—¡Dejadme salir de aquí! —gritaba la mujer Katpanu aferrada a los barrotes de nuestra celda—. ¡Soy enviada de los Eternos! ¡Puedo ayudar!
Mahína llevaba gritando información relevante sobre su identidad cerca de media hora, pero en ningún momento obtuvo respuesta. Estábamos solos en esas mazmorras subterráneas, no había guardias que nos custodiaran. Tal vez no necesitábamos vigilancia porque sabían que no podríamos escapar, habían separado a Rem de nosotros y eso solo me ponía más nerviosa.
Se encontraba en la celda contigua, encadenado contra la pared más alejada con innumerables grilletes y cadenas por todo el cuerpo; los tobillos, el cuello y las muñecas. También nos habían quitado nuestros efectos personales y los habían dejado fuera de nuestro alcance, en una mesa próxima a la entrada del lugar.
—Calaham, ¿por qué no utilizáis vuestra magia para ordenarles que nos saquen? —cuestioné con voz temblorosa.
—La madera del tronco. —Señaló las paredes—. Tiene propiedades que nos anulan, igual que el Tótem lunar de la loba. Está tallado en este material. Es inútil intentarlo.
Me llevé las manos a la cabeza con desesperación; no íbamos a salir de allí en la vida. A pesar de haberme dicho que no me harían nada, seguía inquieta. ¿Por qué? ¿Por qué lo estaba si sabía que el único que corría un verdadero peligro era Rem? ¿Por qué me importaba tanto si hasta hacía un par de días quería abandonarle a su suerte? Todo eso me sumía en una eterna confusión de la que no lograba salir, era imposible que le hubiese cogido tanto afecto en tan poco tiempo. ¡Es que no era normal! ¿Qué demonios me pasaba? No temía por mi vida. ¡Temía por la suya!
—Rem —le nombré y caminé hacia los barrotes que nos separaban—. Antes me has dicho que tenías un plan. ¿Cuál es? Vamos a salir de aquí.
Él no abrió la boca, solo se me quedó mirando con neutralidad. Arrugué el entrecejo y le supliqué con la mirada que me dijera algo, cualquier cosa; fue inútil, el mestizo parecía estar muy concentrado en algo que no lograba comprender.
—¿Te vas a rendir? —quise saber.
—No se está rindiendo —dijo su padre a mi espalda.
Cuando este se posicionó a mi lado, me indicó que le mirase con mayor detenimiento. Al hacerlo, me percaté de que sus manos estaban al rojo vivo y humeantes. Fundía el hierro de sus ataduras subiendo la temperatura corporal de esa zona en concreto. Era fascinante ver cómo lo hacía sin inmutarse por el dolor que eso le podría provocar a cualquier otro.
Cal puso una mano sobre mi hombro.
—No le interrumpas.
—¿Está intentando escaparse? —interrogó Mahína—. ¿¡Está intentando escaparse!? ¡Eh, que se escapa!
Calaham se aproximó a ella con rapidez y le tapó la boca antes de que alertase a alguien. La Katpanu pataleó y gruñó sin cesar. El mago tenía muchísima más fuerza, así que acabó por rendirse bajo quejidos de frustración.
Aquella criatura era incansable, incluso estando encerrada con nosotros quería impedir que huyéramos. ¿Por qué razón estaba del lado de los Eternos si la gran mayoría los odiaba? Me resultaba incomprensible que tuviesen tantos fieles seguidores si tantas cosas malas habían hecho ya.
Mientras el padre de Rem se ocupaba de Mahína, yo opté por quedarme pendiente de su hijo. Era tal su concentración, que sus ojos se perdieron por el suelo. El proceso de fundido iba lento, notaba que le costaba mantener una temperatura lo bastante elevada como para deshacerse del hierro que lo apresaba, lo sabía porque la intensidad del rojo de la piel de sus manos disminuía y aumentaba de forma intermitente.
ESTÁS LEYENDO
Corazón vagabundo: enjaulado
FantasiaGaia despierta con dos corazones consigo y Rem, el dueño de uno de ellos, busca recuperarlo a toda costa para no morir. * Gaia despierta de un coma después de cinco años, descubriendo lo caótica que se ha vuelto su vida, sintiendo un peso de más en...