Aquella madrugada tuve el placer de buscar el calorcito entre las sábanas gracias al fresquito que se colaba por las grietas de las paredes. Era una sensación que me gustaba porque me recordaba a mis veranos en Saranac Lake, donde mi hermanita Audrey se colaba en mi habitación para dormir conmigo. De hecho, la noté.
Las yemas de sus dedos daban toquecitos en una de mis mejillas para que despertara y le hiciera un hueco. Fruncí el ceño, respiré hondo y levanté las sábanas para que se acurrucase a mi vera.
—Ven aquí, anda... —murmuré, adormilada.
En cuanto sentí el colchón hundirse por el peso de su cuerpecito, la arropé y me abracé a ella como en los viejos tiempos. Sus músculos se tensaron de inmediato, lo que me desconcertó un poco. Incluso podía sentir los latidos de su corazón dentro de mí, como si fuese yo quien lo portara. Al deslizar la mano por su abdomen, me di cuenta de que era demasiado cuadrado y firme para una niña de quince años.
Abrí los ojos y me incorporé de golpe, viendo que la persona que se encontraba acostada a mi lado no era Audrey, sino Rem. Pegué un chillido que le hizo brincar del susto y le tiré de la cama de un empujón.
—¿¡Pero qué demonios te pasa!? —se quejó entre lamentos mientras se levantaba del suelo.
—¿Por qué estabas en mi cama?
—Me has invitado a entrar.
—¡No era a ti! —aclaré.
—¿A quién más? —cuestionó confundido—. Solo estaba yo.
La sangre se me subió a las mejillas y tuve que ahogar la vergüenza gritando contra la almohada. Me había dejado llevar tanto por el recuerdo que olvidé dónde me encontraba, al menos hasta que Rem me trajo de vuelta a la realidad. Alcé la cabeza y le escudriñé con la mirada. Mi seriedad le confundió.
—¿Qué hacías aquí? —interrogué.
—Venía a despertarte.
—¿Para?
—Quiero enseñarte una cosa.
—¿Qué cosa?
Una sonrisa cargada de ilusión iluminó su rostro, pero la que le precedió me asustó. Como un niño que está a punto de cometer una travesura, se levantó y me sacó de la cama de un tirón. Me llevó arrastras por los pasillos, ignorando mis quejas y mis tropiezos. Ni siquiera se paró a darle los buenos días a su padre, a quien nos cruzamos en la puerta al salir de casa.
Rem, a cada paso que dábamos, parecía convencerse de que mis intentos por frenarle iban a durar todo el camino, así que me cogió en volandas y corrió hacia el interior del bosque. Creo que le rompí los tímpanos con mis gritos, pero no me gustaba ir tan rápido, me daba muchísimo miedo estrellarnos.
Después de un minuto en el que casi vomito mi primera papilla, llegamos a nuestro destino. El mestizo clavó los talones en la tierra y derrapó hasta frenar. En cuanto me dejó en el suelo, mi estómago se retorció con resentimiento y mi cuerpo tembló, no sabía si por miedo o frío.
—Esto no me gusta —confesé entre tiritones.
—Era necesario —rio mientras me colocaba el pelo detrás de las orejas—. Ven, no quiero que te lo pierdas.
Me tomó de la mano y me llevó hasta un pequeño claro teñido por el naranja del cielo, donde unos animales majestuosos se comían las flores del lugar. Eran como una especie de pavos reales, pero más grandes y con las plumas pintadas de colores cálidos. Caminaban a cuatro patas y tenían unas garras capaces de despedazar hasta la carne más dura, así como un pico similar al de las águilas.
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Corazón vagabundo: enjaulado
FantasyGaia despierta con dos corazones consigo y Rem, el dueño de uno de ellos, busca recuperarlo a toda costa para no morir. * Gaia despierta de un coma después de cinco años, descubriendo lo caótica que se ha vuelto su vida, sintiendo un peso de más en...