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Sus dedos rodearon los míos mientras su mirada escaneaba mi cara, observándome, buscándome de una manera que me hizo retorcerme.

La sala latía ruidosamente en mis oídos. Un vaso se rompió cerca de la barra y ni siquiera miró hacia allí. Sin decir ni una palabra, se giró, tirando de mí detrás de él. Me maravillé de cómo los cuerpos parecían apartarse de él. Ni siquiera usó los codos. Se limitó a atravesar la multitud.

—¿A dónde vamos? —grité a su espalda, recuperando mi voz.

Ni siquiera miró hacia atrás. Y, sin embargo, sabía que me había escuchado. Sus dedos se apretaron ligeramente alrededor de mi mano.

Un horrible pensamiento se apoderó de mí. Al pasar por la gran longitud de la barra y caminar por la rampa que conducía a una pequeña habitación trasera donde se servía la comida, le pregunté—: ¿Me estás echando?

Tan mortificante como eso sería, podía hacerlo. Trabajaba aquí, después de todo. ¿Lo haría? ¿Había llegado a eso?

Nos acercamos al mostrador donde una chica en una clásica camiseta de Mulvaney's garabateaba órdenes en un bloc de notas y luego metía los pedazos de papel detrás de ella, en una ruleta, para los cocineros.

La cola para la comida era mucho más corta que la cola de las bebidas, pero unas pocas personas esperaban, ansiosos por una hamburguesa para acompañarla con su cerveza. Los pasamos. Jimin levantó el mostrador y me llevó tras él. La muchacha que toma los pedidos de comida miró hacia arriba.

—Minjae está al cargo —le dijo.

Su mirada se desvió de él a mí, y su boca se abrió en una pequeña "O" de sorpresa.

Cruzamos la cocina, más allá de los dos cocineros de fritura con redes sobre sus cabezas. Jimin se detuvo frente a la puerta de la despensa. Sacó un juego de llaves, la abrió y tiró para abrir la puerta de par en par.

Mirando dentro, no vi los estantes de suministros que esperaba. Un conjunto de escaleras se extendía por delante de nosotros. Me tiro detrás de él y cerró la puerta.

El latido de mi corazón se aceleró. La sangre corrió a mis oídos por su proximidad. Por nuestra repentina soledad. Al instante los sonidos del bar se amortiguaron, como si alguien hubiera bajado el volumen con un mando a distancia.

Una luz brilló desde lo alto de las escaleras, salvándonos de la oscuridad total. No es que nos quedáramos mucho tiempo en la parte inferior de las escaleras. Me llevó tras él, sus cálidos dedos aún doblados sobre los míos.

Nuestros pasos resonaban en la escalera de madera, reverberando en el espacio estrecho. Los pasos nos llevaron abruptamente a una habitación abierta. Pisos de madera, paredes de ladrillo. Algunas fotografías instantáneas enmarcadas se encontraban esparcidas aquí y allá. En las paredes. Apoyadas en una estantería. El lugar era grande, equipado con una cama, espacio de oficina y sala de estar. Una cocina ocupaba la esquina de la derecha. Un sofá oscuro se ubicaba delante de una gran pantalla. Por lo demás no tenía demasiada decoración. Típica casa. No es que yo hubiera estado dentro de muchas. Me soltó la mano y se dejó caer en una silla. Observé en silencio mientras se desataba las botas.

—¿Vives aquí? —Me las arreglé para decir.

—Sí. —Solo eso. Solo un monosílabo. La primera bota cayó al suelo. No me miró mientras trabajaba en la segunda.

—¿Solo tú? —Duh. ¿Creía que todos los camareros dormían aquí arriba?

Me lanzó una mirada rápida. —Soy dueño del lugar.

𝐅𝐨𝐫𝐞𝐩𝐥𝐚𝐲 | 𝐉𝐢𝐤𝐨𝐨𝐤Donde viven las historias. Descúbrelo ahora