🔥 Capítulo 33

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A la mañana siguiente mi cuerpo amaneció sin dolor, agradecido por haber descansado sobre un colchón tan blandito y mullido. Estaba relleno de unas hojas lanudas de color morado muy suaves al tacto, algunas asomaban por los pequeños descosidos de la tela y me hacían cosquillas en la piel.

La ventana resquebrajada de mi dormitorio dejaba entrar voces lejanas que se entremezclaban con el ruido de la flora y la fauna. Me era imposible no pensar en los veranos que pasaba con mi familia en Saranac Lake, la melodía del bosque y su olor me transportaban allí durante unos segundos que disfruté como si no fuese un recuerdo ya muerto. Saber que no iba a volver a vivir esos momentos con mis seres queridos, me entristecía.

Ahora mi madre y mi hermana se encontrarían solas en Nueva York, sin noticias mías y con el peso de todos nuestros problemas sobre sus hombros. Y Alice se sentiría culpable por no haber podido cuidar mejor de mí, lo que hacía que ese mismo sentimiento se me atorase en el pecho hasta provocarme dolor.

Rem...

«Te odio».

Todo era culpa suya.

Me aparté las sábanas, me estiré a lo largo de la cama y obligué a mi mente a centrarse en otra cosa mientras me calzaba las botas: conejitos pequeñitos, blancos, meneando los bigotes y cubiertos de sangre por culpa de...

Era imposible.

—Buenos días. —La voz de Mahína se hizo presente en el lugar—. Erein me ha dicho que te suba esta ropa para que tengas qué ponerte después de bañarte.

—Gracias, Mah.

—Mah —repitió—. Me gusta.

Nos sonreímos con ternura y luego ella dejó las prendas sobre una silla cercana, tomándose el tiempo de doblarlas para que no se arrugasen más de la cuenta. Se trataba de una camiseta blanca holgada, unos pantalones marrones bombachos y unas manoletinas del mismo color.

Al tallarme los ojos y fijarme mejor en la Katpanu, me percaté de cierto detalle que hizo que mi entrecejo se arrugase: tenía una manzana clavada en uno de sus bonitos cuernos.

—¿Es una nueva moda? —pregunté.

—¿El qué?

Señalé su cabeza.

—Ah, tu mestizo me ha utilizado de diana para sus prácticas —murmuró quitándose la manzana—. Por suerte, Cal me dejó escapar... No sabía que me había dejado una puesta.

—¿Es que te ha puesto más?

—Una en cada cuerno.

Me enervé.

—Si te vuelve a molestar, dímelo —le pedí con la mandíbula tensa—. Le pondré firme en menos que canta un gallo.

«Capullo».

Me puse en pie y salí de la habitación con las tripas rugiendo. Tenía muchísima hambre por lo poco que había estado comiendo durante el viaje, ya habían pasado tres días desde la última vez que pude llenar mi estómago en condiciones. Recordar la cena que me preparó Ellie aquella noche me hacía la boca agua y pensar en que ya ni siquiera respiraba me mataba por dentro.

Retuve las lágrimas todo lo que me fue posible y bajé las escaleras que llevaban al salón principal. Necesitaba desayunar algo antes de bañarme si no quería desmayarme por el camino.

—Eh, corderito —dijo alguien a mi derecha—. Pásame eso.

Lana se encontraba sentada en una de las sillas situadas alrededor de la mesa que continuaba rebosando caos, con la pierna herida en alto y su dedo índice señalando cierto objeto punzante tirado en mitad de la estancia.

Corazón vagabundo: enjauladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora