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El domingo por la tarde, Yugyeom me dejó en mi dormitorio con un apacible beso y la promesa de mandarme un mensaje más tarde. Después de desempacar, caí sobre la cama con un suspiro, pensando en hacer un poco de tarea, pero en su lugar terminé quedándome dormido. Aparentemente, el viaje de cuatro horas me desgastó. Tal vez fue todo el esfuerzo que puse en actuar alegremente y como si no tuviera duda alguna acerca de lo que quería que sucediera entre Yugyeom y yo.

Tampoco me sentí mucho mejor después de mi siesta. Todavía no me sentía más seguro sobre lo de Yugyeom y yo, lo que me llenó de una cantidad no precisamente pequeña de pánico. Durante demasiado tiempo me había convencido de que él era el único, el único que me haría bien. Que me haría sentir seguro. Que me haría sentir completo.

Si no tenía eso nunca más, entonces, ¿qué tenía?

Restregándome ambas manos por la cara, me levanté de la cama y me hundí en mi escritorio, abriendo de golpe mis notas de psicología anormal y diciéndome a mí mismo que en verdad podía estudiar cuando me dolía la cabeza de solo pensar.

Mi teléfono sonó desde el otro lado de la habitación. Me moví para recogerlo, contento por la excusa para posponer las cosas.

Jimin: Oye. ¿Todavía en casa?

Sonreí, ridículamente feliz porque él todavía se comunicara conmigo. Después de anoche, no estaba tan seguro.

Yo: Sí. Regresé hace un par de horas.

Jimin: Quiero verte.

Sin andarse con rodeos. Vacilé, resistiendo el impulso inmediato de escribir "sí." Necesitaba considerar esto. Usar la lógica en lugar del impulso salvaje, que parecía ser mi único ajuste cuando se trataba de él.

La pantalla se oscureció. El teléfono sonó de nuevo en mi mano, un nuevo mensaje de Jimin iluminó la pantalla

Jimin: Abre la puerta.

Mi cabeza se giró, mirando fijamente la puerta, como si se tratara de una cosa viva. Mi corazón despegó, salvaje como un pájaro atrapado y luchando dentro de mi pecho demasiado apretado. En dos zancadas estuve allí, tirando de la puerta para abrirla. Jimin estaba de pie delante de mí, teléfono en mano, esos ojos brillantes, más brillantes incluso de lo que recordaba, fijos en mí.

Nos movimos al unísono. Dio un paso hacia dentro, cerrando la puerta detrás de él mientras yo me deslizaba hacia atrás, dejando espacio para que entrara. Encerrados dentro de mi habitación, nos miramos fijamente el uno al otro, congelados como dos estatuas. Todo se detuvo. Como si alguien hubiera golpeado un botón de PAUSA. La sangre se precipitó, un rugido sordo en mis oídos. Imaginé que incluso podía oír el ruido sordo de mi corazón.

Entonces todo saltó a la acción.

Nos alcanzamos a la vez. Los teléfonos resbalaron de nuestras manos y cayeron al suelo con un ruido sordo mientras chocábamos. Nuestras bocas se fusionaron, labios separándose solo para tirar de nuestras camisas por encima de nuestras cabezas en un movimiento borroso. Todo era frenético. Desesperado. Casi violento en su ferocidad.

—Dios, te extrañé —murmuró, su mano rozando mi cara, fuertes dedos enterrándose en mi pelo y agarrando mi cuero cabelludo mientras su caliente boca se estrellaba contra la mía.

Mis manos fueron a la parte delantera de sus pantalones, tirando para abrir el botón, y empujé los pantalones hacia abajo mientras caía sobre mí en la cama, entre mis muslos. Se echó hacia atrás para bajarlos por sus estrechas caderas, maldiciendo cuando se quedó atascado en sus zapatos.

𝐅𝐨𝐫𝐞𝐩𝐥𝐚𝐲 | 𝐉𝐢𝐤𝐨𝐨𝐤Donde viven las historias. Descúbrelo ahora