le hacía la boca agua y me resultaba muy gracioso porque parecía que se había enamorado perdidamente de todos esos dulces y salados que moría por probar. Nos iban a faltar días para que pudiera catarlos todos.
Cuando decidimos lo que nos gustaría desayunar, se lo dijimos a la camarera y esperamos pacientes. Mientras tanto, dejé que mi mente divagase por esos recuerdos que tenía anoche. Esos en los que un chico entraba por la ventana de mi habitación para matarme y luego se arrepentía. No sabía qué pensar al respecto, lo primero que se me pasó por la cabeza fue que podría haberse tratado de un simple sueño. Un muy mal sueño.
¿Qué otra cosa pudo ser si no? ¡Era de locos! Me desperté sobresaltada porque lo creí tan real que daba miedo. Pero la ventana estaba cerrada y tenía toda la ropa bien puesta, como si nada hubiese pasado.
A pesar de necesitar desahogarme con alguien, no se lo conté a Alice. Quería seguir pensando que aún me quedaba algo de cordura y que había una explicación lógica para todo, mas su forma de observarme cuando hablaba, sentenciaban el estado de mi salud mental. No me dejaba tener esperanzas.
Unos minutos más tarde, nos pusieron el desayuno en la mesa. Le agradecimos a la camarera y comenzamos a comer.
—¿Qué te pasa, Gaia? —preguntó mi amiga mientras le pegaba un mordisco a su bizcocho de zanahoria—. No estás especialmente habladora hoy y tú no te callas ni debajo del agua. A no ser que el coma te haya cambiado hasta eso.
—No... Es solo que no he dormido bien —admití.
Removí el café con la cucharilla.
—¿Y eso?
—Creo que he tenido una pesadilla.
—¿Crees? —rio—. ¿Cómo qué crees?
Le di un sorbo al contenido de la taza y me relamí los labios.
—Es que ha sido muy real —confesé—. Pero muy loco como para no ser un sueño.
—A ver, cuéntame.
Ella puso toda su atención en mí, lo que, en cierto modo, me animaba a hablar sobre el tema. Le di un bocado al croissant y respiré hondo, armándome de valor para relatarle los hechos ocurridos aquella noche.
—Un chico entró en mi habitación e intentó matarme —resumí—. Se puso sobre mí y quiso clavarme una especie de cuchillo en el pecho. No podía moverme ni gritar.
—Sin duda alguna ha sido una muy mala pesadilla —confirmó—. En la mayoría de los sueños en los que corres un peligro inminente, no puedes mover ni un músculo ni chillar para pedir ayuda. Así que tranquilízate, ya ha pasado.
—Pero en los sueños, al despertarte sabes que ha sido un sueño —objeté—. Y yo me he despertado con la sensación de que ha sido real. Muy real, Alice.
Su gesto se torció. Ya volvía a mirarme como si estuviese loca, así que no dudé en dejar el tema a un lado.
—¿Sabes qué? Olvídalo.
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Corazón vagabundo: enjaulado
FantasyGaia despierta con dos corazones consigo y Rem, el dueño de uno de ellos, busca recuperarlo a toda costa para no morir. * Gaia despierta de un coma después de cinco años, descubriendo lo caótica que se ha vuelto su vida, sintiendo un peso de más en...