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Dejándome caer en el asiento del conductor, esperé, viendo su cuerpo alto desaparecer por mi espejo retrovisor. Mis dedos golpetearon el volante ansiosamente. Dándole a mi cabeza una sacudida feroz, liberé un pequeño chillido dentro de la seguridad de mi coche, sacándolo de mi sistema. Levantando las manos, las presioné contra mi rostro sonrojado.

Bajando de un tirón el visor, miré fijamente mis ojos más brillantes de lo normal, y me dije a mí mismo con firmeza—: De acuerdo. Tranquilízate, Jungkook. Eres un chico grande. Pediste esto. No estás haciendo nada que cientos o miles de personas no estén haciendo esta noche. —Probablemente hacía menos, considerando que ni siquiera iba a tener sexo—. No. Es. La. Gran. Cosa. —Incluso mientras pronunciaba las palabras, continué sacudiéndome en mi asiento.

Las luces del Jeep de Jimin pronto destellaron detrás de mí, puse el coche en reversa y di marcha atrás.

Me siguió fuera del estacionamiento y por la avenida. Acorté el camino por el campus, conduciendo entre los conocidos edificios de ladrillo rojo bordeando Butler, pasando el tranquilo patio con su césped lleno de hierba y bancos vacíos. Logré no destruir mi coche, lo cual era de algún modo milagroso considerando que no podía dejar de mirar el espejo retrovisor para ver la oscura sombra de Jimin dentro de su vehículo.

Encontramos dos lugares, uno cerca del otro, en el estacionamiento. Tomando una profunda respiración, recogí mi mochila del asiento del pasajero y salí, agradecido de que al menos había conseguido hacer todas mis tareas en casa de los Kang. Jimin ya me esperaba, luciendo relajado y a gusto con la mitad de una mano enterrada en su bolsillo.

—¿Estás bien dejando el bar? —Se me ocurrió preguntar.

—Llamé a mi hermano. Él puede cerrar.

—Oh. Bueno.

Caminó junto a mí mientras nos dirigíamos hacia los dormitorios. Miré sus brazos desnudos. —¿Tienes frío?

—Estoy bien.

—Es una caminata corta —ofrecí innecesariamente—. Casi llegamos a la puerta. —Al parecer, el nerviosismo me hacía decir tonterías.

Pasé mi tarjeta y entré en los dormitorios colectivos. En el elevador, presioné el botón de subida y le lancé a Jimin una pequeña sonrisa mientras ambos permanecíamos en un silencio incómodo. Traté de parecer más seguro de mí mismo de lo que me sentía. ¡Ni soñarlo! Él sabía lo que era. Lo que no era. Forcé a mi mirada a centrarse en los números descendientes de cada piso, mirando cada luz encenderse. Siete. Seis. Él sabía lo que yo no sabía. Cinco. Lo que necesitaba aprender. Cuatro. Tres. Todo. Dos.

Dejé mi estudio de los números destellando cuando dos chicos entraron ruidosamente en el edificio. Claramente tenían un par de tragos de más por la forma en que se colgaban uno del otro.

No los conocía, pero se veían familiares. Pero también lo hacían todos los demás que vivían en el edificio. Estaba seguro de que nos habíamos cruzado en los pasillos o compartido el elevador antes. El rubio tal vez incluso me había prestado una moneda en el cuarto de lavado.

Sus risitas y ruidos murieron cuando me vieron parado allí con Jimin. Intercambiaron miradas con los ojos como platos y presionaron los labios como si estuviera matándolos quedarse en silencio. Las puertas se deslizaron para abrirse con un ding y un amortiguado whoosh. Jimin esperó para que los tres subiéramos delante de él, y juro que se rieron tontamente como niños de trece años.

Rodando los ojos, presioné para subir al quinto piso, deseando que hubiéramos tomado las escaleras. Era costumbre que yo evitara el hueco de la escalera tan tarde en la noche. Era muy oscuro y olía como a medias sudadas en un buen día. Además, simplemente no me gustaba la sensación de aislamiento en el hueco de la escalera. Como si estuviera dentro de una tumba. Los lugares pequeños y yo nunca nos llevamos bien. Pasé demasiado de mi infancia en armarios y baños.

𝐅𝐨𝐫𝐞𝐩𝐥𝐚𝐲 | 𝐉𝐢𝐤𝐨𝐨𝐤Donde viven las historias. Descúbrelo ahora